¡Amor y paz!
El tiempo pascual, que se
caracteriza por el denominador común de la alegría se diversifica cada domingo
por los temas que pone a nuestra consideración. La Pascua es el gran fundamento
de la vida cristiana, que nos hace pasar de la utopía a la realidad, de la
mentira al amor, del miedo a la paz (Andrés Pardo).
Los invito, hermanos, a
leer y, meditar el Evangelio y el comentario, en este Sexto Domingo de Pascua.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Juan 14,23-29.
Jesús le respondió: «Si alguien me ama, guardará mis palabras, y mi Padre lo amará. Entonces vendremos a él para poner nuestra morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras; pero el mensaje que escuchan no es mío, sino del Padre que me ha enviado. Les he dicho todo esto mientras estaba con ustedes. En adelante el Espíritu Santo, el Intérprete que el Padre les va a enviar en mi Nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes angustia ni miedo. Saben que les dije: Me voy, pero volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, pues el Padre es más grande que yo. Les he dicho estas cosas ahora, antes de que sucedan, para que cuando sucedan ustedes crean.
Comentario
Hace algunos años escuché
esta historia que me vino a la mente al leer las palabras de Jesús: “No se angustien
ni tengan miedo”. Había una vez un niño que se llamaba Jesulín. Su padre era
mago. Todas las mañanas, Jesulín se levantaba, se lavaba y se vestía a toda
carrera, porque sus padres lo despedían en la puerta de la casa. El papá mago
se acercaba a Jesulín y le decía al oído unas palabras mágicas que éste
escuchaba lleno de emoción. Jesulín guardaba las palabras mágicas en el
bolsillo de su camisa, muy cerca del corazón, y de vez en cuando, se detenía,
sacaba sus palabras mágicas, las escuchaba de nuevo y seguía su camino lleno de
alegría.
Jesulín tenía la costumbre
de recoger a algunos amigos y amigas antes de llegar a la escuela; primero que
todo iba a la casa de Miguelito, que era hijo de un policía de tránsito. El
papá de Miguelito le decía a su hijo al despedirlo: «Ten cuidado al cruzar las
calles... espera siempre a que el hombrecito del semáforo esté en verde. Cruza
siempre las calles por el paso de cebra y no corras. Espera a que los carros se
hayan detenido y ten cuidado con las bicicletas y las motos...» Y Miguelito
salía siempre con una cara de 'semáforo en rojo'...; pero al encontrarse con
Jesulín, se daban un abrazo, y entonces, lo que era malo, no parecía tan
malo... Luego iban caminando a casa de Conchita, que era hija de una dentista.
Su madre la despedía todos los días con estas palabras: «Hija mía, no comas
chucherías, ni golosinas, ni chicles... Lávate los dientes cada vez que comas
algo; no mastiques muy rápido y ten cuidado con las cosas duras...», y le daba
un cepillo de dientes, seda dental y un tubo de crema. Y la pobre Conchita
salía con una cara de 'dolor de muelas'...; pero al encontrarse con Jesulín, se
daban un abrazo, y entonces, lo que era malo, no parecía tan malo...
Después los tres iban
corriendo a casa de Campeón, que era hijo del dueño de un banco. A Campeón
siempre lo despedía su papá en la puerta diciéndole: «Tienes que ser el
primero, el mejor en todos los deportes y en todas las clases; a mi no me
vengas con segundos puestos; siempre hay que ganar; ser el mejor de todos en
todo... Ánimo; hay que vencer a los demás en todo». Y su padre le colocaba una
medalla que decía por un lado "Soy el mejor" y por el otro decía
"Soy el primero"... Y Campeón, salía siempre con una cara de 'partido
perdido'...; pero al encontrarse con Jesulín, se daban un abrazo, y entonces,
lo que era malo, no parecía tan malo... Por último, pasaban a recoger a
Tesorito; una niña muy bonita y muy bien puesta, hija de una familia muy rica;
tenían una casa enorme, con una gran escalera a la entrada y un jardín muy
bonito; todas las mañanas los padres de Tesorito salían a la puerta y le decían
a su hija: «Tienes todo lo que necesitas; llevas dinero, comida, libros,
cuadernos, esferos, lápices, colores, plastilina... Llevas de todo y no te
falta nada; te hemos dado todo para que no tengas problemas en tu vida... Por
eso no hace falta que te digamos nada más». Y así la despedían sin decir más...
Y la pobre Tesorito salía con una cara de 'felicidad fingida'...; pero al
encontrarse con Jesulín, se daban un abrazo, y entonces, lo que era malo, no
parecía tan malo...
Al llegar al colegio, sus
amigos le preguntaron a Jesulín por las palabras mágicas; pero Jesulín no quiso
revelarlas porque su padre se las decía sólo a él; y si las escuchaba otro,
perderían su efecto mágico... De modo que los cuatro fueron una mañana, muy
temprano, a la casa de Jesulín; esperaron escondidos, cerca de la puerta, a que
llegara la hora en que salieran Jesulín y su papá mago; querían escuchar las
palabras mágicas que le decían a Jesulín; pasó un rato y por fin salieron
Jesulín y su papá mago... prestaron mucha atención y por fin escucharon las
palabras mágicas: El papá mago le decía a Jesulín: «Hijo mío, te quiero
mucho... ¡que tengas un día muy feliz!».
Cuando hemos sentido una
experiencia de amor incondicional, no podemos tener miedo ante los problemas
que nos presenta la vida. Sentirnos amados por Dios, como Jesulín se sintió
amado por su papá mago, es lo que Jesús quiso comunicarnos desde la experiencia
de su resurrección.
Hermann Rodríguez Osorio,
S.J.*
* Sacerdote jesuita,
Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad
Javeriana – Bogotá