¡Amor y
paz!
Los
invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio, en este domingo en que
celebramos jubilosos la triunfante Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
Dios nos
bendice, ¡aleluya!, ¡aleluya!
Lectio
Domingo, 21 abril,
2019
Ver en la noche y creer por el amor
Juan 20, 1-9
1. Pidamos el
Espíritu Santo
¡Señor Jesucristo, hoy
tu luz resplandece en nosotros, fuente de vida y de gozo! Danos tu Espíritu de
amor y de verdad para que, como María Magdalena, Pedro y Juan, sepamos también
nosotros descubrir e interpretar a la luz de la Palabra los signos de tu vida
divina presente en nuestro mundo y acogerlos con fe para vivir siempre en el
gozo de tu presencia junto a nosotros, aun cuando todo parezca rodeado de las
tinieblas de la tristeza y del mal.
2. El Evangelio
a)
Una clave de lectura:
Para el evangelista
Juan, la resurrección de Jesús es el momento decisivo del proceso de su
glorificación, con un nexo indisoluble con la primera fase de tal
glorificación, a saber, con la pasión y muerte.
El acontecimiento de
la resurrección no se describe con las formas espectaculares y apocalípticas de
los evangelios sinópticos: para Juan la vida del Resucitado es una realidad que
se impone sin ruido y se realiza en silencio, en la potencia discreta e irresistible
del Espíritu.
El hecho de la fe de
los discípulos se anuncia "cuando todavía estaba oscuro" y se inicia
mediante la visión de los signos materiales que los remiten a la Palabra de
Dios.
Jesús es el gran
protagonista de la narración, pero no aparece ya como persona.
b) El
texto:
1 El primer día de la
semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba
oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro.
2 Echa a correr y
llega a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se
han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto.»
3 Salieron Pedro y el
otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. 4 Corrían los dos juntos, pero el
otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al
sepulcro. 5 Se inclinó y vio los lienzos en el suelo; pero no entró.
6 Llega también Simón
Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve los lienzos en el suelo, 7 y el
sudario que cubrió su cabeza, no junto a los lienzos, sino plegado en un lugar
aparte.
8 Entonces entró
también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y
creyó, 9 pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús
debía resucitar de entre los muertos.
c)
Subdivisión del texto, para su mejor comprensión:
vers. 1: la
introducción, un hecho previo que delinea la situación;
vers. 2: la reacción
de María y el primer anuncio del hecho apenas descubierto;
vers. 3-5: la reacción
inmediata de los discípulos y la relación que transcurre entre ellos;
vers. 6-7:
constatación del hecho anunciado por María;
vers. 8-9: la fe del
otro discípulo y su relación con la Sagrada Escritura.
3. Un espacio de
silencio interno y externo
para abrir el corazón
y dar lugar dentro de mí a la Palabra de Dios:
- Vuelvo a leer
lentamente todo el pasaje;
- También estoy yo en
el jardín: el sepulcro vacío está delante de mis ojos;
- Dejo que resuene en
mi las palabras de María Magdalena;
- Corro yo también con
ella, Pedro y el otro discípulo;
- Me dejo sumergir en
el estupor gozoso de la fe en Jesús resucitado, aunque, como ellos, no lo veo
con mis ojos de carne.
4. La Palabra que se
nos da
* El capítulo 20 de Juan: es un texto bastante fragmentado, en el que resulta
evidente que el redactor ha intervenido muchas veces para poner de relieve
algunos temas y para unir los varios textos recibidos de las fuentes
precedentes, al menos tres relatos.
* En el día después del sábado: es "el primer día de la semana" y hereda
en el ámbito sagrado la gran sacralidad del sábado hebraico. Para los
cristianos es el primer día de la nueva semana, el inicio de un tiempo nuevo,
el día memorial de la resurrección, llamado "día del Señor" (dies Domini, dominica, domingo).
El evangelista adopta
aquí y en el vers. 19, una expresión que ya es tradicional para los Cristianos
(ejem: Mc 16, 2 y
9; Act. 20, 7) y es más antigua de la que
aparece enseguida como característica de la primera evangelización: " el
tercer día" (ejem. Lc 24, 7 y 46; Act 10, 40; 1Cor 15,4).
