¡Amor y paz!
Es muy breve el evangelio
de hoy, pero rico en contenido y consolador por demás. Jesús nos invita, a los
que podemos sentirnos «cansados y agobiados» en la vida, a acercarnos a él:
«venid a mí».
Nos invita también a
aceptar su yugo, que es llevadero y suave. Los doctores de la ley solían cargar
fardos pesados en los hombros de los creyentes. Jesús, el Maestro verdadero,
no. Él nos asegura que su «carga es ligera», y que en él «encontraremos
descanso» (José Aldazábal).
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la 15ª. Semana del
Tiempo Ordinario.
Dios nos bendice…
Evangelio según San Mateo 11,28-30.
Jesús tomó la palabra y dijo: Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.
Comentario
Te veo, buen Jesús, con
los ojos que tú has abierto en mi interior, te veo gritando y llamando a todo
el género humano: “Venid a mí, aprended de mí” ¿Cuál es la lección?...tú, por
quien todo ha sido creado...¡cuál es la lección que venimos a aprender en tu
escuela? “...Que soy sencillo y humilde de corazón”. (Mt 11,29) Aquí están
escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (cf Col,23):
aprender esta lección capital: ser sencillos y humildes de corazón...
Que escuchen, que vengan a ti, que aprendan de ti a ser sencillos y humildes de corazón los que buscan tu misericordia y tu verdad, viviendo para ti y no para ellos mismos. Que lo escuche aquel que sufre, que está cargado con un fardo que le hace desfallecer, hasta tal punto de no atreverse a levantar los ojos hacia el cielo, el pecador que golpea su pecho y se queda a distancia. (cf Lc 18,13) Que lo oiga el centurión que no se sentía digno que tú entraras en su casa (Lc 7,6) Que lo oiga Zaqueo, el jefe de los publicanos cuando devuelve cuatro veces el fruto de su pecado (Lc 19,8) Que lo oiga la mujer que había sido pecadora en la ciudad y que derramaba tantas lágrimas a tus pies por haber estado tan alejado de tus pasos. (Lc 7,37) Que lo escuchen, las mujeres de la vida y los publicanos que en el Reino de los cielos preceden a los escribas y fariseos. Que lo oigan los enfermos de toda clase con quienes compartías la mesa y te acusaron de ello...
Que escuchen, que vengan a ti, que aprendan de ti a ser sencillos y humildes de corazón los que buscan tu misericordia y tu verdad, viviendo para ti y no para ellos mismos. Que lo escuche aquel que sufre, que está cargado con un fardo que le hace desfallecer, hasta tal punto de no atreverse a levantar los ojos hacia el cielo, el pecador que golpea su pecho y se queda a distancia. (cf Lc 18,13) Que lo oiga el centurión que no se sentía digno que tú entraras en su casa (Lc 7,6) Que lo oiga Zaqueo, el jefe de los publicanos cuando devuelve cuatro veces el fruto de su pecado (Lc 19,8) Que lo oiga la mujer que había sido pecadora en la ciudad y que derramaba tantas lágrimas a tus pies por haber estado tan alejado de tus pasos. (Lc 7,37) Que lo escuchen, las mujeres de la vida y los publicanos que en el Reino de los cielos preceden a los escribas y fariseos. Que lo oigan los enfermos de toda clase con quienes compartías la mesa y te acusaron de ello...
Todos
estos, cuando se vuelven hacia ti, se convierten fácilmente en gente sencilla y
humilde ante ti, acordándose de su vida llena de pecado y de tu misericordia
llena de perdón, porque “cuanto más se multiplicó el pecado, más abundó la
gracia.” (Rm 5,20)
San
Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Tratado sobre la virginidad, 35-36; PL 40, 416
Tratado sobre la virginidad, 35-36; PL 40, 416
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