miércoles, 25 de septiembre de 2013

«Señor, aquí me tienes; ¿qué quieres que haga?»

¡Amor y paz!

En el siglo XVI, el mismo de la Reforma Protestante, del Concilio de Trento  y de San Felipe Neri, San  Francisco Javier se dedica a cumplir la misión que Jesús les confía a los Doce, según nos relata el Evangelio hoy.

Como le ocurrió ayer a  Francisco Javier, le dan a uno ganas hoy de recorrer tantos sitios donde no conocen a Cristo, o donde si lo conocen lo tergiversan o no se comprometen con Él. Leamos el Evangelio y luego el comentario del santo y pensemos dónde será que el Señor nos requiere para cumplir nuestra misión, en este siglo XXI…

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la XXV Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga...

Evangelio según San Lucas 9,1-6.
Jesús convocó a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar a toda clase de demonios y para curar las enfermedades. Y los envió a proclamar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos, diciéndoles: "No lleven nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni tampoco dos túnicas cada uno. Permanezcan en la casa donde se alojen, hasta el momento de partir. Si no los reciben, al salir de esa ciudad sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos". Fueron entonces de pueblo en pueblo, anunciando la Buena Noticia y curando enfermos en todas partes. 
Comentario

Desde que he llegado aquí, no me he dado momento de reposo: me he dedicado a recorrer las aldeas, a bautizar a los niños que no habían recibido aún este sacramento… Los niños no me dejaban recitar el Oficio divino ni comer ni descansar, hasta que les enseñaba alguna oración; entonces comencé a darme cuenta de que de ellos es el reino de los cielos (Mc 10,14). Por tanto, como no podía cristianamente negarme a tan piadosos deseos, comenzando por la profesión de fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, les enseñaba el Símbolo de los apóstoles y las oraciones del Padrenuestro y el Avemaría. Advertí en ellos gran disposición, de tal manera que, si hubiera quien los instruyese en la doctrina cristiana, sin duda llegarían a ser unos excelentes cristianos.

    Muchos, en estos lugares, no son cristianos, simplemente porque no hay quien los haga tales. Muchas veces me vienen ganas de recorrer las universidades de Europa, principalmente la de París, y de ponerme a gritar por doquiera, como quien ha perdido el juicio, para impulsar a los que poseen más ciencia que caridad, con estas palabras: «¡Ay, cuántas almas, por vuestra desidia, quedan excluidas del cielo y se precipitan en el infierno!»

   ¡Ojalá pusieran en este asunto el mismo interés que ponen en sus estudios! Con ello podrían dar cuenta a Dios de su ciencia y de los talentos que les han confiado. Muchos de ellos, movidos por estas consideraciones y por la meditación de las cosas divinas, se ejercitarían en escuchar la voz divina que habla en ellos y, dejando de lado sus ambiciones y negocios humanos, se dedicarían por entero a la voluntad y al arbitrio de Dios, diciendo de corazón: «Señor, aquí me tienes; ¿qué quieres que haga? (Hch 9,10; 22,10) Envíame donde tú quieras, aunque sea hasta la India.»

San Francisco Javier (1506-1552),  jesuita, misionero
Cartas 4 y 5 a San Ignacio de Loyola (trad. cfr breviaro 03/12)
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