domingo, 30 de mayo de 2021

Bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo

 

¡Amor y paz!

 

Los invito, hermanos a leer y meditar la Palabra de Dios, en este domingo en que celebramos la Solemnidad de la Santísima Trinidad. Ciclo B,

 

Dios nos bendice...

 

PRIMERA LECTURA

 

Lectura del libro del Deuteronomio 4, 32-34. 39-40

 

El Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro

Moisés habló al pueblo, diciendo:

—«Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás, desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como ésta?; ¿se oyó cosa semejante?; ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?; ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto, ante vuestros ojos?

Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre».

 

Palabra de Dios.

 

Salmo responsorial: Salmo 32, 4-5. 6 y 9. 18-19. 20 y 22 (R.: 12b)

 

R. Dichoso el pueblo que el Señor se
escogió como heredad.

 

La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R.

 

La palabra del Señor hizo el cielo;
el aliento de su boca, sus ejércitos,
porque él lo dijo, y existió,
él lo mandó, y surgió. R.

 

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R.

 

Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. R.

 

SEGUNDA LECTURA

 

Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba!» (Padre)

 

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 14-17

 

Hermanos:

Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios.

Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba!» (Padre).

Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados.

 

Palabra de Dios.

 

Aleluya Ap 1, 8

 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo,
al Dios que es, que era y que viene.

 

EVANGELIO

 

Bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo

Lectura del santo evangelio según san Mateo 28, 16-20

 

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.

Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.

Acercándose a ellos, Jesús les dijo:

—«Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.

Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.

Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».

Palabra del Señor.

 

Comentario

 

Hoy celebra la liturgia la fiesta de la Santísima Trinidad. El Catecismo de la Iglesia Católica, en el n. 234, explica la importancia de la Trinidad en la vida de la Iglesia: “El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que nos ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la jerarquía de las verdades de fe”.

 

Entramos a hacer parte de la comunidad eclesial cuando el sacerdote derrama sobre nuestra cabeza el agua bautismal y pronuncia las palabras: “Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Cada día, cuando nos despertamos, iniciamos nuestra jornada diciendo: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Con estas mismas palabras concluimos el día.

 

Estas palabras tan sencillas recapitulan una experiencia espiritual de muchos siglos. El punto de partida de este extraordinario viaje espiritual que nos conduce a la revelación del misterio de la Trinidad empezó hace muchos siglos con el llamado que Yahvé hizo a Abram, en Ur de los Caldeos. Hace algunos meses, la TV nos transmitió la visita que el papa Francisco hizo a Irak. Allí pudimos ver las sobrecogedoras escenas de esa enorme planicie desértica, Ur de los Caldeos, donde empezó toda esta historia. Allí se reunió el papa con líderes espirituales de diversas religiones para hablar de fraternidad y paz. 

 

En esa inmensidad, Yahvé dijo a Abram: “Vete de tu tierra y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. De ti haré una nación grande y te bendeciré”.

 

Abrahán es el punto da partida de esta formidable experiencia espiritual que es el monoteísmo. Las tres grandes religiones monoteístas –el judaísmo, el cristianismo y el islam– lo reconocemos como nuestro padre en la fe. Hasta ese momento, las diversas culturas rendían culto a la divinidad asociándola con fenómenos de la naturaleza o con seres vivientes dotados de poderes superiores, como el sol, la luna, el huracán, el jaguar, la serpiente emplumada, etc. 

 

Abrahán, nuestro padre en la fe, es el comienzo de la auto-manifestación de Dios, en la historia de un pueblo, como un Ser personal, único, trascendente, amoroso y misericordioso, que establece un diálogo con su pueblo. ¿Cómo se comunica Dios con el pueblo de la alianza? A través de los acontecimientos de su historia y a través de personajes que acompañan al pueblo en su discernimiento. Moisés es el gran líder y junto a él se destacan grandes figuras como los profetas. La experiencia espiritual de Israel se apoya en dos grandes columnas: la Ley y los profetas. 

 

Cuando llega la plenitud de los tiempos, el plan de Dios ya no se comunica a través de mensajeros, sino que la Palabra Eterna de Dios se hace carne y establece su tienda entre nosotros, como hermosamente lo expresa san Juan en el Prólogo de su Evangelio. Jesucristo, Hijo Eterno del Padre hecho hombre, es la plenitud de la Revelación. Con palabras sencillas, nos abre la puerta del misterio de Dios. Recordemos, por ejemplo, la enternecedora parábola del hijo pródigo; en ella, Jesús nos revela el amor misericordioso del Padre. Ante la petición que le hace el apóstol Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y esto nos basta”, Jesús le responde: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”; con estas palabras nos explicaba el grado de la intimidad entre el Padre y Él. 

 

Las lecturas de este domingo nos ofrecen elementos muy ricos que nos ayudan a meditar en el misterio trinitario. No pretendamos comprenderlo, porque supera infinitamente nuestras posibilidades. Contemplemos en silencio este misterio, adorémoslo, demos gracias infinitas porque la Trinidad habita en lo más íntimo de nuestro ser. 

 

El texto del Deuteronomio reproduce un vigoroso discurso de Moisés a la comunidad. Haciendo uso de potentes recursos retóricos, recuerda al pueblo el carácter exclusivo y único de su experiencia como pueblo de la alianza: “¿Ha oído algún pueblo a Dios hablando desde el fuego, como tú lo oíste, sin morir? ¿Intentó algún dios venir a buscarse un pueblo de entre los otros sirviéndose de tan grandes pruebas, signos y prodigios?”. A través de estas preguntas, Moisés pone de manifiesto la absoluta novedad de la experiencia religiosa de Israel. 

 

Esta auto manifestación de Dios, que empieza con Abrahán, se va enriqueciendo a lo largo de los siglos y llega a su plenitud en Jesucristo.

 

En su Carta a los Romanos, el apóstol Pablo hace una profunda reflexión sobre lo que significa que Jesucristo nos haya revelado a Dios como Padre y haya dado su vida por nuestra salvación: “Ustedes no recibieron un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios Abbá, es decir, Padre. El Espíritu en persona le asegura a nuestro espíritu que ya somos hijos de Dios. Hijos, y por consiguiente herederos: somos herederos de Dios y coherederos de Cristo”. 

 

Personalmente, disfruto mucho con los documentales sobre el espacio, que nos permiten descubrir realidades nunca imaginadas gracias a los potentes telescopios y las naves que viajan por el espacio. La inmensidad del universo en continua expansión nos hace reflexionar sobre nuestra pequeñez: ¿Qué somos nosotros ante estas galaxias que existen hace millones de años? Por una parte, somos menos que un grano de arena. ¡Insignificantes! Al mismo tiempo, somos gigantes: herederos de Dios y coherederos de Cristo. 

 

El texto del evangelista Mateo nos recuerda la misión que nos ha sido confiada: “Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado”. 

 

En esta fiesta de la Santísima Trinidad, adoremos la santidad y la inmensidad de Dios, así como su cercanía con cada uno de nosotros. 

Por: Jorge Humberto Peláez, SJ

jpelaez@javeriana.edu.co