sábado, 23 de noviembre de 2013

Jesús nos asegura que la muerte no tiene la última palabra

¡Amor y paz!

Se suele llamar "trampa saducea" a las preguntas que no están hechas con sincera voluntad de saber, sino para tender una "emboscada" para que el otro quede mal, responda lo que responda. Eso hacen con Jesús, pero no sólo él sale bien librado sino que da una lección sobre la resurrección de  los muertos y la vida eterna.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 20,27-40.
Se le acercaron algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: "Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?". Jesús les respondió: "En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán. Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él". Tomando la palabra, algunos escribas le dijeron: "Maestro, has hablado bien". Y ya no se atrevían a preguntarle nada. 
Comentario

Los saduceos pertenecían a las clases altas de la sociedad. Eran liberales en algunos aspectos sociales -eran conciliadores con los romanos-, pero se mostraban muy conservadores en otros. Por ejemplo, de los libros del AT sólo aceptaban los libros del Pentateuco (la Torá), y no las tradiciones de los rabinos. No creían en la existencia de los ángeles y los demonios, y tampoco en la resurrección. Al contrario de los fariseos, que sí creían en todo esto y se oponían a la ocupación romana. Por tanto, no nos extraña que cuando Jesús confunde con su respuesta a los saduceos, unos letrados le aplauden: "bien dicho, Maestro".

El caso que los saduceos presentan a Jesús, un tanto extremado y ridículo, está basado en la "ley del levirato" (cf. Deuteronomio 25), por la que si una mujer queda viuda sin descendencia, el hermano del esposo difunto se tiene que casar con ella para darle hijos y perpetuar así el apellido de su hermano.

La respuesta de Jesús es un prodigio de habilidad en sortear trampas.
Lo primero que afirma es la resurrección de los muertos, su destino de vida, cosa que negaban los saduceos: Dios nos tiene destinados a la vida, no a la muerte, a los que "sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos". "No es Dios de muertos, sino de vivos".

Pero la vida futura será muy distinta de la actual. Es vida nueva, en la que no hará falta casarse, "pues ya no pueden morir, son como ángeles, son hijos de Dios, porque participan en la resurrección". Ya no hará falta esa maravillosa fuerza de la procreación, porque la vida y el amor y la alegría no tendrán fin.

Aunque la "otra vida", que es la transformación de ésta, siga siendo también para nosotros misteriosa, nuestra visión está ayudada por la luz que nos viene de Cristo. Él no nos explica el "cómo" sucederán las cosas, pero sí nos asegura que la muerte no es la última palabra, que Dios nos quiere comunicar su misma vida, para siempre, que estamos destinados a "ser hijos de Dios y a participar en la resurrección".

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 310-313