viernes, 17 de septiembre de 2010

Jesús rescata y promueve la dignidad de la mujer

¡Amor y paz!

San Lucas es el único que menciona los nombres de las mujeres que acompañaban a Jesús a lo largo de sus viajes. Ningún evangelista como él asignó un mayor papel a las mujeres: la función esencial de María en los relatos de la infancia de Jesús... El episodio de Marta y María (Lc 10, 38) que es el único en relatarlo. El pasado martes vimos a Jesús hacer una resurrección en atención a una mujer, la viuda de Naím. Ayer el Señor rehabilitaba a una mujer, la pecadora, en casa de Simón.

Hoy, Lucas menciona que a Jesús lo acompañan mujeres a quienes Él había curado de malos espíritus y de enfermedades. En todo caso, esto hay que enmarcarlo en la situación de marginación a que eran sometidas las mujeres y que Jesús llega a transformar.

Hay que recordar cómo la samaritana, a quien Jesús pidió agua, se sorprende de que un judío se atreva a hablar a una mujer (Jn 4, 9). Y, por supuesto, hay que tener presente la actitud del Señor ante ella y otras mujeres a lo largo de su vida pública.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Viernes de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 8,1-3.

Después, Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes.

Comentario

En la historia de la Iglesia, desde los primeros tiempos, al lado de los hombres había muchas mujeres para que la respuesta de la Iglesia-Esposa al amor redentor de Cristo-Esposo, tuviera toda su fuerza expresiva. Encontramos, primeramente, las que personalmente habían encontrado a Cristo, le habían seguido, y después de su partida «asistían asiduamente a la oración» (Hch 1,14) con los apóstoles en el Cenáculo de Jerusalén hasta el día de Pentecostés. Aquel día, el Espíritu Santo «habló a través de los hijos y las hijas» del Pueblo de Dios... (Hch 2,17;Jl 3,1). Estas mujeres, y las otras después, jugaron un papel activo e importante en la vida de la Iglesia primitiva, en su construcción, desde su fundación, de la primera comunidad cristina y de las que comunidades posteriores, gracias a sus carismas y a sus múltiples maneras de servir... El apóstol Pablo habla de su «fatigas» por Cristo; esas mujeres demuestran los diversos ámbitos del servicio apostólico en la Iglesia, comenzando por «la Iglesia doméstica». En efecto, allí la fe pasa directamente a los hijos y a los nietos tal como tuvo lugar en casa de Timoteo (2Tm 1,5).

A lo largo de los siglos sigue sucediendo lo mismo de generación en generación, como lo muestra la historia de la Iglesia. En efecto, la Iglesia al defender la dignidad de la mujer y su vocación, ha manifestado la gratitud hacia aquellas que, fieles al Evangelio, en todo tiempo han participado en la misión apostólica de todo el Pueblo de Dios, y las ha honrado. Santas mártires, vírgenes, madres de familia han dado testimonio de su fe con valentía y también, a través de la educación de sus hijos en el espíritu del Evangelio, han transmitido la fe y la tradición de la Iglesia... Incluso frente a graves discriminaciones sociales, las mujeres santas han actuado libremente y se han hecho fuertes por su unión con Cristo...

En nuestros días, la Iglesia no deja de seguir enriqueciéndose gracias al testimonio de numerosas mujeres que alcanzan el pleno desarrollo de su vocación a la santidad. Las mujeres santas son una encarnación del ideal femenino; pero son también un modelo para todos los cristianos, un modelo de «sequela Christi», de la vida en seguimiento de Cristo, un ejemplo de la manera cómo la Iglesia-Esposa debe responder con amor al amor de Cristo-Esposo.

Juan Pablo II

Mulieris dignitatem, § 27

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