domingo, 1 de julio de 2012

Dios no quiere la enfermedad ni la muerte

¡Amor y paz!

La lectura dominical continua del evangelio según San Marcos nos lleva hoy al doble milagro de la resurrección de la hija de Jairo y de la curación de la mujer que padecía flujos de sangre. Un doble milagro entrelazado, que aparece de la misma manera en los tres sinópticos (muy resumido en Mateo, y no tanto en Lucas).

A diferencia de lo que hacemos habitualmente en este blog, publicaremos a partir de hoy no sólo el Evangelio sino también la primera lectura o las lecturas que se proclaman en la Eucaristía dominical, para que podamos entender mejor el mensaje de la Palabra de Dios que la Iglesia nos propone meditar. Esto, sólo los domingos, cuando nuestros queridos lectores tienen más tiempo.  

Los invito, hermanos, a leer y meditar la primera lectura, el evangelio y el comentario, en este 13er Domingo del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Libro de la Sabiduría 1,13-15.2,23-24.
Porque Dios no ha hecho la muerte ni se complace en la perdición de los vivientes. Él ha creado todas las cosas para que subsistan; las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas ningún veneno mortal y la muerte no ejerce su dominio sobre la tierra. Porque la justicia es inmortal. Dios creó al hombre para que fuera incorruptible y lo hizo a imagen de su propia naturaleza, pero por la envidia del demonio entró la muerte en el mundo, y los que pertenecen a él tienen que padecerla. 
Evangelio según San Marcos 5,21-43. 
Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: "Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva". Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados. Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: "Con sólo tocar su manto quedaré curada". Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal. Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: "¿Quién tocó mi manto?". Sus discípulos le dijeron: "¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?". Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido. Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad. Jesús le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad". Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: "Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?". Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que creas". Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les dijo: "¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme". Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum", que significa: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate". En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer. 
Comentario

A menudo, quizás, decimos -pensando que hablamos muy cristianamente- cosas como estas: "Dios le ha enviado una enfermedad", "esta enfermedad es una prueba de Dios". O, hablando de la muerte, quizá decimos: "Dios lo ha llamado", "Dios le ha querido con Él", etc. etc. Pensamos que hablamos -al hablar así o con frases semejantes- de un modo muy cristiano, muy piadoso, pero es posible que nos equivoquemos, Porque -como hemos escuchado hoy- la Biblia no habla así.

Las palabras de la primera lectura eran muy claras: "Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la destrucción de los vivientes; todo lo creó para que subsistiera". Más aún - y eso me parece que es bueno que lo recordemos al empezar el verano, un tiempo en que es posible que muchos de nosotros podamos contemplar más y mejor, con más tranquilidad y relajación, las criaturas que el Padre ha hecho-, la primera lectura también decía: "Las creaturas del mundo son saludables, no hay en ellas veneno de muerte".

Según el lenguaje popular del Antiguo Testamento fue el diablo el que introdujo este veneno de muerte en la creación. Dios, en cambio, es el autor de la vida y quiere la vida para todos los hombres y mujeres. Dios no dijo, según la Biblia: "Hágase la muerte". "Hágase la enfermedad". Según el Antiguo Testamento es el diablo el causante. Por eso, me parece, debemos revisar aquel modo de hablar a que hacía referencia. La muerte o la enfermedad no las envía Dios; lo que hace Dios, nuestro Padre que ama la vida, es ayudarnos a sobrellevar estos males que El no quiere.

-Lo que hacía Jesús y lo que podemos hacer nosotros

Algo semejante hallamos en el Evangelio. No leemos en el Evangelio que Jesús dijera a los enfermos que tuvieran paciencia, que vieran en el sufrimiento una prueba de Dios. Ni dice Jesús que la muerte se deba aceptar resignadamente. No lo dice. Jesús, ante la enfermedad y ante la muerte, no habla (no predica); Jesús ante la enfermedad y ante la muerte, actúa. Es decir -él que podía hacerlo, cura, incluso -en algunos casos- resucita. Pero, claro está, nosotros podemos preguntarnos qué podemos y debemos hacer ante nuestros hermanos y hermanas enfermos, o ante quienes sufren la muerte de unos de sus seres queridos. Porque nosotros, lo que hacía Jesús, no podemos hacerlo, no tenemos el poder de obrar milagros. ¿Qué hacer entonces? Diría que se trata, en primer lugar, de no querer hacer discursos ni dar explicaciones supuestamente piadosas (porque no lo son).

Ante el dolor y la muerte no se trata tanto de hablar, como de actuar. Actuar, ¿cómo? Procurando comunicar vida a quienes más la necesitan. Es decir, haciendo compañía, atendiendo con el máximo cariño, ayudando en todo lo que necesitan aquellos que son los más amados de Dios porque sufren lo que El no quisiera que nadie sufriera. Dicho de otro modo: lo que nosotros podemos hacer es procurar compartir y comulgar con el amor que Dios tiene para con los que sufren por la enfermedad o cercanía de la muerte. No tenemos el poder de hacer milagros, pero tenemos el poder de amar. Que es, probablemente, lo más importante.

Y los médicos, ATS, enfermeros y enfermeras, farmacéuticos, y quienes se dedican a investigar sobre estas cuestiones, o quienes tienen la responsabilidad de organizar la sanidad de nuestro país (que ya conviene ciertamente mejorarla), sepan todos ellos que son queridos colaboradores de la voluntad de Dios, del Dios que quiere la vida, que ama la lucha contra todo mal que aflija al hombre. Esta es su responsabilidad y este es su mérito.

-Con fe

Quisiera terminar recordando que, según lo que hemos leído en el evangelio de hoy, Jesús necesitaba una cosa para poder actuar, para poder curar: necesitaba que quienes pedían tuvieran fe. Le dice a Jairo: "No temas, basta que tengas fe". Y a aquella afligida mujer le dice incluso: "tu fe te ha curado" (no yo, tu fe). Y el próximo domingo leeremos que en su pueblo no pudo hacer milagros porque no encontró fe.

Pero, ¿de qué fe se trata? Simplificando podríamos decir que no se trata de recitar el Credo (Jesús, a quienes curaba, no les pedía que formularan su fe). Probablemente, la mayoría de quienes fueron curados por Jesús no creían -no sabían- que él era el Hijo de Dios, que El era Dios hecho hombre. No se trata de esta fe. La fe que pedía Jesús para curar era una gran confianza en la bondad de Dios, en que Dios quería que se curaran, en que Dios es el Padre de la vida y quiere vida para todos. Y que este gran anuncio -que es el anuncio del Reino de Dios- se realizaba por Jesús.

Y esta fe en la bondad de Dios, creador de la vida, amante de la vida, que sufre por el dolor de quienes sufren, esta fe que nosotros hemos recibido de Jesucristo, que nosotros identificamos con Jesucristo, es lo que cada domingo, en la misa, renovamos y celebramos y pedimos que sea más viva en nosotros. Para que así podamos ayudarnos, cada día, unos a los otros.

JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL 1988, 14
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