¡Amor y paz!
Como lo hace
Dios, que “es
bondadoso con los malos y desagradecidos" (Lc 6,35), "hace salir su sol
sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre malos y buenos, justos e
injustos" (Mt 5,45), Jesús siempre es compasivo y acoge
a todos, sin distinción.
Sin embargo,
el Evangelio nos muestra hoy que los milagros realizados por Jesús en Cafarnaún
suscitan la envidia de sus paisanos de Nazaret. El Señor se sitúa en la línea
universalista de los profetas que critican que la salvación sea vista como algo
exclusivo de los judíos.
Acojamos a
Jesús, que fue rechazado en su propio pueblo. Acojamos al hermano necesitado y
que sufre, independientemente de su nacionalidad, ideología o religión.
Los invito,
hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la
3ª. Semana de Cuaresma.
Dios los
bendiga…
Evangelio
según San Lucas 4,24-30.
Después agregó: "Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio". Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.
Comentario
La viuda de
Sarepta acoge al profeta Elías con toda generosidad y agota toda su pobreza en
su honor, aunque sea un extranjero de Sidón. Jamás había escuchado lo que dicen
los profetas sobre el mérito de la limosna, y menos todavía la palabra del
Cristo: " Tuve hambre y me disteis de comer " (Mt 25,35).
¿Cuál será
nuestra excusa, si después de tales exhortaciones, después de la promesa de
recompensas tan grandes, después de la promesa del Reino de cielos y de su
felicidad, no alcanzamos el mismo grado de bondad que esta viuda? Una mujer de
Sidón, una viuda, encargada del cuidado de una familia, amenazada por el hambre
y que ve venir la muerte, abre su puerta para acoger a un hombre desconocido y
le da la poca harina que se le queda...
¿Pero
nosotros, que hemos sido instruidos por los profetas, que escuchamos las
enseñanzas de Cristo, que tenemos la posibilidad de reflexionar sobre el
futuro, que no estamos amenazados por el hambre, que poseemos mucho más que
esta mujer, tendremos excusa, si no nos atrevemos a compartir nuestros bienes?
¿Descuidaremos nuestra propia salvación?...
Manifestemos pues hacia los pobres una gran compasión, con el fin de ser dignos de poseer para la eternidad los bienes futuros, por gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo.
Manifestemos pues hacia los pobres una gran compasión, con el fin de ser dignos de poseer para la eternidad los bienes futuros, por gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo.
San Juan
Crisóstomo (c 345-407), sacerdote en Antioquía, después obispo de Constantinopla,
doctor de la Iglesia. Sermón sobre Elías, la viuda y la limosna; PG 51, 348.
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