domingo, 30 de junio de 2013

Jesús nos plantea las exigencias que implica seguirlo

¡Amor y paz!

En el tercer evangelio, el de Lucas, la vida de Jesús se expresa, a partir de ahora, como subida a Jerusalén, es decir, como camino hacia la cruz. En cambio la vida del discípulo se llamará "seguimiento". Esta es la vocación cristiana: llamada al seguimiento de Cristo por el camino de la abnegación, pero sabiendo que al final de la ruta se encuentra la resurrección y la vida con Él.

Es necesario comprender que el Evangelio de Jesús es exigente pero no inhumano, porque se sitúa en la línea de la libertad y del amor. El seguimiento de Cristo aunque conlleva ruptura total con el viejo modo de vivir, es vocación a la libertad. El discípulo de Cristo no tiene más límites a su libertad que los que señalan al Espíritu, el amor y el servicio fraterno irreconciliables con el egoísmo, el libertinaje y la vida sin religión (mercaba.org).

A manera de ‘comentario’ al evangelio de hoy, he escogido un breve texto del beato Juan XXIII, antes de ser elegido Papa, porque es un sentido testimonio de alguien que cumplió hasta el final el compromiso de seguir a Jesús. Jesús no obliga a nadie a seguirlo, pero una vez aceptado el reto, es mejor no volver atrás.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este XIII Domingo del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 9,51-62.
Como ya se acercaba el tiempo en que sería llevado al cielo, Jesús emprendió resueltamente el camino a Jerusalén. Envió mensajeros delante de él, que fueron y entraron en un pueblo samaritano para prepararle alojamiento. Pero los samaritanos no lo quisieron recibir porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto sus discípulos Santiago y Juan, le dijeron: «Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que los consuma?» Pero Jesús se volvió y los reprendió. Y continuaron el camino hacia otra aldea. Mientras iban de camino, alguien le dijo: «Maestro, te seguiré adondequiera que vayas.» Jesús le contestó: «Los zorros tienen cuevas y las aves tienen nidos, pero el Hijo del Hombre ni siquiera tiene donde recostar la cabeza.» Jesús dijo a otro: «Sígueme». Él contestó: «Señor, deja que me vaya y pueda primero enterrar a mi padre.» Jesús le dijo: «Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú ve a anunciar el Reino de Dios.» Otro le dijo: «Te seguiré, Señor, pero antes déjame despedirme de mi familia.» Jesús le contestó: «El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios.»
Comentario

 “En el atardecer, danos tu luz, Señor.” Estamos en el atardecer. Estoy en los sesenta-y-seis años de mi vida que es un don magnífico del Padre celestial. Las dos terceras partes de mis contemporáneos han pasado ya a la otra vida. Así que yo también me tengo que preparar para el gran momento. El pensamiento de la muerte no me produce inquietud... Mi salud es excelente y todavía robusta, pero no me tengo que fiar. Me quiero preparar a poder responder: “Aquí estoy”, a la llamada, tal vez inesperada. La vejez –que es otro gran don del Señor- tiene que ser para mí motivo de callada alegría interior y de abandono diario al Señor mismo, al que me dirijo como un niño hacia los brazos abiertos de su padre.

    Mi ya larga y humilde vida se ha ido devanando como una madeja bajo el signo de la simplicidad y de la pureza. No me cuesta nada reconocer y repetir que no soy más ni valgo más que un pobre pordiosero. El Señor me hizo nacer en el seno de una familia pobre. Él ha pensado en todo. Yo le he dejado hacer... Es verdad que “la voluntad de Dios es mi paz.” Y mi esperanza está puesta totalmente en la misericordia de Jesús...

    Pienso que el Señor me tiene reservado, para mi completa mortificación y purificación, para admitirme en su gozo eterno, alguna gran aflicción o pena, del cuerpo y del espíritu antes de que me muera. Bien, pues, lo acepto de todo corazón, que sirva todo para su mayor gloria y el bien de mi alma y de mis queridos hijos espirituales. Temo la debilidad de mi resistencia y le pido que me ayude ya que no tengo casi ninguna confianza en mí mismo, pero una total confianza en el Señor Jesús.

    Hay dos puertas que dan al paraíso: la inocencia y la penitencia. ¿Quién puede pretender, oh hombre frágil, encontrar la primera abierta de par en par? Pero la segunda es acceso seguro. Jesús pasó por ella con su cruz cargado, expiando nuestros pecados. Él nos invita a seguirlo.

Beato Juan XXIII (1881-1963), papa
Diario del alma, junio 1957(antes de su elección al Papado)
©Evangelizo.org 2001-2013

sábado, 29 de junio de 2013

Pedro y Pablo no son unos santos como los demás

¡Amor y paz!

