martes, 6 de diciembre de 2011

Debemos ser instrumentos de salvación, no de perdición

¡Amor y paz!

Ayer meditábamos en torno a la misión salvadora y no solo curativa de Jesús. Tal vez nos preocupamos más por las enfermedades que deterioran el cuerpo que por aquellas que afectan el alma. Seguramente las primeras se revelan más a los ojos de todos y por eso a las segundas no les ponemos mucha atención.  

El Evangelio de hoy, muy ligado al de ayer, no habla de enfermedad ni tampoco de pecado, pero sí de extravío. Así como quien enferma deteriora su salud, el que peca se ‘pierde’ a la vida de la gracia, de tal manera que cuando se reconcilia con Dios es como si Él lo recuperara. Y por este motivo hay mucha alegría en el cielo.
 
¿Contribuimos con nuestras palabras, acciones u omisiones a que alguien se reconcilie con Dios? ¿O, por el contrario, propiciamos que ese alguien se aparte de Él? Debemos ser instrumentos de salvación, no de perdición.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes de la 2ª. Semana de Adviento.

Dios los bendiga...

Evangelio según San Mateo 18,12-14.
¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la montaña, para ir a buscar la que se extravió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se extraviaron. De la misma manera, el Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños.
Comentario

El Señor no quiere que se pierda nadie. Dios se ha revelado en el Antiguo Testamento como Padre de misericordia, lleno de bondad y tardo a la cólera, que nos ama entrañablemente, que nos escucha y perdona. Este Padre se nos ha revelado plenamente en su Hijo Jesucristo como Amor que se alegra siempre que un pecador vuelve a Él, que busca la oveja perdida. Comenta  San Agustín:

«No juzguemos  el pensamiento de los otros, al contrario, presentemos a Dios nuestras preces, incluso por aquellos sobre los que tenemos alguna duda. Quizá la novedad que supone comporte en Él alguna duda; amad más intensamente al que duda, alejad con vuestro amor la duda del corazón débil… Confiad a Dios su corazón por el que debéis orar. Sabed que es abandonado por los malos y ha de ser recibido por los buenos. Vuestro amor al hombre sea mayor que vuestro antiguo odio al error… Cristo vino a llamar a los enfermos…, buscó la oveja perdida… He aquí cómo Cristo vino a sanar a los enfermos: así supo vengarse de sus enemigos… Lo encomendamos a vuestras oraciones, a vuestro amor, a vuestra amistad fiel. Acoged su debilidad. Según como vayáis vosotros delante, así irá él detrás. Enseñadle el buen camino» (Sermón 279,11).

Hemos de imitar a Cristo en la solicitud por la oveja descarriada. Despreciar a uno que yerra, que va equivocado, es la antítesis del cristianismo. Dar a todos y a cada uno la certeza de ser buscado, es decir, amado, comprendido, defendido, es la esencia del cristianismo. El Señor vino a salvar a los que estaban perdidos; sigamos también nosotros su ejemplo.

P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.