viernes, 2 de abril de 2010

LA CRUZ ES DON DE DIOS PARA NUESTRA SALVACIÓN

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, hoy Viernes Santo.

Dios los bendiga…


Evangelio según San Juan 18,1-40.19,1-42.


Después de haber dicho esto, Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar una huerta y allí entró con ellos. Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia. Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó: "¿A quién buscan?". Le respondieron: "A Jesús, el Nazareno". El les dijo: "Soy yo". Judas, el que lo entregaba, estaba con ellos. Cuando Jesús les dijo: "Soy yo", ellos retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó nuevamente: "¿A quién buscan?". Le dijeron: "A Jesús, el Nazareno". Jesús repitió: "Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejEn que estos se vayan". Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: "No he perdido a ninguno de los que me confiaste". Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco. Jesús dijo a Simón Pedro: "Envaina tu espada. ¿ Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?". El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron. Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. Caifás era el que había aconsejado a los judíos: "Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo". Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice, mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo entonces a Pedro: "¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?". El le respondió: "No lo soy". Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza. Jesús le respondió: "He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho". Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: "¿Así respondes al Sumo Sacerdote?". Jesús le respondió: "Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si h hablado bien, ¿por qué me pegas?". Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás. Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron: "¿No eres tú también uno de sus discípulos?". El lo negó y dijo: "No lo soy". Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja, insistió: "¿Acaso no te vi con él en la huerta?". Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo. Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua. Pilato salió a donde estaban ellos y les preguntó: "¿Qué acusación traen contra este hombre?". Ellos respondieron: "Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado". Pilato les dijo: "Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la Ley que tienen". Los judíos le dijeron: "A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie". Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir. Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?". Jesús le respondió: "¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?". Pilato replicó: "¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?". Jesús respondió: "Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí". Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?". Jesús respondió: "Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz". Pilato le preguntó: "¿Qué es la verdad?". Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo: "Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo. Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?". Ellos comenzaron a gritar, diciendo: "¡A él no, a Barrabás!". Barrabás era un bandido. Pilato mandó entonces azotar a Jesús. Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo, y acercándose, le decían: "¡Salud, rey de los judíos!", y lo abofeteaban. Pilato volvió a salir y les dijo: "Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de condena". Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo: "¡Aquí tienen al hombre!". Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: "¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo". Los judíos respondieron: "Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios". Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía. Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús: "¿De dónde eres tú?". Pero Jesús no le respondió nada. Pilato le dijo: "¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?". Jesús le respondió: " Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave". Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban: "Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César". Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado "el Empedrado", en hebreo, "Gábata". Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos: "Aquí tienen a su rey". Ellos vociferaban: "¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!". Pilato les dijo: "¿Voy a crucificar a su rey?". Los sumos sacerdotes respondieron: "No tenemos otro rey que el César".Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron. Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado "del Cráneo", en hebreo "Gólgota". Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. Pilato redactó una inscripción que decía: "Jesús el Nazareno, rey de los judíos", y la hizo poner sobre la cruz. Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: "No escribas: 'El rey de los judíos', sino: 'Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos'. Pilato respondió: "Lo escrito, escrito está". Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí: "No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca". Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a tu hijo". Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa. Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed. Había allí un recipiente lleno de vinagre. Sujetaron a un rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Después de beber el vinagre, dijo Jesús: "Todo se ha cumplido". E inclinando la cabeza, entregó su espíritu. Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne. Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos. Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero secretamente, por temor a los judíos- pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo. Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos. Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos. En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado. Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

Comentario


"Desde la hora sexta la oscuridad cayó sobre toda la tierra hasta la hora nona. Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz ¡Eli, Eli! ¿lema sabactani?": esto es, ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?"

El momento más terrible de la pasión de Jesús es, ciertamente, cuando exclama, en el más extremo sufrimiento de la cruz: "Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?" /Mt/27/45-46

D/AUSENCIA: Es una frase de un salmo en el que Israel, doliente, torturado, despreciado a causa de su fe, le grita a su Dios su desgracia. Y este grito de oración de un pueblo al que su elección, su comunidad con Dios, lo ha convertido en una maldición, alcanza todo su significado en la boca de Aquél que es la misma cercanía salvadora de Dios entre los hombres. Si él se siente abandonado de Dios. ¿dónde podremos encontrar a Dios?

Y hoy resuena en nuestros oídos el eco redoblado de ese grito. Desde el infierno de los campos de concentración, desde la guerra de guerrillas, desde los barrios llenos de miseria, desde esos campamentos palestinos donde los hombres tienen que comerse los cadáveres de sus hermanos, se oye decir: "¿Dónde estás, Dios, creador de este mundo, en el que las más inocentes criaturas sufren terriblemente y son conducidas como corderos al matadero sin poder abrir la boca?

La vieja pregunta de Job se agudiza hoy más que nunca. Es una pregunta a la que no se puede responder con palabras y con argumentos, porque alcanza una profundidad que no puede medir por sí sola la razón.

Todos aquellos que creen poder dar una respuesta a esta cuestión con palabras e ideas inteligentes, están necesariamente abocados al mismo fracaso que los amigos de Job. La única solución es aguantar esta pregunta y sufrirla desde la fe con Aquél, y en Aquél que ha sufrido por todos nosotros. Y lo primero que debemos descubrir es que Jesús no afirma la ausencia de Dios, sino que la transforman en oración.

Si queremos integrar en el viernes santo de Jesús el viernes santo del siglo XX, tenemos que integrar el grito angustiado de nuestro mundo en el grito de Jesús en la cruz: cambiarlo en una oración dirigida a ese Dios y Padre que, a pesar de todo, sigue estando cerca.
Pero hay otra pregunta que nos lanzan todos aquellos que reniegan de Dios por los males del mundo.

¿Se puede rezar honradamente antes de haber hecho nada para enjugar la sangre de los que sufren y secar sus lágrimas? Lo curioso es que la idea de que Dios no puede existir, la desaparición total de Dios, se produce en aquellos que no son más que espectadores de los horrores que se dan, en aquellos que acomodados en su sillón, contemplan lo terrible del mundo y creen haber cumplido con su obligación y haberse defendido diciendo: "si existen tales horrores es que no hay Dios".

Pero la reacción de aquellos que verdaderamente sufren es frecuentemente la contraria; precisamente en su sufrimiento descubren a Dios. En este mundo la adoración sigue saliendo de los hornos de los que fueron quemados y no de los espectadores del horror. No es ninguna casualidad que el pueblo de la revelación, el pueblo que conoció a Dios y lo dio a conocer al mundo, haya sido el pueblo que más ha sufrido a lo largo de la historia, bastante antes de llegar a los hornos crematorios de los nazis.

Y no es ninguna casualidad que el hombre más torturado, el que más sufrió -Jesús de Nazaret- haya sido el revelador, mejor dicho, haya sido y sea la revelación misma.

FE/SUFRIMIENTO: No es ninguna casualidad que la fe en Dios provenga de un rostro lleno de sangre y heridas, de un crucificado, y que el ateísmo tenga su padre en Epicuro, en el mundo de los espectadores satisfechos.

De repente brilla en toda su claridad la seriedad misteriosa y amenazadora de unas palabras de Jesús: "Antes pasa un camello por el ojo de una aguja, que un rico entre en el cielo": un rico, es decir, alguien a quien le va bien, que está saturado de bienestar y sólo conoce el dolor a través de la televisión.

Tomemos en serio estas palabras que nos amonestan precisamente en el Viernes Santo. Es cierto que ni necesitamos ni debemos buscarnos el sufrimiento y la angustia nosotros mismos. Dios manda el Viernes Santo donde quiere y cuando él quiere. Pero debemos tener siempre presente -no sólo teóricamente, sino en la práctica de nuestra vida- que la cruz es siempre don de Dios para nuestra salvación.

La cruz es el instrumento elegido por el Padre -respetando la libertad de los hombres- para revelarnos su amor, para hacernos partícipes de su vida.

También los hombres están inventando continuamente caminos de salvación. Pero todos los partos de la razón humana: todas las filosofías e ideologías, todas los estrategias de este mundo,
tienen siempre en común el rechazo de la metodología de la cruz, en cuanto en ellas siempre está presente la convicción de que la salvación pasa a través del poder.

La palabra de Pablo a los corintios es de una enorme actualidad: "Los judíos piden milagros -fuerza poderosa que salve a los hombres- y los griegos buscan sabiduría -la lógica de la razón-, nosotros predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; más para los llamados -sean judíos o griegos- fuerza de Dios y sabiduría de Dios".
"Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres y la debilidad divina más fuerte que la fuerza de los hombres" (1Co 01, 22-25).

Las injusticias, las opresiones, las luchas, las guerras, la pobreza, el paro, las violencias,
existen y se multiplican porque todos quieren resolver los problemas humanos mediante el poder.
A pesar de todos los fracasos para resolver los problemas humanos, aún existe en el corazón del hombre la convicción de que esos "cinco cercos diabólicos de la muerte" de que habla un teólogo de nuestro tiempo:

- el cerco diabólico de la pobreza
- el cerco diabólico del poder
- el cerco diabólico del racismo
- el cerco diabólico de la destrucción de la naturaleza,
- y el cerco satánico del sin sentido de la vida y del abandono de Dios, pueden ser rotos solamente con la fuerza y la sabiduría de los hombres.

Y cae en ese "titanismo", en esa confiar en sus propias fuerzas, que siempre se convierte en un desafío contra Dios y, a la larga o a la corta, en una nueva forma de opresión del hombre.

La verdadera alternativa es la metodología de la cruz. Esta metodología da testimonio exactamente de lo contrario: dice que la salvación total del hombre nace de la debilidad, no del poder, de la derrota, no de la violencia. Así aparece que el hombre no se salva por sí sólo, es Dios quien lo salva.

Este es el desafío que nos lanza el Viernes Santo ¿se puede salvar el hombre sin la cruz de Cristo, entendida no sólo como causa sino también como método? Pensad en esto, hoy, hermanos, ante la cruz de Cristo.

Porque todos nosotros creemos que la cruz, sí, es causa de nuestra salvación, y por eso vamos a adorarla, como instrumento de esa salvación que Dios nos concede.

Pero no creemos que la cruz es, además, para nosotros, método de salvación y por eso no la aceptamos en nuestra vida, no agradecemos la cruz que Dios nos ha concedido, y la rechazamos con todas nuestras fuerzas o nos desesperamos y la estamos maldiciendo continuamente. Por eso, hoy también se nos pide que al adorar la cruz de Cristo adoremos nuestra propia cruz. Que la aceptemos como muestra del amor de Dios a nosotros. Y pidamos a Dios el Espíritu de Jesús para que podamos extender con él y como él voluntariamente los brazos sobre nuestra propia cruz y ofrecerla a Dios como instrumento de salvación para nosotros y para nuestro mundo.

Termino con las palabras del principio: "Desde la hora sexta, la oscuridad cayó sobre toda la tierra hasta la ahora nona". Así están los hombres de nuestro mundo, aplastados por esta densa tiniebla que les impide descubrir el sentido de la cruz en su vida. Pero todos estamos en la cruz sobre el calvario. Esas tres cruces es la cruz de todos los hombres de nuestro tiempo. La cruz del inocente, la cruz del arrepentido, la cruz del desesperado.

Nosotros, los cristianos, a través de esta densa tiniebla del viernes santo que dura hasta el fin de los tiempos, hasta el día de la resurrección universal, hemos recibido ese poderoso rayo de luz de la resurrección de Cristo, que nos hace descubrir el sentido de su cruz y de nuestra cruz.

Si aceptas hoy la cruz de tu vida y al besar ahora la cruz de Cristo besas tu propia cruz como gracia de Dios, también podrás escuchar esta palabra de Jesús: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso". Hoy se te puede conceder toda la felicidad que es posible recibir en este mundo.

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