domingo, 5 de mayo de 2013

“Que no haya en ustedes angustia ni miedo”

¡Amor y paz!

El tiempo pascual, que se caracteriza por el denominador común de la alegría se diversifica cada domingo por los temas que pone a nuestra consideración. La Pascua es el gran fundamento de la vida cristiana, que nos hace pasar de la utopía a la realidad, de la mentira al amor, del miedo a la paz (Andrés Pardo).

Los invito, hermanos, a leer y, meditar el Evangelio y el comentario, en este Sexto Domingo de Pascua.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 14,23-29.
Jesús le respondió: «Si alguien me ama, guardará mis palabras, y mi Padre lo amará. Entonces vendremos a él para poner nuestra morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras; pero el mensaje que escuchan no es mío, sino del Padre que me ha enviado. Les he dicho todo esto mientras estaba con ustedes. En adelante el Espíritu Santo, el Intérprete que el Padre les va a enviar en mi Nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes angustia ni miedo. Saben que les dije: Me voy, pero volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, pues el Padre es más grande que yo. Les he dicho estas cosas ahora, antes de que sucedan, para que cuando sucedan ustedes crean.
Comentario

Hace algunos años escuché esta historia que me vino a la mente al leer las palabras de Jesús: “No se angustien ni tengan miedo”. Había una vez un niño que se llamaba Jesulín. Su padre era mago. Todas las mañanas, Jesulín se levantaba, se lavaba y se vestía a toda carrera, porque sus padres lo despedían en la puerta de la casa. El papá mago se acercaba a Jesulín y le decía al oído unas palabras mágicas que éste escuchaba lleno de emoción. Jesulín guardaba las palabras mágicas en el bolsillo de su camisa, muy cerca del corazón, y de vez en cuando, se detenía, sacaba sus palabras mágicas, las escuchaba de nuevo y seguía su camino lleno de alegría.

Jesulín tenía la costumbre de recoger a algunos amigos y amigas antes de llegar a la escuela; primero que todo iba a la casa de Miguelito, que era hijo de un policía de tránsito. El papá de Miguelito le decía a su hijo al despedirlo: «Ten cuidado al cruzar las calles... espera siempre a que el hombrecito del semáforo esté en verde. Cruza siempre las calles por el paso de cebra y no corras. Espera a que los carros se hayan detenido y ten cuidado con las bicicletas y las motos...» Y Miguelito salía siempre con una cara de 'semáforo en rojo'...; pero al encontrarse con Jesulín, se daban un abrazo, y entonces, lo que era malo, no parecía tan malo... Luego iban caminando a casa de Conchita, que era hija de una dentista. Su madre la despedía todos los días con estas palabras: «Hija mía, no comas chucherías, ni golosinas, ni chicles... Lávate los dientes cada vez que comas algo; no mastiques muy rápido y ten cuidado con las cosas duras...», y le daba un cepillo de dientes, seda dental y un tubo de crema. Y la pobre Conchita salía con una cara de 'dolor de muelas'...; pero al encontrarse con Jesulín, se daban un abrazo, y entonces, lo que era malo, no parecía tan malo...

Después los tres iban corriendo a casa de Campeón, que era hijo del dueño de un banco. A Campeón siempre lo despedía su papá en la puerta diciéndole: «Tienes que ser el primero, el mejor en todos los deportes y en todas las clases; a mi no me vengas con segundos puestos; siempre hay que ganar; ser el mejor de todos en todo... Ánimo; hay que vencer a los demás en todo». Y su padre le colocaba una medalla que decía por un lado "Soy el mejor" y por el otro decía "Soy el primero"... Y Campeón, salía siempre con una cara de 'partido perdido'...; pero al encontrarse con Jesulín, se daban un abrazo, y entonces, lo que era malo, no parecía tan malo... Por último, pasaban a recoger a Tesorito; una niña muy bonita y muy bien puesta, hija de una familia muy rica; tenían una casa enorme, con una gran escalera a la entrada y un jardín muy bonito; todas las mañanas los padres de Tesorito salían a la puerta y le decían a su hija: «Tienes todo lo que necesitas; llevas dinero, comida, libros, cuadernos, esferos, lápices, colores, plastilina... Llevas de todo y no te falta nada; te hemos dado todo para que no tengas problemas en tu vida... Por eso no hace falta que te digamos nada más». Y así la despedían sin decir más... Y la pobre Tesorito salía con una cara de 'felicidad fingida'...; pero al encontrarse con Jesulín, se daban un abrazo, y entonces, lo que era malo, no parecía tan malo...

Al llegar al colegio, sus amigos le preguntaron a Jesulín por las palabras mágicas; pero Jesulín no quiso revelarlas porque su padre se las decía sólo a él; y si las escuchaba otro, perderían su efecto mágico... De modo que los cuatro fueron una mañana, muy temprano, a la casa de Jesulín; esperaron escondidos, cerca de la puerta, a que llegara la hora en que salieran Jesulín y su papá mago; querían escuchar las palabras mágicas que le decían a Jesulín; pasó un rato y por fin salieron Jesulín y su papá mago... prestaron mucha atención y por fin escucharon las palabras mágicas: El papá mago le decía a Jesulín: «Hijo mío, te quiero mucho... ¡que tengas un día muy feliz!».

Cuando hemos sentido una experiencia de amor incondicional, no podemos tener miedo ante los problemas que nos presenta la vida. Sentirnos amados por Dios, como Jesulín se sintió amado por su papá mago, es lo que Jesús quiso comunicarnos desde la experiencia de su resurrección.

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá