¡Amor y paz!
Dios ha demostrado
históricamente su amor. Quiere la vida eterna de todos: por eso ha enviado al
Hijo. Dios ama. Ama a todos. Al mundo entero. Esta es la perspectiva que lo
explica todo: la Navidad (cuántas veces escuchamos en la carta de Juan la
afirmación de Dios como amor) y la Pascua, y toda la historia de antes y de
después. Lo propio de Dios no es condenar, sino salvar. Como se vio
continuamente en la vida de Jesús: vino a salvar y a perdonar. Acogió a los
pecadores. Perdonó a la adúltera. La oveja descarriada recibió las mejores
atenciones del Buen Pastor, dándole siempre un margen de confianza, para que se
salvara.
Pero por parte nuestra hay
la dramática posibilidad de aceptar o no ese amor de Dios. Una libertad
tremenda. El que decide creer en Jesús acepta en sí la vida de Dios. El que no,
él mismo se condena, porque rechaza esa vida. Juan lo explica con el símil de
la luz y la oscuridad. Hay personas -como muchos de los judíos- que prefieren
no dejarse iluminar por la luz, porque quedan en evidencia sus obras. Es una
luz que tiene consecuencias en la vida. Y viceversa: la clase de vida que uno
lleva condiciona si se acepta o no la luz. La antítesis entre la luz y las
tinieblas no se juega en el terreno de los conocimientos, sino en el de las
obras (José Aldazábal).
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este
miércoles de la 2ª. Semana
de Pascua
Dios los bendiga…
Evangelio según San Juan 3,16-21.
¡Así amó Dios al mundo! Le dio al Hijo Único, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él. Para quien cree en él no hay juicio. En cambio, el que no cree ya se ha condenado, por el hecho de no creer en el Nombre del Hijo único de Dios. Esto requiere un juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Pues el que obra el mal odia la luz y no va a la luz, no sea que sus obras malas sean descubiertas y condenadas. Pero el que hace la verdad va a la luz, para que se vea que sus obras han sido hechas en Dios.»
Comentario
Dios nos ama, y su amor
nos hace ser. Y nos hace crecer. Nos quiere llevar a nuestra perfecta
humanización, que no es distinto de nuestra divinización. Esta humanización
incluye a nuestro mundo, naturalmente. La transformación del mundo es
simplemente la prolongación de la creación: Dios dejó al mundo (y al ser
humano) -en cierto sentido- a medio hacer», a medio camino de su proyecto, su
plan de salvación, y nos ofrece y nos encomienda a nosotros el llevarlo a
plenitud, a su realización total.
La salvación consiste en
entrar en ese plan, y comprender que dar la vida para dar Vida es la mejor
forma de encontrarse con la Vida. A quien se deja llevar por esa corriente de
Vida, Dios no lo juzgará: lo acogerá en la vida en abundancia».
A quien se aparte de este
torbellino de la Vida y prefiera sus pequeños y egoístas proyectos, no hará
falta tampoco que Dios lo juzgue ni que lo condene, porque él mismo será quien
se estará apartando de la Vida, camino de la muerte eterna...
Dios es amor. Dios no
condena a nadie como lo haría un juez humano. Cada uno según su modo de actuar
está haciendo su salvación o condenación. El cielo, la salvación, comienza
aquí.
Dios ha creado todo...
menos una cosa: el infierno, que sólo lo crearán aquellos que voluntariamente
decidan apartarse de la Vida. El infierno es la no-vida-eterna, la conciencia
no-identificada con Dios, identificada con las obras del egoísmo que buscan el
bien individual excluyendo a los demás.
Servicio
Bíblico Latinoamericano