viernes, 11 de febrero de 2011

Un llamado a escuchar y proclamar la Palabra de Dios

¡Amor y paz!

Al curar en el Evangelio de hoy a un sordomudo, Jesús pronuncia la palabra: ‘efatá’, que quiere decir ‘ábrete’. Luego de la intervención del Señor, el hombre puede oír y hablar, ante la admiración de la multitud.

Una oportunidad para pedirle al Señor que pronuncie esa palabra y nos cure de nuestra sordomudez para poder escuchar la Palabra de Dios y proclamarla a los demás.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes de la V Semana del Tiempo Ordinario.+

Dios los bendiga…

Evangelio según San Marcos 7,31-37.

Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: "Efatá", que significa: "Ábrete". Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos". 

Comentario

El milagro relatado en estos versículos pertenece al grupo de capítulos del evangelio de Marcos escritos con la intención de que el pueblo llegue a descubrir en Jesús su humanidad y su divinidad. Relata cómo mientras estaba Jesús en la región del mar de Galilea le traen un hombre sordo y tartamudo, pidiéndole que haga algo por él. Jesús lo aparta de la gente, y después de tocarlo con sus dedos y su saliva, expresión de su humanidad, implora al cielo, y tras una orden suya, el hombre queda sano.

En el cuerpo se da la unión de dos realidades, la puramente material (huesos, entrañas, etc.) y la espiritual. El cuerpo siempre refleja la armonía o desarmonía de estas. El pecado daña al espíritu. Y el espíritu está tan "diluido" en nuestro cuerpo que el pecado lo puede enfermar. Nuestra persona es una unidad integral, es totalidad: quien actúe sobre el cuerpo, aunque no se lo proponga está actuando sobre el espíritu, y viceversa.

Jesús cura al hombre desde su más honda realidad, le abre los sentidos para que sea sensible y perciba una nueva manera de vivir. Desde su cuerpo-totalidad, que está sano e irradia salud, entra en contacto con los seres humanos enfermos.

En Jesús se manifiesta la humanidad divinizada y la divinidad humanizada. Su cuerpo es usado para ponerlo al servicio de los seres humanos. Sus sentidos están abiertos al dolor del otro. El cuerpo de Jesús -que se cansa, siente hambre, dolor, se conmueve con la tristeza, se desespera con la impotencia frente a la injusticia y la crueldad...- es una ofrenda divina, es un regalo de Dios a los humanos, un ejemplo de entrega y de plenitud.

El cuerpo es creación de Dios, y es el instrumento indispensable por el que nos hacemos presentes en el mundo, que nos permite acercarnos a nuestros hermanos, comunicarnos con ellos... El espíritu que lo invade es lo que le da sentido a cada célula que lo conforma, y es lo que lo puede impulsar a ser instrumento de salvación para él mismo y para los otros.

Te damos gracias, Señor, por nuestro cuerpo, don maravilloso, obra maestra, instrumento indispensable, parte de nuestro propio yo. Ayúdanos a cuidarlo, agradecidos, a no despreciarlo, a amarlo, a admirar con ojos limpios su belleza, a tenerlo en forma, siempre al servicio de tu Reino.

Servicio Bíblico Latinoamericano