¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el evangelio y el comentario, cuando celebramos la fiesta de Santiago
Apóstol.
Dios nos bendice.
Evangelio
según San Mateo 20,20-28.
La madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo. "¿Qué quieres?", le preguntó Jesús. Ella le dijo: "Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda". "No saben lo que piden", respondió Jesús. "¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?". "Podemos", le respondieron. "Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre". Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud".
Comentario
La arquidiócesis de
Compostela nos regala esta reflexión en el día de la solemnidad de Santiago
(http://www.archicompostela.org).
Esta celebración es un
momento providencial para recordar que estamos edificados sobre el cimiento de
los apóstoles, que Cristo es la piedra angular y que la Iglesia. fundada por
Él, iluminadora de la entraña del hombre y de la esperanza de los mortales, recibe
la misión de anunciar, afirmando sin reducciones el mensaje del cristianismo,
para que el hombre descubra con claridad la verdad íntima sobre el significado
de su vida, de su actividad y de su muerte, y alcance la vida eterna. Es una
llamada a vivir con altura espiritual y recordar el destino trascendente de
nuestra naturaleza original que nos urge a buscar el porqué último de la
existencia en todos los entresijos de la vida y en todas sus implicaciones,
trabajando para que la sociedad sea un espacio de sincero diálogo, de pacífica
convivencia, de verdadera fraternidad y de solidaridad humana.
Este esfuerzo de reflexión
sobre el misterio del hombre define nuestra cultura en el intento de concretar
el sentido de la vida humana y lograr el acercamiento al más grande de los
misterios: el misterio de Dios. Cristo, respuesta a los interrogantes en
nuestro peregrinar, nos pregunta también si somos capaces de beber su cáliz, y
nos alienta a decirle: "Lo somos", porque "una fuerza tan
extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros".
Sólo la conciencia atenta
y apasionada de nosotros mismos puede abrirnos de par en par la puerta para
conocer, admirar, y seguir a Cristo que se ha solidarizado con la suerte y
situación de cada hombre. Reconocer la presencia divina en el hombre cierra
toda posibilidad a una falsa absolutización o divinización de lo humano, y a
cualquier forma de pensamiento, de cultura o de política que reduzca al hombre
a un medio para otros fines, obligándolo a adorar a los ídolos de este mundo.
El apóstol Santiago
acreditó su compromiso con el Señor en el martirio, que sigue siendo una
posibilidad en sus diferentes formas.