¡Amor y paz!
El evangelista pretende
llevar a la conciencia del oyente o del lector qué es lo que estaba entonces en
juego y qué es lo que sigue estando siempre en juego cuando se trata del
evangelio. El evangelio es de una actualidad permanente. Por eso precisamente
el oyente cristiano no puede ni debe darse por satisfecho por lo que le ocurrió
a los "judíos". Porque eso mismo puede volver a suceder tanto hoy
como mañana. Y es que el evangelio será siempre crisis para todo el mundo y
para todos los hombres de todos los tiempos.
Estas breves líneas del
evangelio de hoy tienen una vigencia permanente, una importancia decisiva para
todos los oyentes presentes y futuros.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la IV Semana
de Pascua.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Juan 12,44-50.
Pero Jesús dijo claramente: «El que cree en mí no cree solamente en mí, sino en aquel que me ha enviado. Y el que me ve a mí ve a aquel que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que crea en mí no permanezca en tinieblas. Si alguno escucha mis palabras y no las guarda, yo no lo juzgo, porque yo no he venido para condenar al mundo, sino para salvarlo. El que me rechaza y no recibe mi palabra ya tiene quien lo juzgue: la misma palabra que yo he hablado lo condenará el último día. Porque yo no he hablado por mi propia cuenta, sino que el Padre, al enviarme, me ha mandado lo que debo decir y cómo lo debo decir. Yo sé que su mandato es vida eterna, y yo entrego mi mensaje tal como me lo mandó el Padre.»
Comentario
"Jesús exclamó",
otros: "levantando la voz", es un clamor o grito de Jesús, que
caracteriza siempre el discurso que sigue como un discurso de revelación,
dirigido a la opinión pública del mundo. Debe resonar con fuerza el alcance de
esta revelación de Cristo, de manera que a nadie se le pueda pasar por alto o
la pueda olvidar.
¿Y cuál es el contenido de
esta revelación? Es lo que constituye el contenido fundamental del evangelio de
Juan: el que cree en Jesús, no cree sólo en Jesús, sino que cree también en
Dios, el Padre. Después de realizada la revelación de Dios en el Hijo, la fe en
Cristo y la fe en Dios son para Juan la misma cosa. Son esa única y misma cosa,
porque el Hijo y el Padre son uno.
Por eso, para el
cristiano, la última meta de la fe en Jesús no es un Jesús aislado en sí mismo,
sino que a través de Jesús lleva hasta Dios. Jesús es la epifanía de Dios, de
manera que quien ve a Jesús ve al Padre. En la persona de Jesús es Dios quien
sale al encuentro del hombre. Con esto queda dicho que de ahora en adelante a
Dios sólo se le puede ver y encontrar en
Jesucristo.
"Yo, la luz, he
venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en tinieblas"; Jn
1. 9: "él era la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo
hombre".
Desde la encarnación del
mundo, la luz ya no es una metáfora o algo impreciso de sentido, sino
Jesucristo en Persona. Él es la luz que viene al mundo, el portador de la
salvación para los hombres. La luz vino al mundo justamente para que brille
este propósito divino de salvación universal -y esta es la paradoja de la fe-
para que brille aún más esta voluntad salvadora de Dios en la oscuridad más
profunda de la cruz.
"Al que oiga mis
palabras y nos las cumpla, yo no le juzgo porque no he venido para juzgar al
mundo; sino para salvar al mundo".
Porque Jesús es la más
clara manifestación de esta voluntad salvadora de Dios, que llama a los hombres
en lo más íntimo de sus conciencias a que acojan esta salvación de Dios que
gratuitamente se les ofrece, justamente por esto al hombre se le brinda también
la posibilidad de la pérdida de la salvación, de forma que lo que se le ofrece
como salvación, se le pueda cambiar y de hecho se le cambia en juicio, cuando
no cree.
"El que me rechaza y
no acepta mis palabras, tiene quien lo juzgue: la Palabra que yo he
pronunciado, esa lo juzgará en el último día".
El hombre tiene que acoger
con libertad íntima la salvación que se le ofrece; debe responder con su amor
al amor divino.
La revelación no actúa
como magia salvadora. Al hombre no se le puede privar del riesgo de su libertad
histórica.
Por eso conserva siempre
una responsabilidad última sobre sí y su salvación. Por eso, quien no acepta a
Jesús y sus palabras encuentra su juez en la palabra de Jesús. "La palabra
que yo he pronunciado, ésa lo juzgará en el último día": la palabra de
Jesús se convierte en juez del hombre. Es como si se alzara contra él y
señalara que entre este hombre y Jesús no hay comunión alguna, de modo que al
rechazar la palabra de Jesús se rechaza y reprueba a sí mismo.
El juicio del hombre no
consiste en un acto externo y firme, sino que es un autojuicio. El hombre con
su conducta pronuncia sentencia contra sí mismo, cosa que saldrá a relucir en
el "último día", pero cuyo tiempo de decisión es el momento presente.
La decisión se da aquí y ahora entre fe e incredulidad. Lo que ocurrirá en
"el último día" no será más que la manifestación pública de la
decisión tomada aquí.
Desde el principio hasta
el fin de su actividad, Jesús no ha enseñado nada por su cuenta,
independientemente del Padre. El Padre, que le ha enviado, es la fuente de
cuanto ha dicho. Por eso necesariamente tiene que haber una coincidencia
absoluta en el juicio último. La palabra de Jesús es la palabra del Padre.
Que Jesús, nuestra luz,
ilumine los obscuros recovecos de nuestro corazón para que no vivamos engañados
y transforme nuestra vida en claridad cristiana que la haga transparente a los
demás.
"Vosotros, los que veis,
¿qué habéis hecho de la luz?"
¿Qué son los santos? Las
vidrieras de las catedrales. "Hombres que dejan pasar la luz".