¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este VI Domingo de Pascua.
Dios nos bendice....
Evangelio según San Juan 14,23-29.
Jesús le respondió: "El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.» Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡ No se inquieten ni teman ! Me han oído decir: 'Me voy y volveré a ustedes'. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean.
Comentario
Hace algunos años escuché esta historia que me vino a la mente al leer las palabras de Jesús: “No se angustien ni tengan miedo”. Había una vez un niño que se llamaba Jesulín. Su padre era mago. Todas las mañanas, Jesulín se levantaba, se lavaba y se vestía a toda carrera, porque sus padres lo despedían en la puerta de la casa. El papá mago se acercaba a Jesulín y le decía al oído unas palabras mágicas que éste escuchaba lleno de emoción. Jesulín guardaba las palabras mágicas en el bolsillo de su camisa, muy cerca del corazón, y de vez en cuando, se detenía, sacaba sus palabras mágicas, las escuchaba de nuevo y seguía su camino lleno de alegría.
Jesulín tenía la costumbre de recoger a algunos
amigos y amigas antes de llegar a la escuela; primero que todo iba a la casa de
Miguelito, que era hijo de un policía de tránsito. El papá de Miguelito le
decía a su hijo al despedirlo: «Ten cuidado al cruzar las calles... espera
siempre a que el hombrecito del semáforo esté en verde. Cruza siempre las
calles por el paso de cebra y no corras. Espera a que los carros se hayan
detenido y ten cuidado con las bicicletas y las motos...» Y Miguelito salía
siempre con una cara de 'semáforo en rojo'...; pero al encontrarse con
Jesulín, se daban un abrazo, y entonces, lo que era malo, no parecía tan
malo... Luego iban caminando a casa de Conchita, que era hija de una dentista.
Su madre la despedía todos los días con estas palabras: «Hija mía, no comas
chucherías, ni golosinas, ni chicles... Lávate los dientes cada vez que comas
algo; no mastiques muy rápido y ten cuidado con las cosas duras...», y le daba
un cepillo de dientes, seda dental y un tubo de crema. Y la pobre Conchita
salía con una cara de 'dolor de muelas'...; pero al encontrarse con
Jesulín, se daban un abrazo, y entonces, lo que era malo, no parecía tan
malo...
Después los tres iban corriendo a casa de Campeón,
que era hijo del dueño de un banco. A Campeón siempre lo despedía su papá en la
puerta diciéndole: «Tienes que ser el primero, el mejor en todos los deportes y
en todas las clases; a mi no me vengas con segundos puestos; siempre hay que
ganar; ser el mejor de todos en todo... Ánimo; hay que vencer a los demás en
todo». Y su padre le colocaba una medalla que decía por un lado "Soy el
mejor" y por el otro decía "Soy el primero"... Y Campeón, salía
siempre con una cara de 'partido perdido'...; pero al encontrarse con
Jesulín, se daban un abrazo, y entonces, lo que era malo, no parecía tan
malo... Por último, pasaban a recoger a Tesorito; una niña muy bonita y muy
bien puesta, hija de una familia muy rica; tenían una casa enorme, con una gran
escalera a la entrada y un jardín muy bonito; todas las mañanas los padres de
Tesorito salían a la puerta y le decían a su hija: «Tienes todo lo que
necesitas; llevas dinero, comida, libros, cuadernos, esferos, lápices, colores,
plastilina... Llevas de todo y no te falta nada; te hemos dado todo para que no
tengas problemas en tu vida... Por eso no hace falta que te digamos nada más».
Y así la despedían sin decir más... Y la pobre Tesorito salía con una cara de 'felicidad
fingida'...; pero al encontrarse con Jesulín, se daban un abrazo, y
entonces, lo que era malo, no parecía tan malo...
Al llegar al colegio, sus amigos le preguntaron a
Jesulín por las palabras mágicas; pero Jesulín no quiso revelarlas porque su
padre se las decía sólo a él; y si las escuchaba otro, perderían su efecto
mágico... De modo que los cuatro fueron una mañana, muy temprano, a la casa de
Jesulín; esperaron escondidos, cerca de la puerta, a que llegara la hora en que
salieran Jesulín y su papá mago; querían escuchar las palabras mágicas que le
decían a Jesulín; pasó un rato y por fin salieron Jesulín y su papá mago...
prestaron mucha atención y por fin escucharon las palabras mágicas: El papá
mago le decía a Jesulín: «Hijo mío, te quiero mucho... ¡que tengas un día
muy feliz!».
Cuando hemos sentido
una experiencia de amor incondicional, no podemos tener miedo ante los
problemas que nos presenta la vida. Sentirnos amados por Dios, como Jesulín se
sintió amado por su papá mago, es lo que Jesús quiso comunicarnos desde la
experiencia de su resurrección.
Hermann Rodríguez Osorio
Sacerdote
jesuita, Profesor Asociado de la Facultad de Teología de la Pontificia
Universidad Javeriana – Bogotá