* María Magdalena: es la misma mujer que estuvo presente a los pies de
la cruz con otras (19, 25). Aquí parece que estuviera sola, pero la frase del
vers. 2 ("no
sabemos") revela que la narración
original, sobre la que el evangelista ha trabajado, contaba con más mujeres,
igual que los otros evangelios (cfr Mc 16, 1-3; Mt 28, 1; Lc 23, 55-24, 1).
De manera diversa con
respecto a los sinópticos (cfr Mc 16,1; Lc 24,1),
además, no se especifica el motivo de su visita al sepulcro, puesto que ha sido
referido que las operaciones de la sepultura estaban ya completadas (19,40);
quizás, la única cosa que falta es el lamento fúnebre (cfr Mc 5, 38). Sea como sea, el cuarto evangelista reduce al
mínimo la narración del descubrimiento del sepulcro vacío, para enfocar la
atención de sus lectores al resto.
* De madrugada cuando estaba todavía
oscuro: Marcos (16, 2) habla de modo
diverso, pero de ambos se deduce que se trata de las primerísimas horas de la
mañana, cuando la luz todavía es tenue y pálida. Quizás Juan subraya la falta
de luz para poner de relieve el contraste simbólico entre tinieblas = falta de de fe y luz = acogida del evangelio de la resurrección.
* Ve la piedra quitada del sepulcro: la palabra griega es genérica: la piedra estaba
"quitada" o " removida" (diversamente: Mc 16, 3-4).
El verbo
"quitar" nos remite a Jn 1,29: el Bautista señala a Jesús como el
"Cordero que quita el pecado del mundo". ¿Quiere quizás el
evangelista llamar la atención de que esta piedra "quitada", arrojada
lejos del sepulcro, es el signo material de que la muerte y el pecado han sido
"quitados" de la resurrección de Jesús?
* Echa a correr y llega a Simón Pedro
y al otro discípulo: La Magdalena corre a
ellos que comparten con ella el amor por Jesús y el sufrimiento por su muerte
atroz, aumentada ahora con este descubrimiento. Se llega a ellos, quizás porque
eran los únicos que no habían huido con los otros y estaban en contacto entre
ellos (cfr 19, 15 y 26-27). Quiere al menos compartir con ellos el último dolor
por el ultraje hecho al cadáver.
Notamos como Pedro, el
"discípulo amado" y la Magdalena se caracterizan por su amor especial
que los une a Jesús: es precisamente el amor, especialmente si es renovado, el
que los vuelve capaces de intuir la presencia de la persona amada.
* El otro discípulo a quien Jesús
quería: es un personaje que aparece sólo
en este evangelio y sólo a partir del capítulo 13, cuando muestra una gran
intimidad con Jesús y también un gran acuerdo con Pedro (13, 23-25). Aparece en
todos los momentos decisivos de la pasión y de la resurrección de Jesús, pero
permanece anónimo y sobre su identidad se han dado hipótesis bastantes
diferentes. Probablemente se trata del discípulo anónimo del Bautista que sigue
a Jesús junto con Andrés (1, 23-25). Puesto que el cuarto evangelio no habla
nunca del apóstol Juan y considerando que este evangelio a menudo narra cosas
particulares propias de un testigo ocular, el "discípulo" ha sido
identificado con el apóstol Juan. El cuarto evangelio siempre se le ha
atribuido a Juan, aunque él no lo haya compuesto materialmente, si bien es en
el origen de la tradición particular al que se remonta este evangelio y otros
escritos atribuidos a Juan. Esto explica también como él sea un personaje un
tanto idealizado.
A
quien Jesús quería: es evidentemente un
añadido debido, no al apóstol, que no hubiera osado presumir de tanta confianza
con el Señor, sino de sus discípulos, que han escrito materialmente el
evangelio y han acuñado esta expresión reflexionando sobre el evidente amor
privilegiado que concurre entre Jesús y este discípulo (cfr 13,25; 21, 4.7).
Allí donde se usa la expresión más sencilla, "el otro discípulo" o
"el discípulo", es que ha faltado, por tanto, el añadido de los
redactores.
* Se han llevado del sepulcro al
Señor: estas palabras, que se
repiten también a continuación: vers. 13 y 15, revelan que María teme uno de
los robos de cadáveres que sucedían a menudo en la época, de tal manera que
obligó al emperador romano a dictar severos decretos para acabar con el fenómeno.
A esta posibilidad recurre, en Mateo (28, 11-15), los jefes de los sacerdotes
para difundir el descrédito sobre el acontecimiento de la resurrección de Jesús
y ocasionalmente, justificar la falta de intervención de los soldados puestos
de guardias en el sepulcro.
* El Señor: el título de "Señor" implica el
reconocimiento de la divinidad y evoca la omnipotencia divina. Por esto, era
utilizado por los Cristianos con referencia a Jesús Resucitado. El cuarto
evangelista, de hecho, lo reserva sólo para sus relatos pascuales (también en
20-13).
No
sabemos dónde lo han puesto: la frase
recuerda cuanto sucedió a Moisés, cuyo lugar de sepultura era desconocido (Dt
34, 10). Otra probable referencia es a las mismas palabras de Jesús sobre la
imposibilidad de conocer el lugar donde hubiera sido llevado.(7, 11.22;
8,14.28.42; 13, 33; 14, 1-5; 16,5).
*Corrían los dos juntos…pero el
otro…llegó primero…pero no entró: La
carrera revela el ansia que viven estos discípulos.
El pararse del
"otro discípulo", es mucho más que un gesto de cortesía o de respeto
hacia un anciano: es el reconocimiento tácito y pacífico, en su sencillez, de
la preeminencia de Pedro dentro del grupo apostólico, aunque esta preeminencia
no se subraye. Es, por tanto, un signo de comunión. Este gesto podría también
ser un artificio literario para trasladar el acontecimiento de la fe en la
resurrección al momento sucesivo y culminante de la narración.
* Los lienzos en el suelo y el
sudario…plegado en un lugar aparte: ya
el otro discípulo, sin siquiera entrar, había visto algo. Pedro, pasando la
entrada del sepulcro, descubre la prueba de que no había habido ningún robo del
cadáver: ¡ningún ladrón hubiera perdido el tiempo en desvendar el cadáver,
extender ordenadamente los lienzos y las fajas (por tierra pudiera
haber sido traducido mejor por "extendidas" o "colocadas en el
suelo") y plegar aparte el sudario! La operación se hubiera complicado por
el hecho de que los óleos con los que había sido ungido aquel cuerpo
(especialmente la mirra) operaban como un pegamento, haciendo que se adhiriera
perfecta y seguramente el lienzo al cuerpo, casi como sucedía con las momias.
El sudario, además está plegado; la palabra griega puede decir también
"enrollado", o más bien indicar que aquel paño de tejido ligero había
conservado en gran parte las formas del rostro sobre el cual había estado
puesto, casi como una máscara mortuoria. Las vendas son las mismas citadas en
Jn 19, 40.
En el sepulcro, todo
resulta en orden, aunque falta el cuerpo de Jesús y Pedro consigue ver bien en
el interior, porque el día está clareando.
A diferencia de Lázaro
(11,44), por tanto, Cristo ha resucitado abandonando todo los arreos
funerarios: los comentadores antiguos hacen notar que, de hecho, Lázaro
guardaría sus vendas para la definitiva sepultura, mientras que Cristo no tenía
ya más necesidad de ellas, no debiendo ya jamás morir (cfr Rm 6,9).
* Pedro…vio…el otro discípulo…vio y
creyó: también María, al comienzo de
la narración, había "visto". Aunque la versión española traduzca todo
con el mismo verbo, el texto original usa tres diversos (theorein para Pedro; blepein para
el otro discípulo y la Magdalena; idein, aquí, para el
otro discípulo), dejándonos entender un crecimiento de profundidad espiritual
de este "ver" que , de hecho, culmina con la fe del otro discípulo.
El discípulo anónimo,
ciertamente, no ha visto nada diverso de lo que ya había visto Pedro: quizás,
él interpreta lo que ve de manera diversa de los otros, también por la especial
sintonía de amor que había tenido con Jesús (la experiencia de Tomás es emblemática:
29, 24-29). Sin embargo, como se indica por el tiempo del verbo griego, su fe
es todavía una fe inicial, tanto que él no encuentra el modo de compartirla con
María o Pedro o cualquiera de los otros.
