¡Amor y paz!
En la semana que concluyó ayer, comencé unos
encuentros con universitarios y la reflexión inicial surgió con base en lo que
decía una pancarta que portaban unos jóvenes manifestantes, en mayo del 68, en
París.
La pancarta decía: “Nos habéis llenado la barriga,
pero no nos habéis dado razones para vivir”. Aquellos eran jóvenes, muchos del
primer mundo, que seguramente tenían resueltos sus problemas básicos de
alimentación, salud, estudio y empleo, pero que no tenían una brújula que
orientara sus vidas.
A raíz del Evangelio de hoy, que nos relata las
comparaciones que hace Jesús con el Reino de los Cielos, les comparto una reflexión
escrita una década después de aquella protesta en la capital francesa y que
plantea lo mismo que se plantearon los jóvenes manifestantes y que hoy le
propongo a ustedes queridos lectores, como tema de meditación: ¿Tenemos razones
para vivir?
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este Domingo XVII del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo 13,44-52.
Jesús dijo a la multitud: "El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró." El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve. Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. ¿Comprendieron todo esto?". "Sí", le respondieron. Entonces agregó: "Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo".
Comentario
Por encima de todas las crisis que atraviesan de un
lado a otro nuestro mundo (crisis económica, política, cultural...) hay otra
gran crisis que atraviesa el corazón de los hombres. Es una crisis radical,
vital, que afecta a la vida misma, a su sentido, a su validez, a su orientación
funda- mental. El hombre de hoy, con mucha frecuencia, no sabe ya por qué ni
para qué vive. Nuestro mundo, sobre todo en occidente, está lleno de muchas
pequeñas cosas que pugnan por facilitar y hacer cómoda la vida del hombre. El
confort y la comodidad llegan cada día a nuevos hogares. La industrialización y
la tecnificación invaden diariamente nuevas áreas de la vida humana.
Dicen que los indios de las tribus todavía no
civilizadas no padecen neurosis ni enfermedades psicológicas. Sin embargo, como
por un trágico contraste, es bien fácil observar que las sociedades más
civilizadas (?), las más desarrolladas, las "islas de la opulencia",
son las que registran cotas más altas en cuanto a enfermedades psicológicas o
suicidios se refiere.
Muchos hablan de la crisis de la juventud actual.
Ya no se trata de una crisis moral o de afiliación a ideologías corruptoras.
Ahora se trata de una crisis que podría llamarse de cansancio cultural o, más
en el fondo, de cansancio vital. Aparece el escepticismo ya en los mismos
jóvenes, como prematuramente. En lo poco que han vivido han percibido ya algo
así como que la vida no conduce a nada, que no vale la pena luchar por nada,
que todo es lo mismo y que todo es superficial y, lo que es peor, que no hay
que buscar nada, porque nada hay que encontrar.
Trágica situación la de nuestra sociedad si la
misma juventud -su parte más joven y sin malear- amanece ya a la vida con un
escepticismo tan radical. Paradójica y ridícula la situación de nuestro mundo,
que, en las zonas más desarrolladas y confortables, junta al mayor desarrollo
económico la mayor pobreza espiritual.
Para mayor contradicción, esta pobreza espiritual
se combina entre nosotros con una enorme producción literaria en torno a las
más sofisticadas discusiones ideológicas.
Pero hoy ya -dicen muchos- no es problema de
ideologías. El hombre occidental está cansado. No es ya hoy un problema de
ideologías. El problema está en que el hombre comienza a descubrir que muchas
ideologías no llevan a ninguna parte. Nos movemos en un círculo. No hay salida.
Hay que alzar la mirada hacia otra parte.
Muchas neurosis -bien disimuladas tras aparente
diversión y frivolidad-, muchas violencias, muchas angustias, muchos suicidios,
obedecen simplemente a que el hombre ha perdido contacto con lo vital. Ya no se
sabe por qué ni para qué se vive. O, mejor dicho, se empieza a barruntar -y ésa
es una tragedia que el hombre no puede soportar en paz- que no se vive por nada
ni para nada.
No, el hombre no puede vivir así. El corazón humano
tiene demasiadas exigencias como para conformarse con un ir tirando o un mero
sobrevivir, por muy confortable que sea. Después de todas las diversiones y las
agitaciones, por más entretenidas que hayan sido, o en los momentos más serios
de la vida, le rebrota al hombre una y otra vez, desde lo más hondo del
corazón, la pregunta por el sentido de su vida.
Querámoslo o no, al hombre le aparecerá siempre
como inútil o perdido todo aquello que, una vez vivido, no lo puede reconocer
como valioso para una causa.
Diríamos que en medio de la desesperación, el
cansancio y la desorientación actual, el hombre siente desesperadamente la
necesidad de un sentido, un camino, una causa por la que vivir. Nos parece que
es lo duro y lo difícil lo que cansa al hombre, pero en realidad es lo fácil lo
que desespera al hombre. Y en una sociedad como la nuestra, donde se quiere
hacer tabla rasa de toda dificultad y llegar al estado de máxima comodidad, el
hombre se ahoga si no tiene un motivo para vivir, una causa en cuyo servicio
gastarse y desgastarse.
El esfuerzo, el sacrificio, el dar la vida
generosamente, pueden llenar la vida del hombre con un sentimiento de felicidad
más profundo que el de la comodidad, el confort, la diversión. No es lo
difícil, es lo fácil y sin sentido lo que angustia al hombre. El que se
descarga acaba cansándose, y el que gozosamente toma sobre sí la carga de la
donación y el amor permanece joven y lleno de sentido.
En este contexto social es donde hoy sigue teniendo
vigencia como nunca la parábola evangélica del tesoro escondido. El hombre
moderno sigue buscando inconscientemente un tesoro, un tesoro que vale más que
todo lo que le rodea, un tesoro que salve su vida dándole una causa para vivir
y para morir, porque las grandes causas para vivir son a la vez grandes causas
para morir, para dar la vida por ellas. Lo malo es que hoy en día el tesoro
puede estar escondido y sepultado en medio de tanto confort y facilidad como
nos rodea.
DABAR 1978/43
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