¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este Martes 31 del Tiempo Ordinario, ciclo B.
Dios nos bendice…
1ª Lectura (Flp 2,5-11):
Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre sobre todo nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Salmo responsorial: 21
R/. El Señor es mi alabanza en la gran asamblea.
Cumpliré mis votos delante de sus fieles. Los desvalidos
comerán hasta saciarse, alabarán al Señor los que lo buscan: viva su corazón
por siempre.
Lo recordarán y volverán al Señor hasta de los confines del orbe; en su
presencia se postrarán las familias de los pueblos.
Porque del Señor es el reino, él gobierna a los pueblos. Ante él se postrarán
las cenizas de la tumba.
Mi descendencia le servirá, hablarán del Señor a la generación futura, contarán
su justicia al pueblo que ha de nacer: todo lo que hizo el Señor.
Versículo antes del Evangelio (Mt 11,28):
Aleluya. Venid a mí, todos los que estéis fatigados y agobiados por la carga, y yo os daré alivio, dice el Señor. Aleluya.
Texto del Evangelio (Lc 14,15-24):
En aquel tiempo, dijo a Jesús uno de los que comían a la
mesa: «¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!». Él le respondió: «Un
hombre dio una gran cena y convidó a muchos; a la hora de la cena envió a su
siervo a decir a los invitados: ‘Venid, que ya está todo preparado’. Pero todos
a una empezaron a excusarse. El primero le dijo: ‘He comprado un campo y tengo
que ir a verlo; te ruego me dispenses’. Y otro dijo: ‘He comprado cinco yuntas
de bueyes y voy a probarlas; te ruego me dispenses’. Otro dijo: ‘Me he casado,
y por eso no puedo ir’.
»Regresó el siervo y se lo contó a su señor. Entonces, airado el dueño de la
casa, dijo a su siervo: ‘Sal en seguida a las plazas y calles de la ciudad, y
haz entrar aquí a los pobres y lisiados, y ciegos y cojos’. Dijo el siervo:
‘Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía hay sitio’. Dijo el señor al
siervo: ‘Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi
casa’. Porque os digo que ninguno de aquellos invitados probará mi cena».
Comentario
Hoy, el Señor nos ofrece una imagen de la eternidad
representada por un banquete. El banquete significa el lugar donde la familia y
los amigos se encuentran juntos, gozando de la compañía, de la conversación y
de la amistad en torno a la misma mesa. Esta imagen nos habla de la intimidad
con Dios trinidad y del gozo que encontraremos en la estancia del cielo. Todo
lo ha hecho para nosotros y nos llama porque «ya está todo preparado» (Lc
14,17). Nos quiere con Él; quiere a todos los hombres y las mujeres del mundo a
su lado, a cada uno de nosotros.
Es necesario, sin embargo, que queramos ir. Y a pesar de saber que es donde
mejor se está, porque el cielo es nuestra morada eterna, que excede todas las
más nobles aspiraciones humanas —«ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón
del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman» (1Cor 2,9) y, por
lo tanto, nada le es comparable—; sin embargo, somos capaces de rechazar la
invitación divina y perdernos eternamente el mejor ofrecimiento que Dios podía
hacernos: participar de su casa, de su mesa, de su intimidad para siempre. ¡Qué
gran responsabilidad!
Somos, desdichadamente, capaces de cambiar a Dios por cualquier cosa. Unos,
como leemos en el Evangelio de hoy, por un campo; otros, por unos bueyes. ¿Y tú
y yo, por qué somos capaces de cambiar a aquél que es nuestro Dios y su
invitación? Hay quien por pereza, por dejadez, por comodidad deja de cumplir
sus deberes de amor para con Dios: ¿Tan poco vale Dios, que lo sustituimos por
cualquier otra cosa? Que nuestra respuesta al ofrecimiento divino sea siempre
un sí, lleno de agradecimiento y de admiración.
Rev. D. Joan COSTA i Bou (Barcelona, España)
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