domingo, 27 de febrero de 2011

¡No se puede servir a Dios y al dinero!

¡Amor y paz!

¿Usted, hermano, se siente servidor del dinero? ¿Qué tantas horas diarias las dedica a buscar, a hacer dinero? ¿Cuando los jóvenes hoy escogen una carrera en qué piensan? ¿En servir? ¿En algo que les garantice dinero, mejor si es bastante y cuanto antes? ¿Por qué hay ladrones de cuello blanco y los callejeros? ¿Secuestradores y explotadores? ¡Por dinero! ¿Por qué muchos pagan salarios de hambre? ¡Por dinero! ¿Por qué los gobernantes no cumplen con las promesas que les hicieron a sus electores? ¡Por dinero! ¿Por qué los bancos cobran altas tasas de interés cuando nos prestan y nos pagan tan poco por nuestros ahorros? ¡Por dinero! ¿A quién se le construyen hoy los grandes ‘templos’ de acero, concreto y cristal? ¡Al dinero! En fin… Los casos son muy numerosos…

Lo que Jesús propone hoy es una inversión de orden: Buscad "primero" el Reino de Dios y su justicia… Si pensáramos menos en dinero y más en Dios, como mínimo reduciríamos la injusticia en el mundo… y nos haríamos un campito en el cielo.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este VIII Domingo del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 6,24-34.     

Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero. Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida? ¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos. Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe! No se inquieten entonces, diciendo: '¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?'. Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción. 
Comentario

Nos encontramos ante uno de los pasajes más bellos, tanto en el orden literario de la forma, como en el orden doctrinal del contenido: una pieza de antología. Destinatario: el hombre de cualquier época, en cualquier lugar del ancho mundo: el rico, el discreto "burgués" o el pobre; el hombre individual y el hombre colectivo.

La orientación hacia el Reino de Dios y la vida según el Espíritu de Cristo exige una decisión definitiva y radical: hay que optar fundamentalmente por Dios o por el dios-dinero (o lo que se puede comprar y gozar mediante el dinero). Tan evidente es esto que la sabiduría de la gente ha transformado en refrán la frase de Jesús: "Nadie puede servir a dos señores". Pero uno se pregunta: ¿por qué esta obsesión de Jesús por prevenirnos y liberarnos de esta tiranía del dios-dinero? Porque cada vez que el dios-dinero se convierte en amo, el hombre pierde su libertad y su dignidad; porque, cuando el hombre consagra su vida al dios-dinero, orquesta un ritual de sacrificios y devociones que le arrebatan la paz y lo convierten en un manojo de angustias, inquietudes y preocupaciones.

Jesús nos conoce bien y desenmascara directa y abiertamente las justificaciones más "nobles" que nosotros solemos darnos para legitimar nuestra idolatría del dinero. Lo hace con tres comparaciones llenas de poesía y encanto: las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; sin embargo, son alimentadas; nadie, por mucho que se haya afanado, ha podido cambiar la estatura de un hombre; los lirios del campo no hilan ni tejen y, sin embargo, están muy bien vestidos. Hay que reconocer que estas palabras son verdaderamente cautivadoras; pero, a medida que reflexionamos, las cosas se hacen tal vez menos sencillas.

¿Cómo compaginar las evocaciones poéticas de Mateo con la situación miserable en que se encuentran sumergidos centenares de millones de seres humanos? ¿No está más que justificada la inquietud del hombre, cuando todos nos preguntamos cómo podremos sobrevivir simplemente en este mundo descentrado y salvaje? ¿Nos echaremos en brazos de una magia celestial o nos conformaremos con suscribir una póliza de seguro celestial contra los infortunios temporales? ¿Y qué hacemos entonces con el espíritu de solidaridad y con la misma caridad cristiana? La primera tentación que nos sale al paso es la de dulcificar las palabras de Jesús. Pero la Palabra de Dios no se deja acomodar: la única actitud noble es la de escucharla, acogerla y dejarse transformar por ella. Veamos breve y sencillamente lo que la Palabra nos dice.

Ante todo, Jesús no invita ni a la pereza ni a la abdicación: las aves no dejan de "trabajar" para encontrar su alimento; los lirios del campo no dejan de hundir sus raíces en la tierra para mantener la frescura y viveza de sus vestidos. La inactividad, el cruzarse de brazos y la despreocupación están condenadas por el sentido común y por el evangelio (parábolas de las minas y de los talentos). El humor discreto de Jesús subraya todo lo que tiene de irrazonable la inquietud exagerada de los hombres: el hombre no es ni un lirio del campo ni un pájaro del cielo, sino que ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios; por eso mismo es providencia para sí y providencia para los demás, como enseña Santo Tomás de Aquino.

Jesús nos invita hoy a hacer una apuesta tan poco "popular" como las otras exigencias radicales del evangelio. Hay que tener bien claro el fin y los medios, la meta y el camino: Dios, el Padre de Jesús, o el dios-dinero. Si hemos optado por Dios-Padre, la prioridad no tiene vuelta de hoja ni admite compadreos: "Buscad como cosa primera el Reino de Dios y su justicia..." Este es el corazón y el secreto de la revolución liberadora del evangelio (=conversión). La lógica del Reino(=la justicia) supone un vuelco en la escala de valores, incluso de los valores realmente importantes, que los proyectos seculares de salvación proponen al hombre.

Apostar por el Reino de Dios quiere decir que hemos de convertirnos en luchadores natos de la persona, la vida, la libertad y la hermosura para todos. No se trata de repartir, sino de compartir el ser y la vida. Esto supone que cada uno de nosotros se libere de las ataduras del dios-dinero y se considere, como S.Pablo, un servidor del Reino, al margen de angustias e inquietudes paralizadoras, de autocríticas narcisistas y complejos de inferioridad. Porque una cosa hay firme y segura: aunque la madre se llegara a olvidar del hijo de sus entrañas, Dios Padre no se olvida de cada uno de nosotros (Is 49,14-15). Si nos mantenemos, pues, en la lógica del Reino las otras cosas nos serán añadidas, porque brotarán del corazón en que no reina la angustia, sino que reina la paz.

Tenemos que terminar, pues, con la propuesta clave de Jesús: "Nadie puede servir a dos señores". ¿A quién elegimos para servir de por vida? El dios-dinero ofrece poder, bienestar, abundancia, lucha sin escrúpulos para tener y poseer; el Dios-Padre convoca a la vida, a la libertad y a la alegría, a la confianza y al compromiso por ser y ayudar a ser a los otros. Pero, eso sí, no olvidemos que optar por Dios-Padre implica participar en el misterio pascual de Cristo y en su ritmo combinado de muerte y resurrección.

DABAR/81/17