¡Amor y paz!
Con la metáfora de la vid
y los sarmientos Jesús invitaba a «permanecer en él», para poder dar fruto. Hoy
continúa el mismo tema, pero avanzando cíclicamente y concretando en qué
consiste este «permanecer» en Cristo: se trata de «permanecer en su amor,
guardando sus mandamientos».
Se establece una
misteriosa y admirable relación triple. La fuente de todo es el Padre. El Padre
ama a Jesús y Jesús al Padre. Jesús, a su vez, ama a los discípulos, y éstos
deben amar a Jesús y permanecer en su amor, guardando sus mandamientos, lo
mismo que Jesús permanece en el amor al Padre, cumpliendo su voluntad.
Y esto lleva a la alegría
plena: «que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud».
La alegría brota del amor y de la fidelidad con que se guardan en la vida
concreta las leyes del amor (José Aldazábal).
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la 5ª. Semana de
Pascua.
Dios nos bendice...
Evangelio según San Juan 15,9-11.
Jesús dijo a sus discípulos: «Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.»
Comentario
El Evangelio, donde
deslumbra gloriosa la Cruz de Cristo, invita insistentemente a la alegría.
Bastan algunos ejemplos: «Alégrate» es el saludo del ángel a María. La visita
de María a Isabel hace que Juan salte de alegría en el seno de su madre. En su
canto María proclama: «Mi espíritu se estremece de alegría en Dios, mi
salvador». Cuando Jesús comienza su ministerio, Juan exclama: «Ésta es mi
alegría, que ha llegado a su plenitud». Jesús mismo «se llenó de alegría en el
Espíritu Santo». Su mensaje es fuente de gozo: «Os he dicho estas cosas para
que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea plena». Nuestra alegría
cristiana bebe de la fuente de su corazón rebosante. Él promete a los
discípulos: «Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría».
E insiste: «Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os podrá
quitar vuestra alegría». Después ellos, al verlo resucitado, «se alegraron»...
¿Por qué no entrar también nosotros en ese río de alegría?...
Pero
reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y
circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se transforma, y
siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal
de ser infinitamente amado, más allá de todo. Comprendo a las personas que
tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero
poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse,
como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias:
«Me encuentro lejos de la paz, he olvidado la dicha […] Pero algo traigo a la
memoria, algo que me hace esperar. Que el amor del Señor no se ha acabado, no
se ha agotado su ternura. Mañana tras mañana se renuevan. ¡Grande es su
fidelidad! […] Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor».
(Referencias bíblicas: Lc 1,28 (griego); 1,41; 1,47; Jn 3,29; Lc 10,21; Jn 15,11; 16,20; 16,22; 20,20; Lm 3,17-26)
(Referencias bíblicas: Lc 1,28 (griego); 1,41; 1,47; Jn 3,29; Lc 10,21; Jn 15,11; 16,20; 16,22; 20,20; Lm 3,17-26)
Papa
Francisco
Exhortación
apostólica “La alegría del evangelio / Evangelii Gaudium” § 5-6 (trad. ©
copyright Libreria Editrice Vaticana)