miércoles, 10 de agosto de 2011

La suprema generosidad de dar la vida por los demás


¡Amor y paz!

Ser discípulo significa colaborar en la tarea de Jesús, aun en medio de la hostilidad y persecución; el que colabora se encuentra, como Jesús, en la esfera del Espíritu, en el hogar del Padre (7,34; 8,29). El hombre libre posee su vida, su presente, y en cada presente puede entregarse del todo: la entrega total en cada momento es el significado de «morir». A éste lo honrará el Padre, como a hijo. (Juan Mateos).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este miércoles en que celebramos la fiesta de San Lorenzo diácono y mártir.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 12,24-26. 
Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre. 
Comentario 

En esta declaración solemne y central Jesús explica cómo se producirá el fruto de su misión y la de sus discípulos. 

No se puede producir vida (dar fruto) sin dar la propia vida (morir). La vida es fruto del amor y no brota si el amor no es pleno, si no llega al don total. Amar es darlo todo, entregarlo todo, sin escatimar nada; hasta desaparecer, si es necesario, como individuo o como comunidad. Jesús va a entregarse por los demás, es solidario con los necesitados y por ellos ha aceptado la muerte y prevé ya el fruto.

En la metáfora del grano de trigo que muere en la tierra, la muerte es la condición para que se libere toda la energía vital que la semilla contiene y la vida allí encerrada se manifieste plenamente. Con esta metáfora Jesús afirma que el hombre tiene muchas potencialidades y que solamente el don del sí total las libera para que ejerzan toda su eficacia. El fruto comienza paradójicamente en el mismo grano que muere porque si no cae en la tierra no muere, no da vida, no fructifica, es infecundo. La muerte de la que habla Jesús no es un acontecimiento aislado, es la culminación de un proceso, es el camino que se ha ido recorriendo como donación de la propia vida. Es el último acto de una donación constante, que sella definitivamente la entrega de la propia vida. 

Por eso, dar la propia vida es condición para la fecundidad, es la suprema medida del amor. Jesús le explica a sus discípulos que tal decisión no es una pérdida para el hombre, sino una máxima ganancia; no significa frustrar la propia vida, sino llevarla a su completo éxito. "El que se ama a sí mismo pierde su vida, pero el que ofrece su vida por los demás la salvará.". El temor a perder la vida es el gran obstáculo al compromiso por los demás porque el amor a la propia vida lleva a todas las abdicaciones, a la injusticia, al silencio cómplice ante la realidad. El que ofrece su vida por los demás, ama de verdad, se olvida del propio interés y seguridad, lucha por la vida, la dignidad y la libertad en medio de una sociedad donde reina la muerte. Como Jesús, muchos hombres y mujeres de ayer y de hoy, para dar vida han dado su propia vida porque han estado convencidos que el fruto supone una muerte y la entrega exige una fe en la fecundidad del amor.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica).