¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este lunes 7 de Pascua en que celebramos la fiesta de la Virgen de Fátima.
Dios nos bendice…
1ª Lectura (Hch 19,1-8):
Mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó la
meseta y llegó a Éfeso. Allí encontró unos discípulos y les preguntó:
«¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe?». Contestaron: «Ni siquiera
hemos oído hablar de un Espíritu Santo». Él les dijo: «Entonces, ¿qué bautismo
habéis recibido?». Respondieron: «El bautismo de Juan». Pablo les dijo: «Juan
bautizó con un bautismo de conversión, diciendo al pueblo que creyesen en el
que iba a venir después de él, es decir, en Jesús».
Al oír esto, se bautizaron en el nombre del Señor Jesús; cuando Pablo les
impuso las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo, y se pusieron a hablar en
lenguas extrañas y a profetizar. Eran en total unos doce hombres. Pablo fue a
la sinagoga y durante tres meses hablaba con toda libertad del reino de Dios,
dialogando con ellos y tratando de persuadirlos.
Salmo responsorial: 67
R/. Reyes de la tierra, cantad a Dios.
Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos, huyen de su
presencia los que lo odian; como el humo se disipa, se disipan ellos; como se
derrite la cera ante el fuego, así perecen los impíos ante Dios.
En cambio, los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios, rebosando de
alegría. Cantad a Dios, tocad a su nombre; su nombre es el Señor.
Padre de huérfanos, protector de viudas, Dios vive en su santa morada. Dios
prepara casa a los desvalidos, libera a los cautivos y los enriquece.
Versículo antes del Evangelio (Col 3,1):
Aleluya. Si han resucitado con Cristo, busquen las cosas del cielo, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios. Aleluya.
Texto del Evangelio (Jn 16,29-33):
En aquel tiempo, los discípulos dijeron a Jesús: «Ahora sí que hablas claro, y no dices ninguna parábola. Sabemos ahora que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte. Por esto creemos que has salido de Dios». Jesús les respondió: «¿Ahora creéis? Mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo».
Comentario
Hoy podemos tener la sensación de que el mundo de la fe
en Cristo se debilita. Hay muchas noticias que van en contra de la fortaleza
que querríamos recibir de la vida fundamentada íntegramente en el Evangelio.
Los valores del consumismo, del capitalismo, de la sensualidad y del
materialismo están en boga y en contra de todo lo que suponga ponerse en
sintonía con las exigencias evangélicas. No obstante, este conjunto de valores
y de maneras de entender la vida no dan ni la plenitud personal ni la paz, sino
que sólo traen más malestar e inquietud interior. ¿No será por esto que, hoy,
las personas van por la calle enfurruñadas, cerradas y preocupadas por un
futuro que no ven nada claro, precisamente porque se lo han hipotecado al
precio de un coche, de un piso o de unas vacaciones que, de hecho, no se pueden
permitir?
Las palabras de Jesús nos invitan a la confianza: «¡Ánimo!: yo he vencido al
mundo» (Jn 16,33), es decir, por su Pasión, Muerte y Resurrección ha alcanzado
la vida eterna, aquella que no tiene obstáculos, aquella que no tiene límite
porque ha vencido todos los límites y ha superado todas las dificultades.
Los de Cristo vencemos las dificultades tal y como Él las ha vencido, a pesar
de que en nuestra vida también hayamos de pasar por sucesivas muertes y
resurrecciones, nunca deseadas pero sí asumidas por el mismo Misterio Pascual
de Cristo. ¿Acaso no son “muertes” la pérdida de un amigo, la separación de la
persona amada, el fracaso de un proyecto o las limitaciones que experimentamos
a causa de nuestra fragilidad humana?
Pero «sobre todas estas cosas triunfamos por Aquel que nos amó» (Rom 8,37).
Seamos testigos del amor de Dios, porque Él en nosotros «ha hecho (...) cosas
grandes» (Lc 1,49) y nos ha dado su ayuda para superar toda dificultad, incluso
la muerte, porque Cristo nos comunica su Espíritu Santo.
Rev. D. Jordi CASTELLET i Sala (Vic, Barcelona, España)
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