¡Amor y paz!
El texto del Evangelio que meditamos hoy nos lleva
a la médula del cristianismo, porque si algunos predican y practican el amor a
los amigos y el odio a los enemigos, Jesús dijo muy claramente: “Yo os pido
más: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y orad por
los que os persiguen y calumnian” (Mt 5,43-44).
Esa, y no otra, es la medida de nuestro
cristianismo y de la santidad a la que todos somos llamados. Así lo han entendido hombres y mujeres que
han reconocido que no eran importantes por tener más dinero y bienes
materiales, o más poder o más conocimiento, sino por demostrar más amor, no
sólo a los que los han amado sino, sobre todo, a los que más los han aborrecido.
Dos santos se destacan entre tantos por haber
entendido y practicado esto: San Francisco de Asís y la beata Madre Teresa de
Calcuta.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio
y el comentario, en este VII Domingo del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga….
Evangelio según San Mateo 5,38-48.
Jesús, dijo a sus discípulos: Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal: al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él. Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado. Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.
Comentario
“La resistencia no violenta no es un método para
cobardes. La no violencia implica resistencia. Si uno recurre a este método por
miedo o simplemente porque carece de instrumentos para ejercer violencia, no es
verdaderamente no violento. (…) El método es pasivo físicamente, pero muy
activo espiritualmente. No se trata de una resistencia pasiva al mal, sino de
una resistencia activa no violenta al mismo”.
“Un segundo punto fundamental que caracteriza a la
no violencia es que no busca derrotar o humillar al oponente, sino granjearse
su amistad y comprensión. El resistente no violento debe expresar con
frecuencia su protesta mediante la no cooperación o el boicot, pero no los
entiende como fines en sí mismo; son simplemente medios para generar un
sentimiento de vergüenza moral en el oponente. El objetivo es la redención y la reconciliación. El
resultado de la no violencia es la creación de la comunidad, mientras que el
resultado de la violencia es el resentimiento trágico”.
“Una tercera característica de este método es que
está dirigido contra las fuerzas del mal en vez de contra personas que hacen el
mal. El resistente no violento pretende derrotar el mal, no las personas
victimizadas por él”.
“Un cuarto punto que caracteriza la resistencia no
violenta es la disposición a aceptar el sufrimiento sin retaliar, a aceptar los
golpes del oponente sin responder. Como les decía Gandhi a sus compatriotas,
‘Quizás tengan que correr ríos de sangre antes de que obtengamos nuestra
libertad, pero debe ser nuestra sangre”. El resistente no violento está
dispuesto a aceptar la violencia si es necesario, pero nunca a utilizarla.
(…) El sufrimiento inmerecido es redentor. El
resistente no violento entiende que el sufrimiento tiene tremendas
potencialidades educativas y transformadoras”.
“Un quinto punto con respecto a la resistencia activa
no violenta es que evita no sólo la violencia física externa, sino también la
violencia espiritual interna. El resistente no violento no sólo rehúsa
dispararle a su oponente, sino también a odiarlo. La base de la no violencia es
el principio del amor. El resistente no violento argumentaría que en la lucha
por la dignidad humana, los oprimidos del mundo no deben sucumbir a la
tentación de amargarse o de participar en campañas de odio. El retaliar de la
misma manera sólo intensificaría la existencia del odio en el universo. A lo
largo de la vida, alguien debe tener el suficiente sentido común y de moralidad
para romper la cadena del odio. Esto sólo puede hacerse proyectando la ética
del amor al centro de nuestras vidas”.
Un buen ejemplo de esta espiritualidad no violenta
que nos propone Jesús es una historia que trae Anthony de Mello en su libro “Un
minuto para el absurdo”: “Dijo un día el maestro: «No estaréis preparados para
‘combatir’ el mal mientras no seáis capaces de ver el bien que produce». Aquello
supuso para los discípulos una enorme confusión que el Maestro no intentó
siquiera disipar. Al día siguiente les enseñó una oración que había aparecido
garabateada en un trozo de papel de estraza hallado en el campo de
concentración de Ravensburg: «Acuérdate, Señor, no sólo de los hombres y
mujeres de buena voluntad, sino también de los de mala voluntad. No recuerdes
tan sólo todo el sufrimiento que nos han causado; recuerda también los frutos
que hemos dado gracias a ese sufrimiento; la camaradería, la lealtad, la
humildad, el valor, la generosidad, la grandeza de ánimo que todo ello ha
conseguido inspirar. Y cuando los llames a ellos a juicio, haz que todos esos
frutos que hemos dado sirvan para su recompensa y su perdón»” (DE MELLO, Un
minuto para el absurdo).
Jesús fue el primero que tuvo el sentido común
suficiente, para romper la cadena del odio que significa la ley del talión. Su
palabra, que nos invita a orar por nuestros enemigos, se hizo vida cuando,
desde la cruz, pidió perdón al Padre por los que lo estaban matando. Eso es
llegar a la perfección a la que nos invita el evangelio. También a nosotros se
nos invita hoy a vivir inspirados en una ética del amor, para hacernos
perfectos, como el Padre celestial es perfecto.
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
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Sacerdote
jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia
Universidad Javeriana – Bogotá