domingo, 28 de julio de 2013

Sólo creyendo en Dios Padre, reconoceremos que somos hermanos

¡Amor y paz!

Todos los seres humanos somos hermanos. Así de fácil y difícil a la vez. Pues nuestra idea de fraternidad viene lastrada de prejuicios de consanguinidad, de racismo y modernamente de nacionalismo. De modo que si resulta difícil creer en Dios Padre, mucho más lo es creer en una fraternidad universal. Eso es tan utópico, tan irrenunciable como única salvación posible, que hace imposible añadir al nombre del Padre la palabra Nuestro.

Mientras no creamos en Dios Padre, difícilmente podremos aceptar que somos hermanos. Pero mientras no erradiquemos todo lo que nos impide ser hermanos, sólo podremos seguir diciendo padrenuestros, pero no podremos decir de verdad y con sentido: Padre Nuestro... (L. Betes, 1992).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este XVII Domingo del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 11,1-13. 
Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos". Él les dijo entonces: "Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino; danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación". Jesús agregó: "Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: 'Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle', y desde adentro él le responde: 'No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos'. Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario. También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan". 
Comentario

El Evangelio de Lucas comienza en clima de oración en el Templo (Lc 1, 1-10) y termina  en ese mismo clima, con los Doce bendiciendo a Dios en el Templo (24, 53). Aquí tenemos  el mejor indicio de la extraordinaria importancia que el evangelista concede a la oración. El  Evangelio de Lucas es llamado el Evangelio de la oración. Este es uno de sus rasgos más  bellos y característicos.

Lucas, consciente de que la oración, es una actitud esencial en la vida del cristiano y de  la comunidad cristiana, se complace en presentarnos a Jesús frecuentemente en oración.  Los momentos más importantes del ministerio público de Jesús están precedidos,  preparados e impregnados por la oración: el Bautismo de Jesús (3, 21), la elección de los  doce (6, 12), la confesión de Pedro (9, 18), la transfiguración (9, 28), la última Cena (22,  32), la agonía en el huerto de los Olivos (22, 41), sus últimos momentos en la cruz (23,  46).

Pero Jesús, en el Evangelio de Lucas, no sólo aparece orando en los momentos más  culminantes, sino que la oración acompaña, envuelve y sostiene toda su actividad, toda su  vida. Jesús gusta retirarse a lugares solitarios (5, 16); o sube al monte y pasa la noche en  oración (6, 12). La noche y el monte son el tiempo y el lugar preferidos por Jesús para su  incesante diálogo con el Padre. Al presentar el evangelista la ya citada oración de Jesús en  el huerto, leemos este precioso detalle: "Salió entonces y se dirigió, como de costumbre, al  monte de los Olivos" (22, 39). Era una costumbre en Jesús retirarse a la montaña para  pasar la noche en oración.

Con esta complacencia en presentar a Jesús en oración, el evangelista ofrece al lector  un eximio ejemplo de actitud orante, al mismo tiempo que le exhorta, de la forma más  delicada y persuasiva, a la oración. La oración tiene una clara finalidad: «Orad para no  desfallecer en la prueba» (22, 40). Las pruebas, las dificultades, las tribulaciones -que  constituyen, en los escritos de Lucas, una dimensión esencial de la vida cristiana (He. 14,  22)- acompañan siempre al seguidor de Jesús.

La oración no sólo tiene un relieve singular en el Evangelio de Lucas, sino también en el  libro de los Hechos, que es como la segunda parte o una especie de continuación de aquél  (He. 1,1). "Todos -se refiere a los Doce- perseveraban unánimes en la oración, con algunas  mujeres, con María la madre de Jesús y sus hermanos» (He. 1, 14). Esta es la primera  presentación que hace el libro de los Hechos de la primitiva comunidad cristiana. Y las  referencias a la oración de la comunidad, como un rasgo fundamental de la misma, se  repiten, una y otra vez, a lo largo de todo el libro, como un estribillo.

-La más bella petición 

El texto evangélico de hoy nos presenta un precioso y preciso momento de la vida orante  de Jesús. Jesús se ha apartado del grupo para orar. Los discípulos lo contemplan sumido  en profunda oración al Padre. Están tan absortos y sobrecogidos viendo a Jesús en  oración, que no se atreven a interrumpirlo. 

Dejan que Jesús concluya su oración. «Y cuando acabó», uno de los discípulos, fascinado por aquel singular estilo de orar de Jesús, le dirige la más bella y conmovedora de las peticiones: «Señor, enséñanos a orar». Y fue entonces cuando Jesús enseñó a los Doce, como viva expresión de su actitud  orante, el Padre-nuestro. Desde aquel momento, nunca se encontrará ya completamente  solo y desamparado el creyente. En las circunstancias más adversas tendrá siempre el maravilloso recurso de poder decir: «Padre nuestro que estás en el cielo...». Al entregarnos  el espléndido regalo del Padre-nuestro, nos dio a todos un inefable remedio para todo nuestro inmenso desamparo existencial.

-Dios como «Abba» D/Padre Abba:

Evoquemos, junto a la oración del Padre-nuestro, las otras oraciones de Jesús recogidas  en el Evangelio de Lucas (10, 21-24; 22, 42; 23, 46) y hagamos esta constatación: todas  comienzan con la misma invocación: «¡Padre!». Tenemos la suerte de saber cuál era la  palabra aramea correspondiente a «Padre», que estaba siempre en los labios de Jesús,  cuando se dirigía a Dios Padre y nos mandaba dirigirnos a Dios Padre. Es la palabra  «Abbá». Esta palabra pertenecía al vocabulario profano y familiar. En las innumerables  oraciones judías que han llegado a nosotros, en ninguna aparece Dios invocado como "Abbá". Esta palabra fue una revolucionaria y original innovación de Jesús. Era algo insólito, inimaginable; expresaba la máxima confianza, cercanía y ternura. Llamó tan  poderosamente la atención de todos los oyentes que se nos ha conservado la mismísima  palabra aramea.

Con esa palabra se abría un mundo nuevo en las relaciones de Dios para con el hombre.  De todas las revoluciones del Evangelio, la más profunda, la más radical fue la operada en  la imagen de Dios: Dios como amor, como el Padre más cariñoso y entrañable. Del nuevo  concepto de Dios brotan unas relaciones nuevas del hombre con Dios y, por consiguiente, el  nuevo estilo de la oración cristiana, hecha de confianza, abandono y obediencia filial,  reflejadas en el «abbá» con que invocamos a Dios, siguiendo el ejemplo y el mandato de  Jesús. La vida cristiana está bañada de la alegría de sabernos hijos de Dios.

-El don del Espíritu Santo

Después de enseñarnos el Padre-Nuestro, Jesús dirige una conmovedora exhortación a la  oración confiada, inspirada en lo que sucede entre los hombres, entre amigos y entre  padres e hijos. Y saca la conclusión: «Si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo  pidan?». Retengamos esta última afirmación. La oración no es un seguro a todo riesgo.  Jesús nos asegura que nos concederá su Espíritu. Así viviremos como hijos ante Dios y  como hermanos de nuestros hermanos. Este es el sentido de la oración.

Vicente García Revilla
Dabar 1992, 39