martes, 7 de septiembre de 2010

Jesús pasó la noche orando, antes de elegir a los apóstoles

¡Amor y paz!

Jesús elige a quienes los van a acompañar muy de cerca y van a colaborar en su evangelización, en sus signos de curación y de liberación del mal.

Esto nos hace caer en cuenta que la iglesia es una comunidad apostólica, cimentada en la piedra angular que es Jesús. Asimismo, debemos reconocer que todos los bautizados formamos la comunidad, el Cuerpo de Cristo, que es la Cabeza, aunque no somos "sucesores de los apóstoles", como el Papa y los obispos.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Martes de la XXIII Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 6,12-19.

En esos días, Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles: Simón, a quien puso el sobrenombre de Pedro, Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Simón, llamado el Zelote, Judas, hijo de Santiago, y Judas Iscariote, que fue el traidor. Al bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades. Los que estaban atormentados por espíritus impuros quedaban curados; y toda la gente quería tocarlo, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos.

Comentario

«Jesús subió a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios»

Los contemplativos y los ascetas de todos los tiempos, de todas las religiones, han buscado siempre a Dios en el silencio, la soledad de los desiertos, de los bosques, de los montes. Jesús mismo vivió cuarenta días en perfecta soledad, pasando largas horas hablando de corazón a corazón con el Padre, en el silencio de la noche.

También nosotros estamos llamados a retirarnos, de manera intermitente, en un profundo silencio, en la soledad con Dios. Estar solos con él, no con nuestros libros, nuestros pensamientos, nuestros recuerdos, sino en una perfecta desnudez interior: permanecer en su presencia –silencioso, vacío, inmóvil, en actitud de espera.

No podemos encontrar a Dios en medio del ruido, la agitación. Fijémonos en la naturaleza: los árboles, las flores, la hierba de los campos, crecen en silencio; las estrellas, la luna, el sol, se mueven en silencio. Lo esencial no es lo que podamos decir a Dios, sino lo que Él nos dice, y lo que dice a los otros a través nuestro. En el silencio Él nos escucha; en el silencio, habla a nuestras almas. En el silencio nos concede el privilegio de oír su voz:

Silencio de nuestros ojos.

Silencio de nuestros oídos.

Silencio de nuestras bocas.

Silencio de nuestros espíritus.

En el silencio del corazón,

Dios hablará.

Beata Teresa de Calcuta (1910-1997), fundadora de las Hermanas Misioneras de la Caridad.

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