¡Amor y paz!
El simpático episodio de
Pedro, que se hunde en las aguas del lago, describe bien el carácter de este
impetuoso discípulo y nos ayuda a sacar lecciones provechosas para nuestra
vida.
Nuestra fe es muy débil y
a veces se reduce a las palabras. Por eso, cuando llegan las crisis, esta
tambalea. Los discípulos mismos sintieron miedo, porque no habían reconocido la presencia de Jesús. Lo creyeron un fantasma. Pedro dudó, incluso ante Jesús.
Aprendamos de estos testimonios y fortalezcamos nuestra fe a través de la oración. Así, cuando la barca de nuestra vida parezca irse a pique, podrá
mantenerse a flote y sortear las mareas.
Los invito, hermanos, a leer
y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes de la XVIII Semana del
Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo 14,22-36.
En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman". Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua". "Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame". En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?". En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret. Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados.
Comentario
Después de la multiplicación
de los panes, Jesús se retira al monte a solas a orar, mientras sus discípulos
suben a la barca y se adentran en el lago. Durante la noche se levanta el
viento y pasan momentos de miedo, miedo que se convierte en espanto cuando ven
llegar a Jesús, en la oscuridad, caminando sobre las aguas.
Ahí se convierte Pedro en
protagonista: pide a Jesús que le deje ir hacia él del mismo modo, y empieza a
hacerlo, aunque luego tiene que gritar «Señor, sálvame», porque ha empezado a
dudar y se hunde. Pedro es primario y un poco presuntuoso. Tiene que aprender
todavía a no fiarse demasiado de sus propias fuerzas (el evangelio no nos dice
qué cara pondrían los demás discípulos al presenciar el ridículo de Pedro).
La presencia de Jesús hizo
que amainara el viento. La reacción del grupo de apóstoles está llena de
admiración: «realmente eres Hijo de Dios».
Ante todo, mirándonos al
espejo de Jesús, aprendemos cómo compaginaba su trabajo misionero -intenso,
generoso- con los momentos de retiro y oración. En el diálogo con su Padre es
donde encontraba, también él, la fuerza para su entrega a los demás. ¿No será
ésta la causa de nuestros fracasos y de nuestra debilidad: que no sabemos
retirarnos y hacer oración? ¿Es la oración el motor de nuestra actividad? No se
trata de refugiarnos en la oración para no trabajar. Pero tampoco de
refugiarnos en el trabajo y descuidar la oración. Porque ambas cosas son
necesarias en nuestra vida de cristianos y de apóstoles.
Para que nuestra actividad
no sólo sea humanamente honrada y hasta generosa, sino que lo sea en cristiano,
desde las motivaciones de Dios.
La barca de los
discípulos, zarandeada por vientos contrarios, se ve fácilmente como símbolo de
la Iglesia, agitada por los problemas internos y la oposición externa (cuando Mateo
escribe su evangelio, la comunidad ya sabe muy bien lo que son los vientos
contrarios). También es símbolo de la vida de cada uno de nosotros, con sus
tempestades particulares. En ambos casos, hay una diferencia decisiva: sin
Jesús en la barca, toda perece hundirse. Cuando le dejamos subir, el viento
amaina. En los momentos peores, tendremos que recordar la respuesta de Jesús:
«Ánimo, soy yo, no tengáis miedo». Y confiar en él.
La aventura de Pedro
también nos interpela, por si tenemos la tendencia a fiarnos de nuestras
fuerzas y a ser un tanto presuntuosos. Por una parte, hay que alabar la
decisión de Pedro, que deja la (relativa) seguridad de la barca para intentar
avanzar sobre las aguas. Tenemos que saber arriesgarnos y abandonar seguridades
cuando Dios nos lo pide (recordemos a Abrahán, a sus 75 años) y no instalarnos
en lo fácil. Lo que le faltó a Pedro fue una fe perseverante. Empezó bien, pero
luego empezó a calcular sus fuerzas y los peligros del viento y del agua, y se
hundió.
La vida nos da golpes, que
nos ayudan a madurar. Como a Pedro. No está mal que, alguna vez, nos salga
espontánea, y con angustia, una oración tan breve como la suya: «Señor,
sálvame». Seguramente Jesús nos podrá reprochar también a nosotros: «¡qué poca
fe! ¿por qué has dudado?». E iremos aprendiendo a arriesgarnos a pesar del
viento, pero convencidos de que la fuerza y el éxito están en Jesús, no en
nuestras técnicas y talentos: «realmente eres Hijo de Dios».
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 227-232
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 227-232