¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este miércoles 31 del tiempo ordinario, ciclo B.
Dios nos bendice…
1ª Lectura (Flp 2,12-18):
Ya que siempre habéis obedecido, no sólo cuando yo estaba presente, sino mucho más ahora en mi ausencia, seguid actuando vuestra salvación con temor y temblor, porque es Dios quien activa en vosotros el querer y la actividad para realizar su designio de amor. Cualquier cosa que hagáis, sea sin protestas ni discusiones, así seréis irreprochables y límpidos, hijos de Dios sin tacha, en medio de una gente torcida y depravada, entre la cual brilláis como lumbreras del mundo, mostrando una razón para vivir. El día de Cristo, eso será una honra para mí, que no he corrido ni me he fatigado en vano. Y, aun en el caso de que mi sangre haya de derramarse, rociando el sacrificio litúrgico que es vuestra fe, yo estoy alegre y me asocio a vuestra alegría; por vuestra parte, estad alegres y asociaos a la mía.
Salmo responsorial: 26
R/. El Señor es mi luz y mi salvación.
El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El
Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?
Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días
de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo.
Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Espera en el Señor,
sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor.
Versículo antes del Evangelio (1Pe 4,14):
Aleluya. Dichosos vosotros, si os injurian por ser cristianos, porque el Espíritu de Dios descansa en vosotros. Aleluya.
Texto del Evangelio (Lc 14,25-33):
En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se
volvió y les dijo: «Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su
madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso
a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí no
puede ser discípulo mío.
»Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a
calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los
cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran,
diciendo: "Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de
acabar". ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta
primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que le ataca
con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para
pedir condiciones de paz. Lo mismo vosotros: el que no renuncia a todos sus
bienes no puede ser discípulo mío.»
Comentario
Hoy contemplamos a Jesús en camino hacia Jerusalén. Allí
entregará su vida para la salvación del mundo. «En aquel tiempo, mucha gente
acompañaba a Jesús» (Lc 14,25): los discípulos, al andar con Jesús que les
precede, deben aprender a ser hombres nuevos. Ésta es la finalidad de las
instrucciones que el Señor expone y propone a quienes le siguen en su ascensión
a la “Ciudad de la paz”.
Discípulo significa “seguidor”. Seguir las huellas del Maestro, ser como Él,
pensar como Él, vivir como Él... El discípulo convive con el Maestro y le
acompaña. El Señor enseña con hechos y palabras. Han visto claramente la
actitud de Cristo entre el Absoluto y lo relativo. Han oído de su boca muchas
veces que Dios es el primer valor de la existencia. Han admirado la relación
entre Jesús y el Padre celestial. Han visto la dignidad y la confianza con la
que oraba al Padre. Han admirado su pobreza radical.
Hoy el Señor nos habla en términos claros. El auténtico discípulo ha de amar
con todo su corazón y toda su alma a nuestro Señor Jesucristo, por encima de
todo vínculo, incluso del más íntimo: «Si alguno viene conmigo y no pospone (…)
incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío» (Lc 14,26-27). Él ocupa el
primer lugar en la vida del seguidor. Dice san Agustín: «Respondamos al padre y
a la madre: ‘Yo os amo en Cristo, no en lugar de Cristo’». El seguimiento
precede incluso al amor por la propia vida. Seguir a Jesús, al fin y al cabo,
comporta abrazar la cruz. Sin cruz no hay discípulo.
La llamada evangélica exhorta a la prudencia, es decir, a la virtud que dirige
la actuación adecuada. Quien quiere construir una torre debe calcular si podrá
afrontar el presupuesto. El rey que ha de combatir decide si va a la guerra o
pide la paz después de considerar el número de soldados de que dispone. Quien
quiere ser discípulo del Señor ha de renunciar a todos sus bienes. ¡La renuncia
será la mejor apuesta!
Rev. D. Joan GUITERAS i Vilanova (Barcelona, España)
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