martes, 15 de abril de 2014

"Les aseguro que uno de ustedes me entregará"

¡Amor y paz!

Está llegando la hora en que el Hijo del Hombre debe ser glorificado ante Dios, su Padre. No basta haber estado con Jesús para llamarse discípulo y amigo suyo. Es necesario vivir en la fidelidad a Él. Hasta los más íntimos pueden convertirse en traidores, cuando no han sabido vivir y caminar en el amor verdadero a Jesucristo.

El Señor nos quiere libres de toda maldad; puros y santos como Él es Santo. Pero si nosotros nos convertimos en egoístas, que sólo buscan sus propios intereses, estamos abriendo las puertas de nuestra vida al maligno, y en lugar de hacer el bien haremos el mal a los demás y nos convertiremos para ellos en ocasión de escándalo y de alejamiento del Señor. Vayamos tras las huellas de Cristo. El Señor nos invita a llegar, incluso, al testimonio supremo de nuestra fe. Ojalá y estemos maduros para ello.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Martes Santo.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 13,21-33.36-38.
Jesús, estando en la mesa con sus discípulos, se estremeció y manifestó claramente: "Les aseguro que uno de ustedes me entregará". Los discípulos se miraban unos a otros, no sabiendo a quién se refería. Uno de ellos -el discípulo al que Jesús amaba- estaba reclinado muy cerca de Jesús. Simón Pedro le hizo una seña y le dijo: "Pregúntale a quién se refiere". Él se reclinó sobre Jesús y le preguntó: "Señor, ¿quién es?". Jesús le respondió: "Es aquel al que daré el bocado que voy a mojar en el plato". Y mojando un bocado, se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote. En cuanto recibió el bocado, Satanás entró en él. Jesús le dijo entonces: "Realiza pronto lo que tienes que hacer". Pero ninguno de los comensales comprendió por qué le decía esto. Como Judas estaba encargado de la bolsa común, algunos pensaban que Jesús quería decirle: "Compra lo que hace falta para la fiesta", o bien que le mandaba dar algo a los pobres. Y en seguida, después de recibir el bocado, Judas salió. Ya era de noche. Después que Judas salió, Jesús dijo: "Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado y Dios ha sido glorificado en él. Si Dios ha sido glorificado en él, también lo glorificará en sí mismo, y lo hará muy pronto. Hijos míos, ya no estaré mucho tiempo con ustedes. Ustedes me buscarán, pero yo les digo ahora lo mismo que dije a los judíos: 'A donde yo voy, ustedes no pueden venir'. Simón Pedro le dijo: "Señor, ¿adónde vas?". Jesús le respondió: "A donde yo voy, tú no puedes seguirme ahora, pero más adelante me seguirás". Pedro le preguntó: "¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti". Jesús le respondió: "¿Darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces". 
Comentario

A Jesús nadie le quita la vida; Él la entrega porque quiere. Y lo quiere no por una especie de masoquismo, sino porque acepta amarnos hasta sus últimas consecuencias. Él volverá a la casa del Padre, llevando consigo a la humanidad entera convertida en una Comunidad de hijos de Dios. La Eucaristía nos reúne, ya desde ahora, en torno a Dios, nuestro Padre, gracias a que Jesús, para el perdón de nuestros pecados, murió clavado en una cruz, y, mediante su sangre derramada, selló entre Dios y nosotros una Alianza nueva y eterna, uniéndonos de un modo más íntimo de como se unen el esposo y la esposa, pues el Matrimonio no es sino apenas un reflejo de lo que es la unión entre Cristo y su Iglesia. Por eso la participación en la Eucaristía va más allá de ser un simple acto de culto a Dios, pues es la forma en que volvemos a la intimidad con el Señor, con el cual queremos permanecer para siempre, convertidos, en hijos en el Hijo.

¿Derrotados? ¿Vencidos? Pareciera que a veces la vida se nos convierte en una ingratitud. Nos preocupamos de los demás; ponemos el mejor de nuestros esfuerzos en la evangelización pero pronto nos quedamos solos. Tal vez unos pocos que medio parecen comulgar con nuestro seguimiento del Señor sigan a nuestro lado luchando por el bien de todos. En medio de lo que muchos podrían considerar un fracaso, recordemos aquello que san Pablo nos indica: Yo sembré, Apolo regó, pero Dios es el que da el crecimiento. Tal vez podríamos haber programado muchas actividades pastorales; tal vez podríamos haber preparado lo mejor posible nuestras celebraciones litúrgicas; tal vez podríamos haber hecho demasiada propaganda para que se acudiera a algunas actividades organizadas por los grupos apostólicos; y al final nos topamos con una indiferencia tal vez generalizada. Jesús, al final, es traicionado por dos de sus más íntimos amigos, y al pie de la cruz sólo habrá un contado número de fieles seguidores suyos. La mayoría habría cambiado como las hojas agitadas por cualquier viento. Pero saber amar hasta dar la vida por los que uno ama es lo único que abrirá canales para que la vida de Dios sea recibida por más y más personas en el mundo. La Iglesia no puede buscar deslumbrar a quienes la escuchan para dejarlos ciegos y paralizados, sino alumbrar el camino de los hombres para que se comprometan en el bien y caminen como hijos de Dios. Vivamos tras las huellas de Cristo con gran amor.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de amarlo con un corazón humilde, elevando a Él nuestra alabanza; pero que nos conceda amarlo también en los pobres, en los que viven desprotegidos. Sólo entonces la riqueza de Dios no la guardaremos en una bolsa para buscar nuestros propios intereses, sino que sabremos que los dones que Dios nos concede son para que los administremos en favor de los demás. Así viviremos realmente siguiendo a Cristo, ya desde ahora, sin negar que somos hijos de Dios, pues nuestras obras darán a conocer que Dios está en nosotros y nosotros en Dios. Amén.