sábado, 15 de abril de 2017

¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Cristo ha resucitado!

EXULTET

PREGÓN PASCUAL 

Exulten por fin los coros de los ángeles,
exulten las jerarquías del cielo,
y por la victoria de rey tan poderoso
que las trompetas anuncien la salvación.

Goce también la tierra,
inundada de tanta claridad,
y que, radiante con el fulgor del rey eterno,
se sienta libre de la tiniebla
que cubría el orbe entero.

Alégrese también nuestra madre la Iglesia,
revestida de luz tan brillante;
resuene este templo con las aclamaciones del pueblo.

(Por eso, queridos hermanos,
que asistís a la admirable claridad de esta luz santa,
invocad conmigo la misericordia de Dios omnipotente,
para que aquel que, sin mérito mío,
me agregó al número de sus ministros (diáconos),
infundiendo el resplandor de su luz,
me ayude a cantar las alabanzas de este cirio.)

(V. El Señor esté con vosotros.
R. Y con tu espíritu.)
V. Levantemos el corazón.
R. Lo tenemos levantado hacia el Señor.
V. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
R. Es justo y necesario.

En verdad es justo y necesario
aclamar con nuestras voces
y con todo el afecto del corazón
a Dios invisible, el Padre todopoderoso,
y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
Porque él ha pagado por nosotros al eterno Padre
la deuda de Adán
y, derramando su sangre,
canceló el recibo del antiguo pecado.

Porque éstas son las fiestas de Pascua
en las que se inmola el verdadero Cordero,
cuya sangre consagra las puertas de los fieles.

Esta es la noche en que sacaste de Egipto,
a los israelitas, nuestros padres,
y los hiciste pasar a pie el mar Rojo.

Esta es la noche en que la columna de fuego
esclareció las tinieblas del pecado.

Esta es la noche
en la que, por toda la tierra,
los que confiesan su fe en Cristo
son arrancados de los vicios del mundo
y de la oscuridad del pecado,
son restituidos a la gracia
y son agregados a los santos.

Esta es la noche en que,
rotas las cadenas de la muerte,
Cristo asciende victorioso del abismo.
¿De qué nos serviría haber nacido
si no hubiéramos sido rescatados?

¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros!
¡Qué incomparable ternura y caridad!
Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!

Necesario fue el pecado de Adán,
que ha sido borrado por la muerte de Cristo.
¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!

¡Qué noche tan dichosa!
Sólo ella conoció el momento
en que Cristo resucitó de entre los muertos.

Esta es la noche de que estaba escrito:
«Será la noche clara como el día,
la noche iluminada por mi gozo.»
Y así, esta noche santa
ahuyenta los pecados,
lava las culpas,
devuelve la inocencia a los caídos,
la alegría a los tristes,
expulsa el odio,
trae la concordia,
doblega a los poderosos.

En esta noche de gracia,
acepta, Padre Santo,
el sacrificio vespertino de esta llama,
que la santa Iglesia te ofrece
en la solemne ofrenda de este cirio,
obra de las abejas.

Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego,
ardiendo en llama viva para gloria de Dios.
Y aunque distribuye su luz,
no mengua al repartirla,
porque se alimenta de esta cera fundida,
que elaboró la abeja fecunda
para hacer esta lámpara preciosa.

¡Qué noche tan dichosa
en que se une el cielo con la tierra,
lo humano y lo divino!

Te rogamos, Señor, que este cirio,
consagrado a tu nombre,
arda sin apagarse
para destruir la oscuridad de esta noche,
y, como ofrenda agradable,
se asocie a las lumbreras del cielo.
Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo,
ese lucero que no conoce ocaso
y es Cristo, tu Hijo resucitado,
que, al salir del sepulcro,
brilla sereno para el linaje humano,
y vive y reina glorioso por los siglos de los siglos.

R. Amén. 

Día de soledad, silencio, espera y esperanza

¡Amor y paz!

Hoy, Sábado Santo, propiamente, no hay “evangelio” para meditar o —mejor dicho— se debería meditar todo el Evangelio en mayúscula (la Buena Nueva), porque todo él desemboca en lo que hoy recordamos: la entrega de Jesús a la Muerte para resucitar y darnos una Vida Nueva (Evangeli.net)

Ayer se cubrieron de luto los montes, a la hora de nona.
El Señor rasgó el velo del templo, a la hora de nona.
Dieron gritos las piedra en duelo, a la hora de nona.
Y Jesús inclinó la cabeza, a la hora de nona.

Levantaron sus ojos los pueblos, a la hora de nona.
Contemplaron al que traspasaron a la hora de nona.
Del costado salió sangre y agua, a la hora de nona.
Quien lo vio es el que da testimonio, tras la hora de nona.
Hoy a todos envuelve el silencio, porque Él está muerto.
Los apóstoles vagan por las calles, ovejas sin rumbo. Los letrados cantan su victoria: ‘lo hemos derrotado’.
Y se acallan las voces proféticas: ‘Él no era Mesías’.

¿Mañana?
¿Despertará del sepulcro el Maestro?
Así nos lo dijo.
¿Cantarán su victoria las piedras?
Si los hombres callan.
¿Vendrá con trompetas y flautas?
Vendrá en el silencio.
¿A qué hora estaré vigilante?
A ninguna duermas.

              * * * * * * * * * * * * * * * * * *

Compartamos espiritualmente en el transcurso de este Sábado Santo, los sentimientos, anhelos, dudas y esperanzas que probablemente ocuparon el corazón y la mente
de los discípulos de Jesús,
de su Madre,
y de los arrepentidos por haber traicionado al Señor.

No es muy difícil reconstruir aquellas horas en que,
turbados y perseguidos,
o cobardes y huidizos,
muchos discípulos abandonaron al Maestro, simulando que no lo conocieron.

Sólo en su Madre, inconmovible en su fe y amor,
tenemos la seguridad de que ocupó lugar de privilegio la segura esperanza de la resurrección,
lo mismo que lo ocupó en la segura esperanza de la encarnación.

A favor de nuestros visitantes, y pensando en diversos momentos del día,
vamos a utilizar un año más como temas de concentración personal tres capítulos del librito UNA Y OTRA PASCUA que escribió en la BAC su director, Joaquín L. Ortega.
Lo hizo con gracia de teólogo, de periodista y de psicólogo religioso.
En sus labios y en su pluma dejaremos hablar a tres personajes que nos expresarán su estado de ánimo. Tal vez los lectores podamos compartirlos.
                       
INTIMIDAD DE  JUAN, EL EVANGELISTA, PENSANDO EN JESÚS    

“Que Él me perdone, pero han pasado tantas cosas estos días que ya no sé si tengo ganas de que resucite o de que no resucite. Y no es por falta de confianza. Es por agotamiento.  Que resucita es un hecho.
Todo lo que nos fue diciendo, lo ha ido cumpliendo y, además, cuando nos lo prometió solemnemente durante la última cena yo estaba nada menos que con la cabeza reclinada en su pecho y le oía latir el corazón.
Así que ni dudarlo
Lo que pasa es que yo querría tener más tiempo para ocuparme de su madre.
Cuando me la confió desde lo alto de la cruz me entró un miedo terrible  de no saber cómo cuidarla. ¡Pero ella misma me lo ha hecho tan fácil! Si parecía que era ella la que tenía que cuidar de mí. Hay que ver qué ternura, qué serenidad.
Y luego qué seguridad en que va a resucitar justo al tercer día. Como que le tiene pre­paradas la túnica y las sandalias para que se las ponga de nuevo una vez resucitado.
todos los que han ido estos días a visitarla, que han sido un montón, les decía lo mismo. Que aún no había llegado la hora y que todo lo que ha pasado tenía que pasar para que se cumplieran las profecías. Así que la gente se creía que iba a consolarla y salía consolada.
Y se pensaban que iban a encontrarla como una plañidera y se la encontra­ban haciendo las cosas de la casa como si no hubiera pasado nada, esperando, simplemente, a que llegue la hora.
Y la hora tiene que estar llegando, que ya se cumplen los tres días.
Así que yo me voy a buscar a las otras dos Marías, la Magdalena y la de Cleofás, y con las dos y con ella me voy hacia el sepulcro. Que seguro que le va a gustar cuando resucite ver, las primeras, aestas mismas personas que vio las últimas cuando cerró los ojos en la cruz.
A las dos Marías, a su madre y, modestamente, a mí”.

INTIMIDAD DE MARÍA, LA MAGDALENA, PENSANDO EN JESÚS
“También es torpeza la mía!
Siempre rodeada de gente y esta noche me quedo sola para rumiar mi nerviosismo. ¡Cuánto mejor haber entretenido la espera charlando y haciendo labor con las otras Marías!
Claro que hay ocasiones en que las palabras, todas las palabras, suenan a hueco. Yo no necesito hablar esta noche. No necesito aturdirme. Lo que necesito es ¡QUE ÉL VUELVA!. Si él no resucita, querrá decir que una vez más he ido detrás de un hombre. ¡Y esta vez estaba convencida de haberme topado con Dios!
Jesús tiene que resucitar.
La burla sería demasiado cruel. No se pueden dejar tantas cosas para encontrarse al final de la renuncia con una mentira.
De los hombres puede esperarse cualquier cosa... ¡Pero del Hijo de Dios, no!
Lo prometió y tiene que cumplirlo. Yo misma lo oí de sus labios cuando estaba a sus pies en casa de Simón. No sé quién protestó de que yo le perfumase los pies con bálsamo, y fue entonces cuando habló de su muerte. Él se dejaba ungir como si yo le estuviese embalsamando para el sepulcro, pero yo notaba que sus pies caminaban hacia la vida.
TIENE QUE RESUCITAR.
Tiene que estar ya a punto de volver. Y yo tengo que ser la primera en descubrirlo. Yo he renunciado a demasiadas cosas en mi vida.
¿Habré de privarme también de esta vanidad?
Ya no puede tardar.
Me voy hacia el huerto de José de Arimatea, donde lo sepultaron, y allí, escondida, para que nadie note mi impaciencia, apuraré la espera.
Y me llevaré el frasco con el bálsamo que sobró del festín en casa de Simón.
Pero esta vez no lo gastaré en lavarle los pies.
¡Esta vez se lo derramaré por la cabeza apenas lo vea resucitado!”

INTIMIDAD, LA MADRE DE JESÚS, CON ÉL EN EL CORAZÓN
“Esta noche voy a ponerle el pescado al horno, como a él le gustaba.
Y mientras se va asando sobre las brasas, pondré la mesa para los dos. Como siempre. Puede que a última hora se traiga con él a Santiago y a Juan, por eso de que son primos y, naturalmente, sin avisar.
¡AY, ESTE HIJO! Y que tenga una que estrujarse el corazón de esta manera...!  ¡Siempre sufriendo, siempre esperando!  
La vuelta de esta tarde es distinta.
 Es como el retorno de un viaje más largo que nunca. Pero como él me ha prohibido inquietarme... Me dijo que volvería, y volverá. ¡YA LO CREO QUE VOLVERÁ! Jamás me ha fallado. Todas las penas me las ha avisado con tiempo. Bueno, y las alegrías también. Esta de la resurrección, sobre todas.
Tiene que ser ya enseguida.
Quizá lo que tarde en asarse el pescado. Quiero que se lo encuentre todo como siempre. Como si no hubiese ocurrido nada.
Aquí, la silla que a él le gusta; que bien desvencijada está de tanto balancearse en ella cuando se queda pensativo.
Y aquí pondré las flores que me han traído esta mañana las vecinas apenas acababa yo de volver del huerto con otro buen ramo.
¡ESTA SÍ QUE VA A SER UNA PASCUA FLORIDA!
¡Dios mío, tenerlo otra vez entre los brazos después de haberlo visto deshecho, como lo vi cuando me lo dejaron en el regazo, al descolgarlo de la cruz. Bueno, que si me embobo se va a encontrar sin la cena cuando vuelva.
Como si volviera de otro continente, me parece esta noche.
Y el corazón me da que va a ser de un momento a otro. Pero ¿qué haré cuando lo vea entrar? ¿Será mejor que lo adore de rodillas o que le llene el cuerpo de besos?
Ya se va dorando el pescado. Así como a él le gusta comerlo. Un par de astillas más y ¡listo!, que tiene que estar llegando.
¡SI PARECE QUE EL CORAZÓN SE ME ESTALLA DE ALEGRÍA...!”

Joaquín L. Ortega: UNA Y OTRA PASCUA
BAC POPULAR, pp.108-109, 10-111, 112-113