¡Amor y paz!
En aquel momento crucial de su agonía en el
Calvario, Jesús nos encomienda a su Madre, a través de Juan: “Mujer, ahí tienes a tu hijo... Ahí tienes a
tu madre” (Jn 19,26.27).
María representa a las madres que sufren el sacrificio
de sus hijos como consecuencia de la violencia, el odio, la discriminación y la
pobreza. Hoy,
cuando celebramos la Memoria de Nuestra Señora de los Dolores, decidamos
acoger a nuestra Madre y pidámosle su intercesión.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este lunes de la XXIV Semana del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio
según San Juan 19,25-27.
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, ahí tienes a tu hijo". Luego dijo al discípulo: "Ahí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Comentario
Antes de adentrarnos en el misterio, sumémonos al
pueblo. Por ejemplo, en una tarde del Viernes Santo: es su día. La Virgen de
los Dolores está en la calle, acompañando a su hijo, muerto en la cruz que
porta la gente. El manto negro se derrama sobre su cuerpo; solo aparecen
sus manos suplicantes y la cara, llena
de dolor y en actitud serena. A veces, siete puñales circundan su corazón.
Nuestro pueblo la llama la Dolorosa, la Piedad, la Soledad. Ante este cuadro,
la liturgia nos invita a rezar: “La Madre piadosa estaba junto a la cruz y
lloraba, mientras el Hijo pendía… Hazme contigo llorar, y, de veras, lastimar
de sus penas mientras vivo”. (Si quieres coronar la escena, escucha una música
clásica del “Stabat Mater”).
Curiosamente, María no estaba presente en los
momentos de gloria de Jesús. No pudo escuchar a las gentes que atestiguaban
“Nadie habla con autoridad como él”. O a la mujer fascinada: “Feliz el seno que
te llevó y los pechos que te amamantaron”. Pero aquí la vemos junto al Hijo
agonizante. Está a punto para poder escuchar: “Ahí tienes a tu hijo”, “Ahí
tienes a tu madre”. Queda asociada a la muerte salvadora de Jesús; es
colaboradora obediente de la Redención que quita el pecado del mundo. Como
Madre del moribundo, comparte el dolor; como Nueva Eva, nos da la vida: es su
maternidad espiritual. Nosotros somos los hijos de María, ella es la Madre de
la Iglesia. La Virgen es la mujer mártir –sin morir-, es la Dolorosa sufriente,
fiel, intrépida, “Madre de los creyentes”.
Solo nos queda recibir en casa a María, como el
discípulo amado. “Todo queda en casa”: María es la casa de Jesús, la casa del
Cuerpo de Cristo; y la Iglesia es la casa de María. Como Madre del Crucificado,
tiene en su corazón el nombre de todos los crucificados: tantos sufrientes por
la soledad, por la enfermedad, por el hambre, por el terror, por la violencia
loca. Ahora nos toca juntarnos a ella para querer a tanta víctima inocente. Con
San Pablo, vamos a completar en nuestra carne los dolores de Cristo, sufriendo
por su Cuerpo que es la Iglesia. Antes, en cada Eucaristía, ofreceremos el
Sacrificio, con María la Madre de Jesús y madre nuestra. Y si a alguno todavía
le cuesta verse amado por Dios, incluso en el dolor, mirar a esta mujer, carne
de nuestra carne herida, será un camino más fácil para ver a Dios al lado de
los que sufren.
Conrado Bueno, cmf