domingo, 11 de septiembre de 2011

Si no queremos perdonar a los hermanos, no tenemos nada que hacer ante Dios

¡Amor y paz!

Coincidencialmente, en este día en que el mundo civilizado conmemora todavía aterrado los abominables acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, el Evangelio nos plantea la enseñanza del perdón. 

En efecto, Jesús nos pide perdonar de corazón a nuestros hermanos.  Y ese mandamiento, que nace del ejercicio del amor a Dios y a nuestro prójimo, debe ser aterrizado a nuestra realidad personal y comunitaria. Porque ¡cuán fácil es perdonar en abstracto  o de palabra!

Como dice X. León-Dufour, en su ‘Vocabulario de Teología Bíblica’ (Herder), “Las resonancias que suscita la palabra ‘corazón’ no son idénticas en hebreo y en español (…) En nuestra manera de hablar, el corazón sólo evoca la vida afectiva. El hebreo concibe el corazón como lo interior del hombre en un sentido mucho más amplio. Además de los sentimientos, el corazón contiene también los recuerdos y los pensamientos, los proyectos y las decisiones”.

En otras palabras, perdonar de corazón, como nos indica el Señor, compromete a todo el hombre. Perdonar exige todo de sí porque se debe eliminar todo resentimiento y deseo de venganza. Perdonar implica olvidar. Pasar la página. Y eso sólo se puede hacer con la ayuda de Dios, fuente de bondad y misericordia.


En ese sentido, es muy importante lo que dice este domingo el editorial de The New York Times en su edición virtual: “Quizá con el tiempo nos daremos cuenta que el significado completo de lo que pasó el 9/11 se encuentra en el aumento de la compasión y la esperanza que acompañó a la conmoción y el luto de ese día de septiembre”.

Y lo sintetiza en primera página: “Como nación, debemos recuperar la compasión que surgió después del 9 / 11”.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Domingo XXIV del Tiempo Ordinario.

Dios os bendiga…

Evangelio según San Mateo 18,21-35. 
Entonces se adelantó Pedro y le dijo: "Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?".  Jesús le respondió: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Señor, dame un plazo y te pagaré todo". El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda. Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: 'Págame lo que me debes'. El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: 'Dame un plazo y te pagaré la deuda'. Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: '¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?'. E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía. Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos". 
Comentario

Una invitación a examinar si nos esforzamos en perdonar de verdad a los demás. Hoy las palabras del evangelio y de la primera lectura son muy claras, y casi sería mejor que yo no añadiera nada más. Son muy claras: si no queremos perdonar de corazón a los demás, no tenemos nada que hacer ante Dios. ¿Recordáis aquellas palabras del padrenuestro que repetimos, quizás sin pensarlas mucho, todos los domingos, o puede que todos los días? "Perdona nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores". Con estas palabras nos comprometemos ante Dios a perdonar a los demás, aunque creamos que la ofensa es culpa del otro ("nuestros deudores", decimos: ¡los que creemos que nos deben algo!). Y este compromiso nuestro va unido con la petición de que Dios nos perdone a nosotros: porque sabemos muy bien que no podemos presentarnos ante Dios si no hacemos el esfuerzo de perdonar de verdad, de corazón.

Esta es quizás una de las enseñanzas de nuestra fe cristiana que más adentro nos tocan, que hacen daño a nuestro amor propio, que más difíciles resultan, si de verdad nos las queremos tomar en serio. Y al mismo tiempo, es de aquellas cuestiones en que a menudo cuesta saber qué debemos hacer: porque, ¿qué significa perdonar "hasta setenta veces siete" a aquel que nos hace daño y nos lo seguirá haciendo? ¿Qué significa perdonarlo pero al mismo tiempo luchar, si es necesario, contra lo que hace? Pero aunque sea difícil, y nos duela por dentro, sigue siendo vedad que esta exigencia del perdón y del no guardar rencor sigue estando ahí, como uno de los puntales que sirven de medida para nuestra fe. Porque un cristiano es precisamente aquel que es capa z de perdonar como Dios le perdona, aquel que busca siempre ardientemente la reconciliación con los que se ha enemistado, aquel que no quiere mantener la mala cara esperando que el otro reconozca su culpa y venga a decir que le sabe muy mal, aquel que no quiere hacer valer el derecho de la razón que se imagina tener.

Esta llamada de Jesús a vivir sin deseos de venganza ni de ganas de hacer pagar al otro" lo que nos ha hecho", esta vocación de construir en nuestro alrededor un principio de este su Reino abierto y vivo y feliz en que todo estará lleno del amor infinito que el Padre nos regala cada día, es algo verdaderamente exigente, que no permite escurrir el bulto.  No permite escurrir el bulto con palabras solemnes o con profesiones de fe de no sé qué tipo, o con frecuentes prácticas religiosas. Porque quizás sí que somos capaces de trabajar en esta o aquella tarea al servicio de los demás, o de estar atentos a las obligaciones de cada día, o de colaborar en una actividad parroquial, o de ser solidarios con las reivindicaciones del barrio. Esto es, desde luego, seguir el camino de Jesucristo. Pero hoy el propio Jesucristo nos invita a mirar si también lo seguimos en eso que quizás consideramos de menor importancia porque parece más personal, que afecta más a la individualidad de cada uno, pero que según Jesús es igualmente fundamental: ¿ya nos esforzamos en perdonar? ¿Ya procuramos no guardar rencor? Yo quisiera hoy invitaros a hacer, cada uno en particular, examen de conciencia. Y ver si de verdad seguimos esta enseñanza evangélica en concreto, en la relación con aquella persona o con la de más allá. Y hacer los propósitos que sean necesarios. Y pedir al Señor que nos ayude a cumplirlos.

Para poder decir, muy de verdad, las palabras del Padrenuestro: "Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores". Para poder, luego, hacer el gesto de la paz muy de verdad, con sinceridad profunda. Con la misma paz que Jesús nos da; con el perdón y la misericordia que el Padre derrama siempre sobre nosotros.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1978/16