sábado, 4 de agosto de 2012

El profeta debe anunciar el Reino y denunciar el mal

¡Amor y paz!

A Jesús le espera el mismo destino que a su precursor, Juan el Bautista. Durante la Presentación de Jesús en el Templo, José y María escucharon unas sorprendentes palabras proféticas del anciano Simeón referidas a Jesús: «Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel y para signo de contradicción» (Lc. 2, 34).

Un profeta auténtico debe anunciar y denunciar. Eso le provocará malquerencias y, en fin, será piedra en el zapato. Por eso, Juan también fue signo de contradicción. Para él hubiera sido más cómodo no denunciar las relaciones pecaminosas entre Herodes y Herodías, pero Dios no quiere que nos quedemos tranquilos e indiferentes ante el mal.

El Evangelio nos brinda hoy la oportunidad de mirar a alguien concreto que supo interpretar y realizar la misión que Dios le había encomendado. Alguien que fue capaz de denunciar el mal, aunque ello le costara la vida.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la XVII Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 14,1-12.
En aquel tiempo, la fama de Jesús llegó a oídos del tetrarca Herodes, y él dijo a sus allegados: "Este es Juan el Bautista; ha resucitado de entre los muertos, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos". Herodes, en efecto, había hecho arrestar, encadenar y encarcelar a Juan, a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, porque Juan le decía: "No te es lícito tenerla". Herodes quería matarlo, pero tenía miedo del pueblo, que consideraba a Juan un profeta. El día en que Herodes festejaba su cumpleaños, la hija de Herodías bailó en público, y le agradó tanto a Herodes que prometió bajo juramento darle lo que pidiera. Instigada por su madre, ella dijo: "Tráeme aquí sobre una bandeja la cabeza de Juan el Bautista". El rey se entristeció, pero a causa de su juramento y por los convidados, ordenó que se la dieran y mandó decapitar a Juan en la cárcel. Su cabeza fue llevada sobre una bandeja y entregada a la joven, y esta la presentó a su madre. Los discípulos de Juan recogieron el cadáver, lo sepultaron y después fueron a informar a Jesús. 
Comentario

El relato de la muerte del Bautista (Mt 14,3-11) ha sido colocado en un marco que señala su conexión con Jesús (vv. 1-2 y v.11). Debemos, por tanto, ensayar primero la comprensión del texto que se refiere a la ejecución del Precursor y, seguidamente, situarla en referencia a la actuación de Jesús desde donde adquiere la plenitud de sentido.

Al inicio y al final de 14,3-11 se hace mención de la cárcel. Se relata primeramente el encarcelamiento de Juan con su motivo y el intento homicida del rey con el motivo que impedía su realización (vv. 3-5). Luego se relata la fiesta del cumpleaños de Herodes, el baile de la hija de Herodías y su petición (vv. 6-8) y el cumplimiento de la promesa del rey y la entrega de la cabeza del Bautista a la joven y a su madre (vv. 9-11).

El origen del enfrentamiento es, según Mateo, la transgresión por parte de Herodes de Lv 20,21: “Si uno toma a su cuñada es una inmundicia”. Se trata de Herodes Antipas, “tetrarca”, es decir gobernante de la cuarta parte del territorio de su padre, Herodes el Grande al que el relato lo asocia calificándolo como “rey”. El texto presenta a la otra persona adúltera como mujer de Felipe. Probablemente se trata de una inexactitud histórica ya que el primer marido de Herodías parece haber sido otro Herodes, hermanastro del personaje del relato.

Flavio Josefo asigna otro motivo a la decisión del rey: el miedo de un competidor. Ambos motivos pueden conciliarse si tomamos en cuenta la opinión de la gente que aparece en el v. 5: “tenían a Juan por profeta”. La condena de Juan es, por tanto, otro caso típico del enfrentamiento entre reyes y profetas.

Herodes, de esa forma, como su padre, es presentado como símbolo del poder tiránico que es causa de violencia y del asesinato de los mensajeros de Dios.

El relato adquiere pleno sentido gracias a la íntima unión con la actuación de Jesús, que como el Bautista, es también “profeta despreciado” (Mt 13,57. cf Mt 27,9-10). Se prolonga así la identificación entre Jesús y Juan consignada en sus respectivas apariciones (cf 3,1.13) y esto lleva a Herodes a plantearse la identidad de Jesús a partir de sus acciones respecto a Juan. 

Esta íntima asociación de ambos personajes, hace que la muerte del Bautista sea presentada como anticipo del camino de sufrimiento de Jesús. El Cristo experimentará la suerte de aquel a quien había definido como profeta (Mt 11,9-10.13). La gente los considerará tales a ambos (aquí y en 21,26 respecto a Juan; en 21,46 respecto a Jesús).

Igualmente, el verbo “detener” empleado en 14,3 para describir el prendimiento de Juan será también utilizado en la historia de la Pasión (26,48.50.55.57;27,2) y “discípulos” y “anunciar” reaparecen en 28,8.

Podemos entonces comprender anticipadamente el sentido de la muerte de Jesús a partir de la muerte del Precursor. La profecía ejercida en un mundo injusto deberá contar con la hostilidad de déspotas y tiranos. El fin de los dotados de ese don sólo puede ser el enfrentamiento con los opresores y, por consiguiente, conduce frecuentemente al martirio.

En la suerte del Bautista y de Jesús, sin embargo, se delinean los rasgos del Reino “anunciado”. Es la Vida de Dios que se manifiesta en la fidelidad de sus enviados hasta la muerte. 

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)