¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en
este jueves en que conmemoramos a todos los Fieles Difuntos.
Dios nos bendice...
Evangelio según San Marcos
15,33-39;16,1-6
Al llegar el mediodía,
toda la región quedó en tinieblas hasta media tarde. Y, a la media tarde, Jesús
clamó con voz potente: "Eloí, Eloí, lamá sabaktaní". (Que significa:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?") Algunos de los
presentes, al oírlo, decían: "Mira, está llamando a Elías." Y uno
echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le
daba de beber, diciendo: "Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo." Y
Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se rasgó en dos, de
arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado,
dijo: "Realmente este hombre era Hijo de Dios."
[Pasado el sábado, María
Magdalena, María la de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar
a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al
sepulcro. Y se decían unas a otras: "¿Quién nos correrá la piedra de la
entrada del sepulcro?" Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y
eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a
la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron. Él les dijo: "No os
asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha
resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron."]
Comentario
1. El amor es más fuerte
que la muerte
1.1 El misterio central de
nuestra fe es la Resurrección de Cristo (cf. 1 Cor 15,14). Esto hemos de
tomarlo en serio: el enemigo más grande de nuestros sueños y esperanzas, es
decir, la muerte, ha caído ante uno que es más fuerte: Jesucristo.
1.2 La resurrección del
Señor es una obra del amor. Levantado del sepulcro, Cristo manifiesta el
sentido de toda su vida, que no fue otra cosa sino una continua ofrenda de
amor. Es que el freno para amar, lo que nos detiene de amar más y mejor es la
muerte. Sentimos que si amamos demasiado perdemos lo nuestro y nos quedamos sin
nada. Pero Cristo ha amado hasta quedarse sin nada, porque se ha
"vaciado" de sí mismo en la cruz (cf. Flp 2,7). Cristo ha asumido el
riesgo terrible de ofrecerse a las fauces de la muerte, fiado solamente de la
voluntad del Padre. La resurrección de Cristo es entonces la respuesta de amor
del Padre, que así manifiesta el triunfo de un amor que no se mide, un amor que
no se limita porque no se detiene ante la muerte.
2. La comunión de los
santos
2.1 Nosotros hemos nacido
de ese amor invencible, pues de nosotros fue escrito: "no nacieron de
sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de
Dios" (Jn 1,13). El que nos une y nos reúne no es otro que el Espíritu Santo,
el Espíritu que resucito a Jesús de entre los muertos. Este es el misterio que
llamamos la "comunión de los santos": somos uno en Él, gracias al
mismo amor que hizo posible el portento de la Encarnación y el milagro sublime
de la Resurrección.
2.2 No cabe pensar
entonces que ese amor, que ya venció una vez y para siempre a la muerte, ahora
sea inferior a la muerte. El amor que nos hace "uno" en Jesús es el
mismo amor que resucitó a Jesús, y por eso estamos ciertos que la Iglesia que
peregrina en esta tierra está indisolublemente unida a la Iglesia que ha pasado
ya por el umbral de la muerte.
2.3 Semejante lenguaje no
podía decirse antes de la resurrección del Señor, y por ello, antes de la
predicación de este misterio de misterios, toda invocación de difuntos o toda
idea de una comunicación entre los difuntos y nosotros tenía que ser prohibida
como espiritismo, según ordena severamente el Antiguo Testamento: "No sea
hallado en ti ... quien practique adivinación, ni hechicería, o sea agorero, o
hechicero, o encantador, o médium, o espiritista, ni quien consulte a los
muertos" (Dt 18,10-11). Esta prohibición era razonable porque el contacto
con los difuntos sólo podía tener un objetivo: el intento de asegurar algunos
bienes (suerte, dinero, éxitos...) para esta vida. Pero nosotros no miramos así
a nuestros difuntos, pues es la luz de la victoria del Resucitado quien nos
lleva a considerar el alto destino al que han sido llamados ellos lo mismo que
nosotros.
3. Un inmenso acto de amor
3.1 Nuestras oraciones por
los fieles difuntos llevan por consiguiente un doble sello: caridad hacia ellos
y certeza de la victoria de Cristo. Les amamos, pero no con un amor nostálgico,
prisionero de la fantasía o el recuerdo, sino con el amor eficacísimo propio de
la victoria del Señor.
3.2 Y por eso desde
antiguo la Iglesia ha considerado que es acto precioso de misericordia orar por
los difuntos de quienes podemos pensar que necesitan de este sufragio, no para
reemplazar la fe, si no la tuvieron, sino para limpiar con la potencia de
nuestro amor, fundado en Cristo, cualquier imperfección que pueda impedirles
gozar de la visión de Dios.
3.3 Y ofrecemos este acto
de amor uniéndonos al amor más grande, es decir, al amor de Cristo en la
Eucaristía. Allí precisamente donde se renueva la ofrenda viva de Cristo, allí
fundamos nuestro amor y nuestra esperanza mientras rogamos por nuestros
hermanos difuntos.
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