¡Amor y paz!
La parábola del hijo
pródigo presenta toda la riqueza del amor y de la misericordia de Dios: el
Padre está siempre dispuesto a acoger sin reservas a todos los hombres que
quieran ponerse en sus manos. Sólo existe una barrera que impide este amor de
Dios: creer que somos autosuficientes, que somos capaces de salvarnos nosotros
solos (Misa dominical 1990/06).
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y
el comentario, en este sábado de la 2ª. Semana de Cuaresma.
Dios los bendiga…
Evangelio según San
Lucas 15,1-3.11-32.
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos". Jesús les dijo entonces esta parábola: Jesús dijo también: "Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de herencia que me corresponde'. Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros'. Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: 'Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo'. Pero el padre dijo a sus servidores: 'Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado'. Y comenzó la fiesta. El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso. El le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'. El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: 'Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'. Pero el padre le dijo: 'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado'".
Comentario
El hombre —todo hombre— es
este hijo pródigo: hechizado por la tentación de separarse del Padre para vivir
independientemente la propia existencia; caído en la tentación; desilusionado
por el vacío que, como espejismo, lo había fascinado; solo, deshonrado,
explotado mientras buscaba construirse un mundo todo para sí; atormentado
incluso desde el fondo de la propia miseria por el deseo de volver a la
comunión con el Padre. Como el padre de la parábola, Dios anhela el regreso del
hijo, lo abraza a su llegada y adereza la mesa para el banquete del nuevo
encuentro, con el que se festeja la reconciliación.
Pero
la parábola pone en escena también al hermano mayor que rechaza su puesto en el
banquete. Este reprocha al hermano más joven sus descarríos y al padre la
acogida dispensada al hijo pródigo mientras que a él, sobrio y trabajador, fiel
al padre y a la casa, nunca se le ha permitido —dice— celebrar una fiesta con
los amigos. Señal de que no ha entendido la bondad del padre. Hasta que este
hermano, demasiado seguro de sí mismo y de sus propios méritos, celoso y
displicente, lleno de amargura y de rabia, no se convierta y no se reconcilie
con el padre y con el hermano, el banquete no será aún en plenitud la fiesta
del encuentro y del hallazgo. El hombre —todo hombre— es también este hermano
mayor. El egoísmo lo hace ser celoso, le endurece el corazón, lo ciega y lo
hace cerrarse a los demás y a Dios.
La
parábola del hijo pródigo es, ante todo, la inefable historia del gran amor de
un padre... Al evocar en la figura del hermano mayor el egoísmo que divide a
los hermanos entre sí, se convierte también en la historia de la familia humana.
En ella se describe la situación de la familia humana dividida por los
egoísmos, arroja luz sobre las dificultades para secundar el deseo y la
nostalgia de una misma familia reconciliada y unida; reclama por tanto la
necesidad de una profunda transformación de los corazones y el descubrimiento
de la misericordia del Padre y de la victoria sobre la incomprensión y las
hostilidades entre hermanos.
Beato
Juan Pablo II
Exhortación Apostólica « Reconciliatio et paenitentia », § 5-6 (trad. ©Libreria Editrice Vaticana)
Exhortación Apostólica « Reconciliatio et paenitentia », § 5-6 (trad. ©Libreria Editrice Vaticana)
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