¡Amor y paz!
Jesús no vino a abolir la
Ley, sino a llevarla a su plenitud. Y la plenitud es el amor, en primer lugar a
Dios y en segundo lugar al prójimo. Mientras en el cumplimiento de la ley no se
tenga ese trasfondo, se está corriendo el riesgo de caer en minuciosidades o en
interpretaciones falsas o personalistas de la misma, conforme a los propios
intereses, que muchas veces nos llevan a lograrlos aún a costa de destruir a
los demás. Dios no nos quiere fieles a la Ley sólo por cumplirla de un modo
externo.
Antes que nada hemos de
entrar en una relación personal de amor con Él. A partir de ese amor su Palabra
debe ser escuchada y puesta en práctica como consecuencia del mismo amor. Sólo
así no continuaremos caminando como esclavos de la Ley, sino como hijos que viven
con un amor fiel a Dios y fiel al prójimo.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la 3ª. semana
de Cuaresma.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo 5,17-19.
Jesús dijo a sus discípulos: "No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos."
Comentario
Dios nos ha amado con un
amor fiel. Sus promesas no se quedaron sin ser cumplidas. Dios realmente nos ha
salvado, liberándonos del pecado y de la muerte. Él nos ha concedido llegar a
ser sus hijos. El sacrificio de su Hijo en la Cruz sella esta nueva Alianza
entre Dios y nosotros. Hoy nos reunimos en su presencia para celebrar este
Memorial de su amor por nosotros. Quienes entramos en comunión de vida con Él estamos
llamados a vivir en la libertad de hijos de Dios, no porque vayamos a vivir sin
ley, sino porque la Ley santa de Dios no será el término de nuestros actos.
Amamos a Dios como a nuestro Padre y vivimos nuestra fidelidad a Él, sabiendo
que su Palabra nos lleva a hacer en todo la voluntad de Dios sobre nosotros.
Entonces Él transformará nuestra vida de pecadora en justa, pues nosotros no
viviremos rebeldes a Dios, sino que iremos siempre por sus caminos de
salvación.
La Iglesia de Cristo no
puede centrar su actividad en un legalismo encadenante de sus fieles. Es verdad
que no podemos vivir como una sociedad sin ley; sin embargo no podemos perder
de vista que la ley suprema en la Iglesia es la salvación de las personas. Y
esa salvación no podrá hacerse realidad si no se les ama y se les enseña a
amar; y no tanto mediante leyes, sino mediante el propio ejemplo que nos hace
ser un signo de Cristo, cercano a todos para conducirnos por el camino del
bien; camino que no sólo nos señaló con sus palabras, sino con su mismo
ejemplo. Por eso Él es el Camino que hemos de seguir si queremos, en verdad,
llegar al Padre. Por eso hemos de aprender a tomar nuestra cruz de cada día y
echarnos a andar tras las huellas del Señor. Amemos con lealtad a nuestro
prójimo; busquemos siempre el bien de todos, para que, fortalecidos por el
Espíritu Santo, podamos no creernos santos por nuestra fidelidad a la Ley, sino
saber que Dios nos santifica porque le permitimos hacer su obra en nosotros y,
desde nosotros, en favor de los demás.
Que Dios nos conceda, por
intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber
escuchar su Palabra y ponerla en práctica con gran amor, siendo así santos, no
conforme a nuestras imaginaciones, sino como Dios quiere que lo seamos. Amén.
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