domingo, 27 de julio de 2014

¿Tenemos razones para vivir?

¡Amor y paz!

En la semana que concluyó ayer, comencé unos encuentros con universitarios y la reflexión inicial surgió con base en lo que decía una pancarta que portaban unos jóvenes manifestantes, en mayo del 68, en París.

La pancarta decía: “Nos habéis llenado la barriga, pero no nos habéis dado razones para vivir”. Aquellos eran jóvenes, muchos del primer mundo, que seguramente tenían resueltos sus problemas básicos de alimentación, salud, estudio y empleo, pero que no tenían una brújula que orientara sus vidas.

A raíz del Evangelio de hoy, que nos relata las comparaciones que hace Jesús con el Reino de los Cielos, les comparto una reflexión escrita una década después de aquella protesta en la capital francesa y que plantea lo mismo que se plantearon los jóvenes manifestantes y que hoy le propongo a ustedes queridos lectores, como tema de meditación: ¿Tenemos razones para vivir?

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Domingo XVII del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 13,44-52. 
Jesús dijo a la multitud: "El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró." El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve. Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. ¿Comprendieron todo esto?". "Sí", le respondieron. Entonces agregó: "Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo". 

Comentario

Por encima de todas las crisis que atraviesan de un lado a otro nuestro mundo (crisis económica, política, cultural...) hay otra gran crisis que atraviesa el corazón de los hombres. Es una crisis radical, vital, que afecta a la vida misma, a su sentido, a su validez, a su orientación funda- mental. El hombre de hoy, con mucha frecuencia, no sabe ya por qué ni para qué vive. Nuestro mundo, sobre todo en occidente, está lleno de muchas pequeñas cosas que pugnan por facilitar y hacer cómoda la vida del hombre. El confort y la comodidad llegan cada día a nuevos hogares. La industrialización y la tecnificación invaden diariamente nuevas áreas de la vida humana.

Dicen que los indios de las tribus todavía no civilizadas no padecen neurosis ni enfermedades psicológicas. Sin embargo, como por un trágico contraste, es bien fácil observar que las sociedades más civilizadas (?), las más desarrolladas, las "islas de la opulencia", son las que registran cotas más altas en cuanto a enfermedades psicológicas o suicidios se refiere.

Muchos hablan de la crisis de la juventud actual. Ya no se trata de una crisis moral o de afiliación a ideologías corruptoras. Ahora se trata de una crisis que podría llamarse de cansancio cultural o, más en el fondo, de cansancio vital. Aparece el escepticismo ya en los mismos jóvenes, como prematuramente. En lo poco que han vivido han percibido ya algo así como que la vida no conduce a nada, que no vale la pena luchar por nada, que todo es lo mismo y que todo es superficial y, lo que es peor, que no hay que buscar nada, porque nada hay que encontrar.

Trágica situación la de nuestra sociedad si la misma juventud -su parte más joven y sin malear- amanece ya a la vida con un escepticismo tan radical. Paradójica y ridícula la situación de nuestro mundo, que, en las zonas más desarrolladas y confortables, junta al mayor desarrollo económico la mayor pobreza espiritual.

Para mayor contradicción, esta pobreza espiritual se combina entre nosotros con una enorme producción literaria en torno a las más sofisticadas discusiones ideológicas.
Pero hoy ya -dicen muchos- no es problema de ideologías. El hombre occidental está cansado. No es ya hoy un problema de ideologías. El problema está en que el hombre comienza a descubrir que muchas ideologías no llevan a ninguna parte. Nos movemos en un círculo. No hay salida. Hay que alzar la mirada hacia otra parte.

Muchas neurosis -bien disimuladas tras aparente diversión y frivolidad-, muchas violencias, muchas angustias, muchos suicidios, obedecen simplemente a que el hombre ha perdido contacto con lo vital. Ya no se sabe por qué ni para qué se vive. O, mejor dicho, se empieza a barruntar -y ésa es una tragedia que el hombre no puede soportar en paz- que no se vive por nada ni para nada.

No, el hombre no puede vivir así. El corazón humano tiene demasiadas exigencias como para conformarse con un ir tirando o un mero sobrevivir, por muy confortable que sea. Después de todas las diversiones y las agitaciones, por más entretenidas que hayan sido, o en los momentos más serios de la vida, le rebrota al hombre una y otra vez, desde lo más hondo del corazón, la pregunta por el sentido de su vida.
Querámoslo o no, al hombre le aparecerá siempre como inútil o perdido todo aquello que, una vez vivido, no lo puede reconocer como valioso para una causa.

Diríamos que en medio de la desesperación, el cansancio y la desorientación actual, el hombre siente desesperadamente la necesidad de un sentido, un camino, una causa por la que vivir. Nos parece que es lo duro y lo difícil lo que cansa al hombre, pero en realidad es lo fácil lo que desespera al hombre. Y en una sociedad como la nuestra, donde se quiere hacer tabla rasa de toda dificultad y llegar al estado de máxima comodidad, el hombre se ahoga si no tiene un motivo para vivir, una causa en cuyo servicio gastarse y desgastarse.

El esfuerzo, el sacrificio, el dar la vida generosamente, pueden llenar la vida del hombre con un sentimiento de felicidad más profundo que el de la comodidad, el confort, la diversión. No es lo difícil, es lo fácil y sin sentido lo que angustia al hombre. El que se descarga acaba cansándose, y el que gozosamente toma sobre sí la carga de la donación y el amor permanece joven y lleno de sentido.

En este contexto social es donde hoy sigue teniendo vigencia como nunca la parábola evangélica del tesoro escondido. El hombre moderno sigue buscando inconscientemente un tesoro, un tesoro que vale más que todo lo que le rodea, un tesoro que salve su vida dándole una causa para vivir y para morir, porque las grandes causas para vivir son a la vez grandes causas para morir, para dar la vida por ellas. Lo malo es que hoy en día el tesoro puede estar escondido y sepultado en medio de tanto confort y facilidad como nos rodea.

DABAR 1978/43