miércoles, 3 de mayo de 2023

“Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único”

¡Amor y paz!

 

Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este día en que en Colombia celebramos la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz (en el calendario universal, es el 14 de septiembre).

 

Dios nos bendice....

 

Lectura I

 

Num 21, 4-9

 

En aquellos días, el pueblo se impacientó y murmuró contra Dios y contra Moisés, diciendo: “¿Para qué nos sacaste de Egipto? ¿Para que muriéramos en el desierto? No tenemos pan ni agua y ya estamos hastiados de esta miserable comida”.

Entonces envió Dios contra el pueblo serpientes venenosas, que los mordían, y murieron muchos israelitas. El pueblo acudió a Moisés y le dijo: “Hemos pecado al murmurar contra el Señor y contra ti. Ruega al Señor que aparte de nosotros las serpientes”. Moisés rogó al Señor por el pueblo y el Señor le respondió: “Haz una serpiente como ésas y levántala en un palo. El que haya sido mordido por las serpientes y mire la que tú hagas, vivirá”. Moisés hizo una serpiente de bronce y la levantó en un palo; y si alguno era mordido y miraba la serpiente de bronce, quedaba curado.

 

Salmo Responsorial

 

Del Salmo 77

 

R. (cf 7c) No olvidemos las hazañas del Señor.
 

Escucha, pueblo mío, mi enseñanza;
presten oído a las palabras de mi boca.
Abriré mi boca y les hablaré en parábolas; 
anunciaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo. 
 

R. No olvidemos las hazañas del Señor.
 

Cuando Dios los hacía morir, lo buscaban,
y madrugaban para volverse hacia él.
Se acordaban de que Dios era su auxilio;
el Dios altísimo su redentor. 
 

R. No olvidemos las hazañas del Señor.
 

Lo adulaban con sus bocas,
le mentían con su lengua;
su corazón no era sincero con él,
ni eran fieles a su alianza. 
 

R. No olvidemos las hazañas del Señor.
 

Pero él sentía lástima de ellos, 
les perdonaba su culpa y no los destruía.
Muchas veces dominó su ira
y apagó el furor de su cólera. 
 

R. No olvidemos las hazañas del Señor.

 

Lectura II

 

Flp 2, 6-11

 

Cristo, siendo Dios,
no consideró que debía aferrarse
a las prerrogativas de su condición divina,
sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo
tomando la condición de siervo,
y se hizo semejante a los hombres.
Así, hecho uno de ellos, se humilló a sí mismo
y por obediencia aceptó incluso la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas
y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre,
para que al nombre de Jesús todos doblen la rodilla
en el cielo, en la tierra y en los abismos,
y todos reconozcan públicamente que Jesucristo es el Señor,
para gloria de Dios Padre.
 

Aclamación antes del Evangelio

 

R. Aleluya, aleluya.
 

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos,
porque con tu santa cruz redimiste al mundo.
 

R. Aleluya.

 

Evangelio

 

Jn 3, 13-17

 

En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: “Nadie ha subido al cielo sino el Hijo del hombre, que bajó del cielo y está en el cielo. Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.

Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él’’.

 

Comentario

La Exaltación de la Santa Cruz nos invita a la acción de gracias y a la adoración: por el madero de la Cruz nos vino la salvación; en ella ha muerto, por nosotros, el Hijo de Dios, misterio de salvación que lo acogernos en la fe postrados en humilde adoración. La cruz es el signo de la victoria del amor y de la gracia, porque en ella Cristo derrotó a los poderes de este mundo, el pecado y la muerte. La cruz nos identifica como cristianos, porque nos introduce en el destino sacrificial del Maestro. Por la muerte de Cristo en ella, la cruz, de instrumento de tortura y maldición, ha pasado a ser el símbolo de la redención. Ella nos abraza cuando nos signamos a lo largo de la vida, desde el mismo umbral del bautismo hasta el momento de cerrarnos los ojos al concluir nuestra peregrinación por este mundo. La cruz corona nuestros montes como señal que invita a elevar más arriba la mirada; está en los caminos a modo de brújula celeste que nos orienta en las encrucijadas de la vida; preside nuestras iglesias como memoria perpetua de la obra de la redención que en ellas conmemoramos. La cruz no es un amuleto o un bello adorno para orejas, nariz o cuello; la cruz es el símbolo más serio, más entrañable, más exigente y comprometedor, porque es el signo de la vida alcanzada al precio de la muerte. A los cristianos nos corresponde mostrar en todo tiempo y lugar la veneración y estima por este signo santo.

«Cuando hagas la señal de la Cruz, procura que esté bien hecha. No tan de prisa y contraída, que nadie la sepa interpretar. Una verdadera cruz, pausada, amplia, de la frente al pecho, del hombro izquierdo al derecho. ¿No sientes cómo te abraza por entero? Haz por recogerte; concentra en ella tus pensamientos y tu corazón, según la vas trazando de la frente al pecho y a los hombros, y verás que te envuelve en cuerpo y alma, de ti se apodera, te consagra y santifica.

¿Y por qué? Pues porque es signo de totalidad y signo de redención. En la Cruz nos redimió el Señora todos, y por la Cruz santifica hasta la última fibra del ser humano. De ahí el hacerla al comenzar la oración, para que ordene y componga nuestro interior, reduciendo a Dios pensamientos, afectos y deseos; y al terminarla, para que en nosotros perdure el don recibido de Dios; y en las tentaciones, para que él nos fortalezca; y en los peligros, para que él nos defienda; y en la bendición, para que, penetrando la plenitud de la vida divina en nuestra alma, fecunde cuanto hay en ella.

Considera estas cosas siempre que hicieres la señal de la Cruz. Signo más sagrado que éste no lo hay. Hazlo bien, pausado, amplio, con esmero. Entonces abrazará él plenamente tu ser, cuerpo y alma, pensamiento y voluntad, sentido y sentimientos, actos y ocupaciones; y todo quedará en Él fortalecido, signado y consagrado por virtud de Cristo y en nombre de Dios uno y trino».

José María de Miguel González O.SS.T.

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