¡Amor y paz!
Hoy, propiamente, no hay “evangelio” para meditar o
—mejor dicho— se debería meditar todo el Evangelio en mayúscula (la Buena
Nueva), porque todo él desemboca en lo que hoy recordamos: la entrega de Jesús
a la Muerte para resucitar y darnos una Vida Nueva.
Hoy, la Iglesia no se separa del sepulcro del Señor,
meditando su Pasión y su Muerte. No celebramos la Eucaristía hasta que haya
terminado el día, hasta mañana, que comenzará con la Solemne Vigilia de la
resurrección. Hoy es día de silencio, de dolor, de tristeza, de reflexión y de
espera. Hoy no encontramos la Reserva Eucarística en el sagrario. Hay sólo el
recuerdo y el signo de su “amor hasta el extremo”, la Santa Cruz que adoramos
devotamente.
Hoy es el día para acompañar a María, la madre. La
tenemos que acompañar para poder entender un poco el significado de este
sepulcro que velamos. Ella, que con ternura y amor guardaba en su corazón de
madre los misterios que no acababa de entender de aquel Hijo que era el
Salvador de los hombres, está triste y dolida: «Vino a los suyos, pero los
suyos no le recibieron» (Jn 1, 11). Es también la tristeza de la otra madre, la
Santa Iglesia, que se duele por el rechazo de tantos hombres y mujeres que no
han acogido a Aquel que para ellos era la Luz y la Vida.
Hoy, rezando con estas dos madres, el seguidor de
Cristo reflexiona y va repitiendo la antífona de la plegaria de Laudes: «Cristo
se hizo por nosotros obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Por lo
cual Dios le exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre» (cf. Flp
2, 8-9).
Hoy, el fiel cristiano escucha la Homilía Antigua
sobre el Sábado Santo que la Iglesia lee en la liturgia del Oficio de Lectura:
«Hoy hay un gran silencio en la tierra. Un gran silencio y soledad. Un gran
silencio porque el Rey duerme. La tierra se ha estremecido y se ha quedado
inmóvil porque Dios se ha dormido en la carne y ha resucitado a los que dormían
desde hace siglos. Dios ha muerto en la carne y ha despertado a los del
abismo».
Preparémonos con María de la Soledad para vivir el
estallido de la Resurrección y para celebrar y proclamar —cuando se acabe este
día triste— con la otra madre, la Santa Iglesia: ¡Jesús ha resucitado tal como
lo había anunciado! (cf. Mt 28, 6).
Mn. Joan Busquets i Masana (Sabadell)
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