¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este miércoles de la 27ª semana del Tiempo Ordinario.
Dios nos bendice...
Evangelio según San
Lucas 11,1-4.
Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos". Él les dijo entonces: "Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino; danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación".
Comentario
Tertuliano dice que el Padrenuestro es "la síntesis de todo
el Evangelio". Es la "oración del Señor", porque Él nos la
enseñó y porque es la oración que El dirigía al Padre. El se ha encarnado,
vivido y muerto en cruz para santificar el nombre del Padre.
Para ello ha
orado: "Padre, glorifica tu nombre". Él nos ha anunciado el reino de
los cielos y con El ha llegado a nosotros el reino de Dios. Su vida, su
alimento y su muerte no han sido otra cosa que "hacer la voluntad de
Dios" en la tierra como eternamente la ha hecho en el cielo. Su
"pan" es toda palabra que sale de la boca del Padre. Del Padre espera
cada día el alimento, sin tentarlo a cambiar las piedras en pan. Y Él, el
inocente, sin pecado alguno, ¿cómo ha pedido "perdónanos nuestras deudas?
"Al que no conoció pecado, Dios le hizo pecado por nosotros" (2Cor
5,21). Nuestras deudas eran en realidad deudas suyas, nuestros pecados eran sus
pecados: no porque Él los cometiera, sino porque cargó con nuestros pecados.
Con toda verdad podía orar "perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos
a los que nos ofenden". "Y líbranos del mal", para eso ha venido
al mundo: para vencer al Maligno.
También la "oración sacerdotal" de Jesús, que recoge
Juan, inspira, desde dentro, las grandes peticiones del Padrenuestro: la
preocupación por el Nombre del Padre (Jn 17,6. 11.12.26), el deseo de su Reino
(la Gloria: Jn 17,1.5.10.23-26), el cumplimiento de la voluntad del Padre, de
su designio de salvación (Jn 17,3.6-10.25) y la liberación del mal (Jn 17,15).
Según Tertuliano, sólo Dios podía enseñarnos cómo quiere que le
recemos. Sólo de Él podía venirnos la oración del Padrenuestro. "Esta
oración del Señor Jesucristo, pronunciada por sus divinos labios y animada por
su Espíritu, sube al cielo por su gracia y encomienda al Padre lo que el Hijo
nos ha enseñado". La oración es el muro que protege nuestra fe; es nuestra
arma contra el enemigo que nos rodea. Protege nuestra fe como los brazos de
Cristo en la cruz protegen al mundo. Por ello, al rezar el Padrenuestro,
"nosotros no sólo alzamos las manos hacia el Padre, sino que también las
extendemos (1 Tim 2,8). Así imitamos la pasión del Señor y, orando, profesamos
nuestra fe en Cristo". Y san Cipriano nos dice:
Cristo, que nos ha traído a la vida, también nos ha enseñado a
orar, para que orando al Padre como Él nos ha enseñado seamos escuchados con
más facilidad. Ya antes había dicho que estaba cerca la hora en que "los
verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad" (Jn 4,23).
Ahora cumple su promesa, para que nosotros, que hemos recibido el espíritu y la
verdad a través de su obra de santificación, adoremos en espíritu y en verdad.
Pues la oración espiritual es solamente aquella que nos ha enseñado Cristo, del
cual nos viene también el Espíritu Santo. Para el Padre solamente es verdadera
la oración salida de la boca del Hijo, que es la verdad. Es amiga y familiar la
oración que se hace a Dios con sus mismas palabras, la misma oración de Cristo
presentada ante Él. Cuando oramos, el Padre debe reconocer las palabras de su
Hijo: que el que está en nuestro corazón esté también en nuestros labios. Lo
tenemos de "abogado por nuestros pecados" junto al Padre (1Jn 2,1-2);
por eso, como pecadores, cuando oremos por nuestros pecados hagámoslo con las
mismas palabras de nuestro abogado. Él ha dicho que "todo lo que pidamos
al Padre en su nombre, lo obtendremos" (Jn 16,23). Obtendremos más
eficazmente lo que pedimos en el nombre de Cristo si lo pedimos con su misma
oración.
Cada una de las siete peticiones, cuando se ora de verdad, empieza
a cumplirse en el momento mismo en que es formulada. Al pronunciar el nombre de
Dios Padre ya estamos glorificando su nombre. Si deseamos que venga a nosotros
su reino, nuestro deseo atestigua que pertenecemos ya al reino. Al pedir que se
cumpla su voluntad, nos abandonamos confiadamente a ella. En la medida en que
verdaderamente pedimos el pan de cada día estamos aceptando lo que Dios nos da
cada día. Si perdonamos a nuestros deudores, ya nosotros hemos sido perdonados
por Dios. En fin, al pedir el auxilio divino contra las tentaciones y los
asaltos del maligno, ya nos aseguramos la victoria contra todos los enemigos.
Oración de los discípulos del Señor
El Padrenuestro es la oración que Jesús ha transmitido a sus
discípulos, y que la Iglesia, a su vez, nos transmite a nosotros. La Iglesia,
de este modo, nos conduce a Cristo y Cristo nos presenta al Padre. Es el camino
de la oración.
El cristiano invoca a Dios como Padre, dirigiéndose a El "en
el nombre de Cristo", unido a Cristo, con Cristo. Si podemos decir con san
Pablo: "Vivo, pero no vivo yo, es Cristo quien vive en mi", podemos
igualmente decir: "Oro, pero no oro yo, es Cristo quien ora en mi".
"Dos en una sola voz", dice san Agustín. El esposo y la esposa son
dos en una sola carne. Cristo y la Iglesia son dos, orando en una sola voz. El
Espíritu del Hijo, derramado en nuestros corazones, es el que testimonia a
nuestro espíritu que somos hijos, gritando en nosotros o haciéndonos gritar:
¡Abbá, Padre! (Gál 4,6; Rom 8,15).
Jesús ora "con gritos y lágrimas" al Padre (Hb 5,7-8).
El Espíritu en el cristiano también "grita y gime" con la misma
expresión: "Abbá, Padre" (Ga 4,6-7; Rm 8,14-16). Sólo, después de que
sea infundido el Espíritu filial en el bautismo, el cristiano puede decir
"Abbá, Padre" (Rm 8,26-27; 2Cor 3,18). Recibido el Espíritu del Hijo,
en la iniciación se transmite el Padrenuestro Y el Espíritu es el que nos hará
gritar: "Abbá, Padre". También la DIDAJÉ coloca el Padrenuestro al
hablar del bautismo y antes de pasar a la eucaristía.
Con el éfeta la Iglesia abre los oídos del catecúmeno. Desde ese
momento ya puede escuchar los secretos "arcanos de la familia", puede
ya recibir el Padrenuestro. Esta disciplina del "arcano" prohibía
divulgar la Oración del Señor entre los paganos y catecúmenos, hasta llegar a
ser discípulos del Señor.
A ellos se la enseñó Jesús y, por ello, la Iglesia la
reservó para los fieles, a quienes el bautismo ha transformado en hijos de
Dios. El Padrenuestro, como oración característica del cristiano, se enseñaba
en la catequesis prebautismal y tras haber sido bautizados y haber recibido el
Espíritu de filiación divina, con gozo exultante, clamaban por primera vez:
"¡Abbá, Padre!". Pablo, recoge este clamor dos veces (Ga 4,16; Rom 8,
14-17).
Por los testimonios patrísticos podemos imaginar la emoción de los
catecúmenos al recibir el Padrenuestro. Llegados del paganismo, con una idea
extraña de Dios, en las catequesis prebautismales se les descorría el velo del
misterio de Dios. Se sentían amados; más aún, se les anunciaba que por el
bautismo iban a ser realmente hijos de Dios; le podrían invocar como Padre. Su
existencia cambiaba radicalmente, inaugurando un nuevo estilo de vida.
"Por una transmisión viva, el Espíritu Santo, en la 'Iglesia creyente y
orante' [DV 8], enseña a orar a los hijos de Dios" [CEC 2650].
El Padrenuestro es una oración eclesial, una oración coral, de la
comunidad: Padre nuestro, venga a nosotros tu reino, danos el pan nuestro,
perdona nuestras ofensas, no nos dejes caer, líbranos del mal. Es la madre la
que enseña al hijo a reconocer al padre y a decir "papá". Es la
Iglesia la que nos enseña a reconocer a Dios como Padre y la que nos entrega la
oración del Padrenuestro, invitándonos a unir nuestra voz a la voz de la
asamblea, que se atreve a invocarlo como Padre. Tertuliano nos dice:
Quien confiesa a Dios como Padre, profesa también la fe en el
Hijo. Pero quien confiesa la fe en el Padre y el Hijo, anuncia también a la
Madre, la Iglesia. Sin ella no se da allí ni el Hijo ni el Padre.
Para hablar con Dios, hace falta humildad y audacia. Es la actitud
de nuestro padre en la fe. Abraham, polvo y ceniza, considera una osadía hablar
a su Señor: "en verdad es atrevimiento el mío al hablar a mi Señor; ya que
soy polvo y ceniza" (Gén 18,27). Y llamar a Dios Padre seria una
temeridad, si el mismo Hijo de Dios no nos hubiera animado a hacerlo, como nos
recuerda la Iglesia en la liturgia eucarística: "Fieles a la recomendación
del Señor y siguiendo su "divina enseñanza, nos atrevemos a decir: Padre nuestro".
Como nos dice san Pablo: "Cristo Jesús, Señor nuestro, es quien, mediante
la fe, nos da valor para llegarnos confiadamente a Dios" (Ef 3,12).
La llamada liturgia de san Juan Crisóstomo hace preceder la
oración del Padrenuestro con la monición: "¡Oh Señor!, dígnate concedernos
que con alegría y sin temeridad osemos invocarte a ti, Dios de los cielos, como
Padre, y que digamos: Padre nuestro...".
Y san Cipriano nos invita a vigilar,
prestando atención con todo el corazón a lo que decimos: "¿Cómo puedes
pedir que Él te escuche, cuando no escuchas siquiera tú mismo?". Dios
escucha no las palabras de la boca, sino la voz del corazón. Ana, modelo de la
Iglesia, oraba a Dios en lo íntimo de su corazón, hablaba más con el corazón
que con la boca, porque sabía que de este modo el Señor escucha a quien le
reza; así obtuvo lo que había pedido con fe. Dice la Escritura: "Hablaba
con el corazón y sus labios apenas se movían, y no se oía su voz... y el Señor
la escuchó" (1 Sam 1,13). También en los salmos leemos: "Hablad en
vuestros corazones" (Sal 4,5)
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