¡Amor y paz!
Al cumplir hoy un lustro
de publicación diaria de este blog, doy gracias a Dios por permitirme ser su
instrumento para compartir el Evangelio a tantas personas, la mayoría anónimas.
A esos hermanos, y a quienes de alguna manera se identifican, les agradezco
también la lectura de estos textos, que buscan su bien y la gloria de Dios. Que
Él y ustedes me permitan mejorar cada vez más en este propósito.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la undécima
semana del Tiempo Ordinario.
Dios nos bendice…
Evangelio según San Mateo 6,24-34.
Dijo Jesús a sus discípulos: Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero. Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida? ¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos. Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe! No se inquieten entonces, diciendo: '¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?'. Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción.
Comentario
Jesús quería que sus
discípulos se decidieran claramente por una causa y que no fueran personas
ambiguas. Y planteaba que sólo había dos causas: la de Dios y la del Dinero.
Ambas causas implicaban
actitudes espirituales y sociales contrarias. Decidirse por una o por otra
significaba tanto un compromiso espiritual como un compromiso social. El valor
de cada una de estas causas depende de la forma como cada una de ellas trate al
ser humano. La causa del dinero lo trata como una mercancía más, como una cosa
negociable que debe ser puesta al servicio del lucro o beneficio, aunque de
ello se deriven consecuencias indeseables, como el despojo de sus derechos más
elementales (sustento-alimento y protección-vestido).
La causa de Dios, por el
contrario, trata al ser humano como su objetivo central, máxime si este ser
humano se encuentra oprimido o deshumanizado. Dios asume la causa del ser
humano como su propia causa, porque el ser humano es su hijo y en Jesús ha
multiplicado los motivos de su identificación con la Humanidad.
La causa del dinero es la
causa del lucro, del beneficio, y es la causa de los poderosos y de los ricos.
La causa de Dios, al contrario es la causa de la justicia y de la fraternidad,
y por eso es causa que está a favor de que cesen las injusticias, y está a
favor por tanto de los injusticiados, de los pobres, marginados o excluidos. La
Causa de Dios es Causa de los pobres. El documento de Puebla lo dijo muy
claramente: Invitamos a todos a asumir la causa de los pobres como la Causa de
Dios mismo.
Quien se ponga al servicio
de la causa del dinero no debe extrañarse de que en la tierra se multipliquen
los seres humanos sin alimento y sin vestido. En cambio quien ponga su vida al
servicio de la causa de Dios recogerá tarde o temprano, el fruto de la
fraternidad que ha sembrado y de la causa de la justicia por la que ha
trabajado. El alimento y el vestido no faltarán nunca en una sociedad de
hermanos, regida por la igualdad y la solidaridad. Como decía un santo Padre:
no puede convivir juntos el menesteroso y el justo» (porque si el justo es
justo, compartirá con el menesteroso y dejará de serlo).
Las iglesias primitivas
ciertamente experimentaron esto. Quien se ponía al servicio del Evangelio,
encontraba el pedazo de pan y el techo familiar que lo cobijaba. Este era un
compromiso de todas las comunidades cristianas con quienes las servían. La
palabra de Jesús iba dirigida a estos futuros servidores comunitarios. Más
tarde, cuando la Iglesia aflojó en su calidad de servicio, empezó a pagar
tributo al Dinero. Y al desaparecer la utopía de la igualdad y la fraternidad,
se dio de nuevo lugar a la competencia. Es nuestro egoísmo el que anula o
desvirtúa el proyecto original de Dios que nos permitiría vivir sin que el
alimento y el vestido fueran la preocupación primaria.
Servicio
Bíblico Latinoamericano