¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este jueves cuando en Colombia celebramos la Fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote.
Dios nos bendice...
PRIMERA LECTURA
Lectura de la carta a los Hebreos 10, 12-23
Hermanos: Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies. Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados. Esto nos lo atestigua también el Espíritu Santo. En efecto, después de decir: «Así será la alianza que haré con ellos después de aquellos días -dice el Señor-: Pondré mis leyes en sus corazones y las escribiré en su mente», añade: «Y no me acordaré ya de sus pecados ni de sus crímenes.» Donde hay perdón, no hay ofrenda por los pecados. Hermanos, teniendo entrada libre al santuario, en virtud de la sangre de Jesús, contando con el camino nuevo y vivo que él ha inaugurado para nosotros a través de la cortina, o sea, de su carne, y teniendo un gran sacerdote al frente de la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero y llenos de fe, con el corazón purificado de mala conciencia y con el cuerpo lavado en agua pura. Mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, porque es fiel quien hizo la promesa.
Palabra de Dios
SALMO RESPONSORIAL
Sal 39 (40), 6. 7. 8-9. 10. 11
R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Cuántas maravillas has hecho, Señor, Dios mío, cuántos planes en favor nuestro; nadie se te puede comparar. Intento proclamarlas, decirlas, pero superan todo número. /R.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio. /R.
Entonces yo digo: «Aquí estoy -como está escrito en mi libro- para hacer tu voluntad.» Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas. /R.
He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios; Señor, tú lo sabes. /R.
No me he guardado en el pecho tu defensa, he contado tu fidelidad y tu salvación, no he negado tu misericordia y tu lealtad ante la gran asamblea. /R.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 22, 14-20
Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo: «He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer, hasta que se cumpla en el reino de Dios.» Y, tomando una copa, pronunció la acción de gracias y dijo: «Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid, hasta que venga el reino de Dios.» Y, tomando pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.» Después de cenar, hizo lo mismo con la copa, diciendo: «Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros.»
Palabra del Señor
COMENTARIO
Heb. 10, 12-23. Nuestra vocación
mira a estar con Dios eternamente. Pero puesto que nada manchado entra al
cielo, por medio del Sacrificio expiatorio de Cristo hemos sido santificados de
tal forma que, perdonados nuestros pecados, hemos sido consagrados para poder
acercarnos al Dios vivo y poder, así, participar de la ciudad celeste. Así se
ha cumplido lo que el Espíritu Santo prometió en las Sagradas Escrituras: Que
nos perdonaría nuestras culpas y olvidaría para siempre nuestros pecados. Los
que por medio de la fe aceptamos a Cristo y su oferta de salvación, junto con Él
participamos ya desde ahora de la Vida que Él nos ofrece, y que llegará a su
plenitud en nosotros cuando junto con Él, mediante su Sangre derramada por
nosotros, estemos eternamente con Dios, santos como Él es Santo. Aprovechemos
la gracia que hoy Dios nos ofrece. No vivamos tras las obras de la maldad.
Acojámonos a Cristo para que en Él tengamos el perdón de nuestros pecados y la
Vida eterna.
Sal. 39. Por medio de su Hijo Jesús, el Padre Dios
nos ha sacado de la profundidad de nuestros pecados, ha puesto nuestros pies
sobre roca firme y ha consolidado nuestros pasos para que demos testimonio de
lo misericordioso que ha sido para con nosotros. Y el Señor quiere que le
entonemos un cántico nuevo, el cántico de la fidelidad a su voluntad. Junto con
Cristo hemos de estar dispuestos a hacer la voluntad de nuestro Padre Dios en
todo. Proclamar el Evangelio nos lleva a anunciarlo, pero también a dar
testimonio de él, pues no podemos anunciar el Evangelio sólo con los labios
mientras nueva vida tomase por un camino contrario a lo que proclamamos. Junto
con el testimonio sabemos que no podemos eludir nuestra cruz de cada día, con
la fidelidad que muchas veces nos puede llevar hasta el martirio, pero sabiendo
que no todo terminará con la muerte. Después de la cruz siempre estará la
gloria, siempre estará Dios como Padre lleno de amor, de ternura y de
misericordia para con nosotros. Él nos espera para recibir en su casa a quienes
le vivamos fieles. La acción sacerdotal de la Iglesia, por tanto, consistirá en
seguir el mismo camino de amor y de fidelidad de su Señor. Vayamos tras las
huellas de Cristo aceptando todos los riesgos que nos vengan por ello, sabiendo
que no hemos recibido un espíritu de cobardía sino de valentía para que no
cerremos nuestros labios en el anuncio del Nombre de nuestro Dios y Padre que
se nos ha confiado.
Lc. 22, 14-20. La Pascua antigua ha quedado
atrás y no volverá a celebrarse sino en la Pascua de Cristo, en el Reino de
Dios, que ya se ha iniciado entre nosotros. Celebrar nosotros el Memorial de la
Pascua de Cristo no es sólo un contemplar a Cristo bajo una nueva presencia. Él
está con nosotros en la Eucaristía para que nos encontremos real y
personalmente con Él al paso de la historia. Su presencia en la Eucaristía es
una presencia real con toda su fuerza salvadora. Participar de la Eucaristía
nos hace entrar en la nueva alianza inaugurada por Jesús, en que, unidos a Él,
somos hechos hijos de Dios y el Padre Dios nos contempla con el mismo amor con
que contempla a su Hijo unigénito.
El Señor nos reúne para que en esta Eucaristía celebremos, unidos a Él, la
Pascua Nueva, la del Reino de Dios entre nosotros. Celebramos la Victoria de
Jesús sobre el pecado y la muerte. Celebramos nuestra liberación de las
diversas esclavitudes a las que el maligno nos había sometido. Celebramos
nuestro peregrinar hacia la Patria eterna. Celebramos el ser el Nuevo Pueblo de
Dios, el de sus hijos que se dejan guiar por Cristo, único Camino de salvación
para nosotros. La Eucaristía nos pone en camino como testigos del Reino, pues
la salvación no es ya una promesa, sino una realidad cumplida por Dios entre
nosotros y para nosotros. Y nosotros hemos de proclamar este Misterio de amor y
de salvación a la humanidad entera.
La Iglesia de Cristo continúa la obra sacerdotal de Jesús en el mundo y su
historia. A nosotros nos corresponde continuar consagrándolo todo a Dios. El
Sacrificio redentor de Cristo debe no sólo ser anunciado, sino vivido por la
Iglesia, como la mejor muestra del Evangelio proclamado con la vida misma. ¿En
verdad somos alimento, pan de vida para los demás? ¿En verdad somos capaces de
llegar hasta derramar nuestra sangre con tal de que el perdón de los pecados
llegue a todos? ¿Estamos dispuestos a vivir conforme a la voluntad de Dios
sobre nosotros y no conforme a nuestros propios intereses? ¿Encaminamos a los
demás hacia la posesión de los bienes definitivos? Es nuestra vida, es la vida
de la Iglesia con su cercanía al hombre al que ha sido enviado para salvarlo,
lo que finalmente dará respuesta correcta o incorrecta a estos
cuestionamientos. El Señor quiere que santifiquemos a todo y a todos. Ojalá y
seamos ese Sacramento de Salvación para todos los pueblos.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la gracia de saber vivir santamente, redimidos y perdonados por Cristo;
y la gracia de colaborar con un nuevo ardor para que la salvación llegue hasta
el último rincón de la tierra. Amén.
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