domingo, 17 de marzo de 2013

¿Qué hubiera hecho Jesús en un caso como este?

¡Amor y paz!

Hoy el evangelio nos relata el famoso episodio de la mujer que fue apedreada luego de ser sorprendida en adulterio. Jesús conmina a quienes la castigan a que arrojen la primera piedra los que se hallen libres de pecado. Para ayudar a la reflexión, les comparto estas líneas de la Pastoral penitencial francesa:

Si de tu padre siempre encontraste la mano,
si a tu madre nunca buscaste en vano;
si nunca padeciste hambre,
ni la miseria fue tu compañera..
No tires la primera piedra.

Si nunca sufriste la injusticia
de insultos, condenas y malicias;
si nunca fuiste humillado,
ni en soledad mil veces has llorado..
No tires la primera piedra.

Si nunca has conocida la locura,
ni estuviste sediento de ternura,
ni buscado en el fondo de un vaso
la forma de olvidarte de un fracaso...
No tires la primera piedra.

Si nunca has contenido un sollozo
tumbado en el rincón de un calabozo;
si nunca te tuviste que bajar
sin tan siquiera tener derecho a hablar...
No tires la primera piedra. 

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este domingo de la Quinta semana de Cuaresma…

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 8,1-11. 
Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos,dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?". Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: "El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra". E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?". Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante". 
Comentario

Cuentan que una vez un sacerdote con cierta experiencia pastoral se iba de paseo un fin de semana y encargó todos los detalles al joven vicario parroquial: “–Tenga en cuenta que el sábado hay dos misas; la de seis y la de siete en la que habrá un matrimonio. El domingo recuerde tocar las campanas, aunque los vecinos se quejen. No se olvide de la misa de niños a las once. Por la tarde, deje las limosnas sobre el escritorio...” Y así, el párroco se fue tranquilo a su paseo.

Al regresar, el lunes por la tarde, recibió un completo informe de lo sucedido el fin de semana. Aparentemente, no hubo nada raro. Pero llegando al final del relato, el joven vicario dijo: “–¡Ah, se me olvidaba comentarle! Resulta que el sábado vino mucha gente al matrimonio. Llegó más gente que a la misa de las seis”. “–Hasta ahí, nada raro”, replicó el párroco. El vicario continuó: “–Pues resulta que vino una señora evangélica. Todo el mundo sabe que ella es evangélica; yo mismo la he visto entrar en un templo que hay cerca de aquí. Es muy amiga de la novia y por eso estaba allí”. “–Hasta ahí, nada raro”, continuó el párroco, ya un poco molesto por los rodeos. “–Pues lo raro fue que en el momento de la comunión la señora se puso en la fila y yo no sabía qué hacer. Mientras iba repartiendo la comunión a los fieles, me iba preguntando interiormente: ¿qué hago, Señor? ¡Ilumíname! Cuando llegó frente a mi, lo único que se me ocurrió preguntarme fue: ¿Qué hubiera hecho Jesús en un caso como este?” Entonces, el párroco, casi gritando, dijo: “¡No me diga que hizo eso! Hoy mismo hablaré con el obispo para que lo sancione por lo que ha hecho. Habrá una ceremonia de desagravio en la que estén presentes los feligreses de la parroquia”.

No sé qué final le ha puesto cada uno de los lectores a esta historia. Propiamente, la historia no cuenta lo que hizo el vicario. Lo único que deja claro es que lo que hizo el joven sacerdote, escandalizó al párroco. Pero ni siquiera éste supo qué hizo el vicario. Se supone que hizo lo que Jesús hubiera hecho en un caso similar. No conozco una mejor forma de explicar lo que es el discernimiento espiritual. La gente se imagina que el discernimiento es una técnica determinada para buscar la voluntad de Dios. Desde luego, hay técnicas que nos pueden ayudar a adelantar un proceso de discernimiento personal o comunitario. Pero, estrictamente hablando, estas técnicas no son el discernimiento. Por eso, prefiero decir que el discernimiento espiritual es una forma de vida que, sin mayores complicaciones, se hace cada día y ante cada situación particular y cotidiana, la pregunta del vicario parroquial: ¿Qué hubiera hecho Jesús en un caso como este? Y no sólo se hacer la pregunta, sino que acierta en la respuesta y la realiza sin titubeos. Si nos hemos impregnado de la manera de obrar de Jesús, no debería ser tan complicado saber cómo obraría él en una determinada situación. Lo complicado, normalmente, no es saber qué haría el Señor. Lo difícil es hacerlo... Sobre todo porque las consecuencias para la propia vida son impredecibles, como fue impredecible la reacción del párroco de la historia, que se escandalizó, no de lo que hizo el vicario, sino de lo que él mismo pensó que hubiera hecho Jesús ante una situación como esa...

La escena que nos presenta el evangelio de san Juan este domingo también debió escandalizar a más de uno en su momento. Incluso hoy, no faltará quién piense que Jesús se pasó de bueno, porque una cosa es tener misericordia y otra dejar pasar estos pecados tan monumentales sin una sanción ejemplar para todos los creyentes. Jesús no condena a una mujer sorprendida en flagrante adulterio. Una persona sensata, con criterios morales, no habría tenido la menor duda de que a esta mujer había que apedrearla, como lo mandaba la ley de Moisés. Pero Jesús no dejará nunca de sorprendernos con su bendita forma de pensar y sobre todo con su más bendita forma de actuar. Lo primero es salvar a la persona humana... a cada ser humano en particular. Y este es el criterio fundamental para discernir su voluntad hoy. Ese fue el criterio del vicario de la historia, y ese debería ser el criterio que nos guíe hoy en nuestros propios discernimientos.

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá