sábado, 1 de marzo de 2014

«El que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él»

¡Amor y paz!

De nuevo son los niños los protagonistas de la enseñanza de Jesús, en una escena muy breve pero hermosa y esperanzadora.

Los niños eran muy poco considerados en su época. No valía la pena gastar tiempo con ellos. Los apóstoles no tienen paciencia y riñen a los padres que los traen. Pero Jesús, que atendía a todos, sobre todo a los pobres y abandonados de la sociedad, tiene tiempo también para los niños, les abraza y bendice: «Dejad que los niños se acerquen a mí».

Además les pone como modelos para los que quieran entrar en el Reino de Dios: «De los que son como ellos es el Reino de Dios».

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la VII Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga..-.

Evangelio según San Marcos 10,13-16.
Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron. Al ver esto, Jesús se enojó y les dijo: "Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él". Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos. 
Comentario

¿Qué cualidades de los niños tendríamos que copiar nosotros para merecer estas alabanzas y garantías de Jesús?

Porque se nos dice que para salvarnos tendremos que ser como ellos y «aceptar el Reino de Dios como un niño». Ya había dicho Jesús a Nicodemo (Jn 3) que el que no «vuelva a nacer» no entrará en el reino de los cielos, o sea, que hay que «hacerse de nuevo niño».

Jesús ya sabe que los niños no sólo tienen virtudes: también saben ser caprichosos y egoístas. Pero lo importante para Jesús es que los niños viven en una situación de indefensión, son «insignificantes", necesitan de los demás, no son autosuficientes porque carecen de medios. Son receptivos y abiertos a la vida y a los demás.

De igual modo nosotros, si nos sentimos llenos de nuestras propias riquezas y confiados en nuestras fuerzas, seguro que no recurriremos a Dios ni estaremos convencidos de que necesitamos ser salvados, ni aceptaremos el Reino de Dios. Eso sólo sucederá si somos como niños, inseguros de nosotros, convencidos de la necesidad que tenemos de Dios. No se nos invita, claro está, a un infantilismo espiritual. Pero sí a no ser complicados, a tener confianza en Dios, a sentirnos hijos en su familia y estar disponibles y receptivos a su

Palabra y su gracia. Las personas sencillas, sin complicaciones excesivas, son las que saben convivir con los demás y también las que acogen mejor los dones de Dios.

De paso, no estaría mal que copiáramos la actitud de Jesús acogiendo amablemente a los niños, que entonces y ahora también saben poner a prueba la paciencia de los mayores. Una comunidad eclesial que celebra con gozo el bautismo de los niños, que luego les acompaña en su proceso de formación cristiana y les prepara para recibir en la Confirmación el don del Espíritu y para acudir a la mesa eucarística durante toda su vida, es la que imita al Jesús que les atendía y les bendecía:

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 205-210