¡Amor y paz!
En el clima de despedida
de Jesús, hay una preocupación lógica por el futuro. Y Jesús los tranquiliza:
«la paz os dejo, mi paz os doy». Eso sí, no es una paz barata, sino una paz que
viene de lo alto: «no os la doy yo como la da el mundo».
La consigna de Jesús es
clara: «no tiemble vuestro corazón ni se acobarde». Es verdad que «me voy», pero
«vuelvo a vuestro lado: si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre».
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes de la V Semana de
Pascua.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Juan 14,27-31a.
Les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes angustia ni miedo. Saben que les dije: Me voy, pero volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, pues el Padre es más grande que yo. Les he dicho estas cosas ahora, antes de que sucedan, para que cuando sucedan ustedes crean. Ya no hablaré mucho más con ustedes, pues se está acercando el príncipe de este mundo. En mí no encontrará nada suyo, pero con esto sabrá el mundo que yo amo al Padre y que hago lo que el Padre me ha encomendado hacer. Ahora levántense y vayámonos de aquí.
Comentario
La paz y la seguridad que Jesús promete a los suyos deriva de la unión íntima que él tiene con el Padre: él ama al Padre, cumple lo que le ha encargado el Padre y ahora vuelve al Padre. Desde esa existencia postpascual es como «volverá» a los suyos y les apoyará y les dará su paz.
Las palabras de Jesús en
el evangelio de hoy las recordamos cada día en la misa, antes de comulgar:
«Señor Jesucristo, que dijiste a los apóstoles: la paz os dejo, mi paz os
doy...».
También ahora necesitamos
esta paz. Porque puede haber tormentas y desasosiegos más o menos graves en
nuestra vida personal o comunitaria. Como en la de los apóstoles contemporáneos
de Jesús. Y sólo nos puede ayudar a recuperar la verdadera serenidad interior
la conciencia de que Jesús está presente en nuestra vida.
Esta presencia siempre
activa del Resucitado en nuestra vida la experimentamos de un modo privilegiado
en la comunión. Pero también en los demás momentos de nuestra jornada: «yo
estoy con vosotros todos los días», «donde dos o tres están reunidos en mi
nombre, allí estoy yo», «lo que hiciereis a uno de ellos, a mí me lo hacéis».
La presencia del Señor es misteriosa y sólo se entiende a partir de su ida al
Padre, de su existencia pascual de Resucitado: «me voy y vuelvo a vuestro
lado».
A veces podemos
experimentar más la ausencia de Cristo que su presencia. Puede haber «eclipses»
que nos dejan desconcertados y llenos de temor y cobardía. Como también en el
horizonte de la última cena se cernía la «hora del príncipe de este mundo», que
llevaría a Cristo a la muerte. Pero la muerte no es la última palabra. Por eso
estamos celebrando la alegría de la Pascua. También Cristo encontró la paz y el
sentido pleno de su vida en el cumplimiento de la voluntad de su Padre, aunque
le llevara a la muerte.
Escuchemos la palabra
serenante del Señor: «no tiemble vuestro corazón ni se acobarde». Si estamos
celebrando bien la Cincuentena Pascual, deberíamos haber crecido ya
notoriamente en la paz que nos comunica el Resucitado, venciendo toda turbación
y miedo.
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 105-107
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 105-107