jueves, 16 de agosto de 2012

Jesús nos invita a perdonar siempre y a todos

¡Amor y paz!

En desarrollo del ‘discurso eclesial o comunitario’ de Jesús, ayer debimos haber leído el Evangelio relacionado con la corrección fraterna. Sin embargo, cambiamos la lectura por la correspondiente a la celebración de la Solemnidad de la Asunción.  ¿Cómo debemos actuar con el hermano que falta? El Señor  enseña un método gradual en la corrección fraterna: el diálogo personal, el diálogo con testigos y, luego, la separación, si es que el pecador se obstina en fallar.

Hoy, Jesús sigue dando consignas sobre el perdón de las ofensas y ante una pregunta de Pedro dice que hay que perdonar hasta setenta veces siete, o sea siempre y a todos.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la XIX Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 18,21-35.19,1. 
Entonces se adelantó Pedro y le dijo: "Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?". Jesús le respondió: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Señor, dame un plazo y te pagaré todo". El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda. Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: 'Págame lo que me debes'. El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: 'Dame un plazo y te pagaré la deuda'. Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: '¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?'. E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía. Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos". Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, dejó la Galilea y fue al territorio de Judea, más allá del Jordán. 
Comentario

La presente sección se abre enunciando un principio básico de la vida cristiana: la reconciliación y el perdón. El lector del evangelio ya lo conoce por otras palabras de Jesús (5,23ss) y la oración específicamente cristiana, el Padrenuestro, lo recuerda constantemente.

La oferta de Pedro de perdonar “siete veces” responde a la enseñanza de Jesús y contrasta con la séxtuple venganza por Caín (Gn 4,15; cf. Lv 26,21). La respuesta de Jesús de perdonar “setenta y siete veces” contrasta con la venganza por Lamec (Gn 4,24). Siete y sus múltiplos son símbolo de plenitud. En el Reino, el perdón ilimitado ha de ocupar el puesto de la venganza. La contrapartida del principio pagano de la venganza sin límite es el principio cristiano del perdón ilimitado.

La parábola que viene a continuación es una aclaración práctica y concreta del principio enunciado. La venganza era una ley sagrada en todo Oriente; el perdón era humillante. La parábola es un drama en cuatro actos: deuda, misericordia, crueldad y justicia. Un hombre debía diez mil talentos. Una suma exorbitante.

El auditorio de Cristo no podía imaginar deuda semejante. La conclusión: se trata de una deuda impagable. El acreedor ordena vender todo cuanto se tiene incluyendo la familia. Ser vendido como esclavo por deudas no era infrecuente en el antiguo Oriente Próximo, pero ese procedimiento era utilizado con mayor frecuencia como castigo, más que para el pago de deudas.

Sin embargo, el rey atiende la súplica y perdona. El deudor perdonado se convierte en deudor despiadado que ante su compañero deudor de algo insignificante en comparación con lo que se le había perdonado lo mete en la cárcel después de casi ahogarlo. El hecho de no mostrar misericordia donde él la había recibido lleva a que la misericordia del rey sea revocada, y el siervo inmisericorde es entonces entregado a los verdugos (v. 34) hasta que pague esa deuda imposible de saldar. En síntesis, la idea es que la soberanía de Dios exige que la misericordia divina sea la medida del perdón en nuestras relaciones con los demás.

Servicio Bíblico Latinoamericano