Para el cuarto
evangelista, sin embargo, el binomio "ver y creer" es muy
significativo y está referido exclusivamente a la fe en la resurrección del
Señor (cfr 20, 29), porque era imposible creer verdaderamente antes que el
Señor hubiese muerto y resucitado (cfr 14, 25-26; 16, 12-15). El binomio visión
– fe, por tanto, caracteriza a todo este capítulo y " el discípulo
amado" se presenta como un modelo de fe que consigue comprender la verdad
de Dios a través de los acontecimientos materiales (cfr también 21, 7).
* No habían comprendido todavía la
Escritura: se refiere evidentemente a
todos los otros discípulos. También para aquéllos que habían vivido junto a
Jesús, por tanto, ha sido difícil creer en Él y para ellos, como para nosotros,
la única puerta que nos permite pasar el dintel de la fe auténtica es el
conocimiento de la Escritura (cfr. Lc 24, 26-27; 1Cor 15, 34; Act 2, 27-31) a
la luz de los hechos de la resurrección.
5. Algunas preguntas
para orientar la reflexión y la actuación
a) ¿Qué quiere decir
concretamente, para nosotros, "creer en Jesús Resucitado"? ¿Qué
dificultades encontramos? ¿La resurrección es sólo propia de Jesús o es
verdaderamente el fundamento de nuestra fe?
b) La relación que
vemos entre Pedro, el otro discípulo y María Magdalena es evidentemente de gran
comunión en torno a Jesús. ¿En qué personas, realidades, instituciones
encontramos hoy la misma alianza de amor y la misma "común unión"
fundada en Jesús? ¿Dónde conseguimos leer los signos concretos del gran amor
por el Señor y por los "suyos" que mueve a todos los discípulos?
c) Cuando observamos
nuestra vida y la realidad que nos circunda de cerca o de lejos ¿tenemos la
mirada de Pedro (ve los hechos, pero permanece firme en ellos: a la muerte y a
la sepultura de Jesús), o más bien, la del otro discípulo (ve los hechos y descubre
en ellos los signos de una vida nueva)?
6. Oremos invocando
gracia y alabando a Dios
con un himno extraído
de la carta de Pablo a los Efesios (paráfrasis 1, 17-23)
El Dios de nuestro
Señor Jesucristo, el Padre de la gloria,
os conceda espíritu de
sabiduría y de revelación
para conocerle
perfectamente;
iluminando los ojos de
vuestro corazón
para que conozcáis
cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él;
cuál la riqueza de la
gloria otorgada por él en herencia a los santos,
y cuál la soberana
grandeza de su poder
para con nosotros, los
creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa,
que desplegó en
Cristo, resucitándole de entre los muertos
y sentándole a su
diestra en los cielos,
por encima de todo
principado, potestad,
virtud, dominación
y de todo cuanto tiene
nombre
no sólo en este mundo
sino también en el venidero.
Sometió todo bajo sus
pies
y le constituyó cabeza
suprema de la Iglesia,
que es su cuerpo,
la plenitud del que lo
llena todo en todo.
7. Oración final
El contexto litúrgico
no es indiferente para orar este evangelio y el acontecimiento de la
resurrección de Jesús, en torno al cual gira nuestra fe y vida cristiana. La
secuencia que caracteriza la liturgia eucarística de este día y de la semana
que sigue (la octava) nos guía en la alabanza al Padre y al Señor Jesús:
Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza
Lucharon vida y muerte
en singular batalla
y, muerto el que es Vida,
triunfante se levanta.
¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?
- A mi Señor glorioso
la tumba abandonada,
|
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua
Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa
|
Nuestra oración puede
también concluirse con esta vibrante invocación de un poeta contemporáneo,
Marco Guzzi:
¡Amor,
Amor, Amor!
Quiero
sentir, vivir y expresar todo este Amor
que
es empeño gozoso en el mundo
y
contacto feliz con los otros.
Sólo
tú me libras, sólo tu me sueltas.
Y
los hielos descienden para regar
el
valle más verde de la creación.
Orden
de los Carmelitas