viernes, 6 de mayo de 2016

“Tendrán una alegría que nadie les podrá quitar”

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario en este viernes de la 6ª semana de Pascua.

Dios nos bendice...

Evangelio según San Juan 16,20-23a
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo." La mujer, cuando va a dar a luz, siente angustia porque le llegó la hora; pero cuando nace el niño, se olvida de su dolor, por la alegría que siente al ver que ha venido un hombre al mundo. También ustedes ahora están tristes, pero yo los volveré a ver, y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar. Aquél día no me harán más preguntas." 
Comentario

El Evangelio de hoy nos habla de la vida tal y como es. La Palabra de hoy vuelve a ir contracorriente de esa visión adolescente y hedonista de la vida: lo real no es la vida sin sufrimiento, sin dolor; es más, lo ideal no es pasarse la vida huyendo, sorteando, todo sufrimiento y dolor. El dolor y el sufrimiento forman parte de nuestra vida, más aún, nos hacen crecer, son ingredientes necesarios para saborear la vida en toda su plenitud. Por eso el intento de ir sorteando sufrimientos y dolores es, en primer lugar, inútil porque está abocado al fracaso y, en segundo lugar, es inhumano, porque no nos hace crecer en humanidad. Todo sufrimiento por amor nos hace crecer, madurar. Dice la letra de una canción de un grupo de rock: “cada rosa tiene su espina”.

El Evangelio de hoy contiene, además, una promesa: “nadie os quitará vuestra alegría”. En continuidad con lo reflexionado ayer... ¿qué nos quita la alegría? ¿por qué? Las tristezas de cada día no pueden anegar la alegría profunda de sabernos en el camino de La Vida. La alegría que nace de la serena certeza de saber de quién nos hemos fiado, de sabernos queridos infinitamente, sin condiciones, amados en todas nuestras limitaciones y pecados, porque el Alfarero del hombre conoce nuestro barro, sabe de qué estamos hechos... Es la alegría que brota de tener una respuesta a las preguntas esenciales que todo hombre se hace. Es la alegría que brota de saberse con un sentido en la vida. Es la alegría que da saber quién quiero ser, quién es el ideal que estoy llamado a “encarnar”, a hacer vida... 

Por eso la continua llamada a la conversión que nos mella y nos pule, que nos desasosiega, nos hace sufrir... esa espina, esa llaga –como dice S. Pablo- que le atormenta a veces, tiene su contrapunto en la alegría de sabernos en sus manos. 

Y también por ello, la falta de alegría profunda, la desesperanza, es signo de falta de fe, de falta de profundidad en la vida de fe, de la carencia de una experiencia de la que, como en una fuente, mana nuestro ser de hijos e hijas de nuestro buen Padre-Dios. En definitiva: un cristiano triste es, verdaderamente, un triste cristiano. 

Juan Ángel Artiles Roberto
Claretianos 2004