¡Amor y paz!
Sólo quien reconoce que está
enfermo o que puede enfermar acude al médico. Sólo quien reconoce que ha pecado
o que su vida espiritual requiere de ajustes asume su propia conversión. Hay
que romper con la autosuficiencia y la independencia; hay que reconocer que no
somos perfectos y que necesitamos de la ayuda de Dios para cambiar.
Así lo dio entender Juan
El Bautista cuando, para preparar la llegada del Señor Jesús, anunciaba un
bautismo de conversión para el perdón de los pecados.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este
Segundo Domingo de
Adviento.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 3,1-6.
El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro del profeta Isaías: Una voz grita en desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos disparejos. Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios.
Comentario
El domingo pasado -en el
primer domingo de Adviento- escuchábamos un anuncio de esperanza, un anuncio de liberación. Hoy de nuevo
se nos ha proclamado este anuncio en las lecturas de la Palabra de Dios. Pero,
ante todo, quizás nosotros deberíamos preguntarnos: ¿queremos, deseamos,
ansiamos esta liberación que Dios nos anuncia? O, quizás, ya nos encontramos
bien con nuestra situación, estamos "instalados" en ella o resignados
a ella, sin grandes esperanzas, y por ello no halla respuesta en nuestro
corazón este anuncio de liberación. ¿Liberarnos de qué? (…)
Todos,
todos, sea cual sea nuestra situación, necesitamos
ser liberados. Si nos parece que ya vivimos bien, o si hemos perdido la
esperanza en una vida mejor, es que nos equivocamos. Si quedamos encerrados
-agobiados- en el pequeño mundo de nuestros intereses inmediatos, difícilmente
podremos escuchar el gran anuncio de esperanza que nos ofrece el Señor. El
mensaje de Adviento, el mensaje de Navidad, no hallará un eco real en nuestra
vida.
Preparar
el camino, tarea de todos
El evangelio nos ha
recordado que -en un momento concreto de la historia humana- "vino la
palabra de Dios sobre Juan". ¿Para qué? Para anunciar un bautismo de conversión, que significaba preparar el camino del Señor. ¿Para qué?
Para que todos se abrieran a la salvación
de Dios, a la liberación de todo mal para avanzar por un camino de más
justicia, más amor, más bondad, más libertad. Es decir, más y mejor vida para
todos.
Juan El Bautista, el
precursor, es -como María de Nazaret- una figura propia y clave en este tiempo
de Adviento, como preparación a la venida constante de Jesús, a esta venida
actual -de hoy, a nuestra vida de hoy- que significará la celebración de Navidad. También nosotros necesitamos
-y lo necesitamos con urgencia- acoger
su llamada a la conversión, su llamada a preparar el camino del Señor. Para
que "lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale". Para que todos
nos abramos a "la salvación de Dios".
Pero permitid que insista
en lo que decía antes: ¿anhelamos
nosotros esta salvación, esta liberación? ¿Reconocemos que en nuestra sociedad y en nuestra vida personal hay
una realidad de injusticia -unos tienen mucho y otros casi nada-, una
desigualdad inaceptable cristianamente en oportunidades de educación, de vida
agradable, de trabajo? ¿Nos resignamos
a vivir en una sociedad que valora más el éxito social que no el servicio a los
demás?
San Pablo nos ha dicho que
su oración era: "que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en
penetración y en sensibilidad para apreciar los valores" VALOR/APRECIAR. ¿CRECE nuestra comunidad de amor,
apreciamos cada vez más los valores evangélicos? Todo ello debería ser hoy
objeto de nuestra reflexión sincera y motivo de oración esperanzada. Solo si reconocemos que -también
nosotros- vivimos en el "destierro", es decir, lejos de una vida
personal y social como debería ser, como Dios quiere que sea, podremos anhelar
la venida salvadora y liberadora de Jesucristo.
Sólo si lo reconocemos y
estamos dispuestos a luchar por mejorarlo
todo -todo: nuestra vida personal, nuestra sociedad, nuestra Iglesia-
prepararemos el camino del Señor, allanaremos sus senderos. Para que "lo
torcido se enderece, lo escabroso se iguale".
Termino: abrámonos,
hermanos, a la venida del Señor, preparemos sus caminos. Que cada uno se
pregunte qué puede y debe hacer. Que todos confiemos en la gracia de la
salvación y liberación que Dios nos comunica. En la gran esperanza que puede
renovar nuestra vida. Esta esperanza que proclamamos y celebramos en la
Eucaristía, que alimenta nuestra comunión con Cristo.
JOAQUIM
GOMIS
MISA DOMINICAL 1982, 23
MISA DOMINICAL 1982, 23