¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este viernes 25 del Tiempo Ordinario, ciclo B.
Dios nos bendice…
1ª Lectura (Ecl 3,1-11):
Todo tiene su tiempo y sazón, todas las tareas bajo el
sol: tiempo de nacer, tiempo de morir; tiempo de plantar, tiempo de arrancar;
tiempo de matar, tiempo de sanar; tiempo de derruir, tiempo de construir;
tiempo de llorar, tiempo de reír; tiempo de hacer duelo, tiempo de bailar;
tiempo de arrojar piedras, tiempo de recoger piedras; tiempo de abrazar, tiempo
de desprenderse; tiempo de buscar, tiempo de perder; tiempo de guardar, tiempo
de desechar; tiempo de rasgar, tiempo de coser; tiempo de callar, tiempo de
hablar; tiempo de amar, tiempo de odiar; tiempo de guerra, tiempo de paz.
¿Qué saca el obrero de sus fatigas? Observé todas las tareas que Dios encomendó
a los hombres para afligirlos: todo lo hizo hermoso en su sazón y dio al hombre
el mundo para que pensara; pero el hombre no abarca las obras que hizo Dios
desde el principio hasta el fin.
Salmo responsorial: 143
R/. Bendito el Señor, mi Roca.
Bendito el Señor, mi Roca, mi bienhechor, mi alcázar,
baluarte donde me pongo a salvo, mi escudo y mi refugio.
Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él?; ¿qué los hijos de Adán para
que pienses en ellos? El hombre es igual que un soplo; sus días, una sombra que
pasa.
Versículo antes del Evangelio (Mc 10,45):
Aleluya. El Hijo del hombre vino a servir y a dar su vida por la salvación de todos. Aleluya.
Texto del Evangelio (Lc 9,18-22):
Sucedió que mientras Jesús estaba orando a solas, se hallaban con Él los discípulos y les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado». Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro le contestó: «El Cristo de Dios». Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie. Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día».
Comentario
Hoy, en el Evangelio, hay dos interrogantes que el mismo
Maestro formula a todos. El primer interrogante pide una respuesta estadística,
aproximada: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (Lc 9,18). Hace que nos giremos
alrededor y contemplemos cómo resuelven la cuestión los otros: los vecinos, los
compañeros de trabajo, los amigos, los familiares más cercanos... Miramos al
entorno y nos sentimos más o menos responsables o cercanos —depende de los
casos— de algunas de estas respuestas que formulan quienes tienen que ver con
nosotros y con nuestro ámbito, “la gente”... Y la respuesta nos dice mucho, nos
informa, nos sitúa y hace que nos percatemos de aquello que desean, necesitan,
buscan los que viven a nuestro lado. Nos ayuda a sintonizar, a descubrir un
punto de encuentro con el otro para ir más allá...
Hay una segunda interrogación que pide por nosotros: «Y vosotros, ¿quién decís
que soy yo?» (Lc 9,20). Es una cuestión fundamental que llama a la puerta, que
mendiga a cada uno de nosotros: una adhesión o un rechazo; una veneración o una
indiferencia; caminar con Él y en Él o finalizar en un acercamiento de simple
simpatía... Esta cuestión es delicada, es determinante porque nos afecta. ¿Qué
dicen nuestros labios y nuestras actitudes? ¿Queremos ser fieles a Aquel que es
y da sentido a nuestro ser? ¿Hay en nosotros una sincera disposición a seguirlo
en los caminos de la vida? ¿Estamos dispuestos a acompañarlo a la Jerusalén de
la cruz y de la gloria?
«Es un camino de cruz y resurrección (...). La cruz es exaltación de Cristo. Lo
dijo Él mismo: ‘Cuando sea levantado, atraeré a todos hacia mí’. (...) La cruz,
pues, es gloria y exaltación de Cristo» (San Andrés de Creta). ¿Dispuestos para
avanzar hacia Jerusalén? Solamente con Él y en Él, ¿verdad?
Rev. D. Pere OLIVA i March (Sant Feliu de Torelló, Barcelona, España)
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