Pedro y Pablo no son unos santos como los demás. Ni unos entre los apóstoles. Sí que son unos entre los hermanos. El Señor los llama de entre los hombres. Por ningún mérito especial. Pedro era pescador, como muchos otros (su hermano y su padre también lo eran); Pablo era perseguidor de la Iglesia, una persona que nosotros nunca hubiéramos escogido, seguramente.

Es la misión que el Señor les confía lo que hace que no sean unos santos como los demás. La misión de ser testigos de su resurrección, de hacer que esta buena nueva llegue a todos los pueblos, para reunir a todos quienes le acojan -sin que pierdan su diversidad- en un solo pueblo, para conducirles por "el camino de la salvación eterna" (Josep M. Romagera).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado en que celebramos la Solemnidad de los Apótoles Pedro y Pablo.

Evangelio según San Mateo 16,13-19.
En aquel tiempo, llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo y preguntaba a sus discípulos:-¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?Ellos contestaron:-Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.Él les preguntó:-Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?Simón Pedro tomó la palabra y dijo:-Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.Jesús le respondió:-¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.Ahora te digo yo:-Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.
Comentario

Pedro y Pablo son fundamento de nuestra Iglesia. Son, los dos, hombres con un pasado no precisamente brillante.

PEDRO/TRAIDOR: Pedro es un predilecto de Jesús, desde el primero momento. Vive con el Señor los acontecimientos más importantes de su vida, todos aquéllos que estaban reservados para unos pocos. Fogoso y temperamental no tiene inconveniente en asegurar a Jesús que es capaz de morir con El y que le seguirá fielmente hacia ese camino de dolor y renuncia que el Señor estaba pintando y que Pedro, en un primer momento, rechazó con toda la energía de su temperamento. Pero todos sabemos que Pedro falló en toda la línea. Bastó la insinuación de una mujer, en los momentos de peligro, para que negase rotundamente conocer al Maestro. No es para escandalizarse. Todos nosotros tenemos más que motivos suficientes para comprenderlo y disculparlo. Lo comprendió y lo disculpó el Señor. Siguió encontrándose con él después de su resurrección, concediéndole, como siempre, un "trato de favor" y, tal como hoy leemos en el evangelio, quiso dejarle el cuidado de los suyos, sin recordarle nunca su estrepitoso fallo. No hubo para Pedro, por parte de Jesús, reprensión sino perdón. No le echó en cara Jesús a Pedro su pasado sino que le echó en cara su futuro, un futuro en el que Pedro, efectivamente, será capaz de seguir, paso a paso, las huellas de su Maestro. Y quedó claro que lo único que Jesús exigió a Pedro para que fuera su fiel imagen en la tierra, era que le amase. Si hay algo claro por parte de Cristo es el deseo de fundamentar a los cristianos en el amor, en el amor a su Persona y, como consecuencia lógica, en el amor a todos los hombres.

PABLO/CV: Pablo también es un hombre con tristes antecedentes. Forofo de la Ley, dogmático, duro e intransigente, se caracterizó por la persecución a los primeros cristianos creyendo a pies juntillas que así hacía un buen servicio a Dios, naturalmente a "su" Dios. Hizo falta que cegaran sus ojos, que tan claramente veían, para que una luz nueva se hiciese en su interior y rompiera completamente con aquel estilo que tan contrario era con el del Señor al que, a partir de entonces, iba a servir con una dedicación exclusiva y excluyente. También para Pablo será el amor de Cristo el que cimentará su vida ya para siempre orientada hacia una sola meta.

Estas son las "piedras" fundamentales de nuestra Iglesia. Unas piedras que tienen sus grietas y sus resquebrajaduras, porque la única Piedra fundamental, aquella que desecharon los constructores, es Cristo y sólo en El no hay fisura, ni tacha ni grieta. En todos los demás, estén más o menos arriba o abajo, sean más o menos importantes o corrientes, es posible la grieta, como fue posible en Pedro, que vivió tan cerca de Cristo y en Pablo que era un estupendo cumplidor de la Ley, un religioso de cuerpo entero. Es ésta una realidad confortante y que además ha tenido en la Iglesia una demostración constante a través de los siglos.

Es cierto que la Iglesia es santa, pero no lo es menos que no lo somos todos los que somos Iglesia, y digo todos, cualquiera que sea el sitio que en ella ocupemos. Negarlo sería una tontería, reconocerlo es un acto de sinceridad y de valentía que a nadie tiene que escandalizar. Es cierto que la iglesia da a conocer a Dios al mundo, pero también lo es que, a veces, lo da a conocer oscureciendo su rostro; es cierto que la Iglesia nos acerca a Dios y también lo es que, a veces, nos lo aleja. Sólo Cristo no tiene arruga ni mácula, sólo Él presenta el verdadero y auténtico rostro de Dios sin deficiencia alguna. Todos los demás lo enseñamos quizá con nuestra mejor voluntad pero con nuestra carga de pequeñeces y debilidades.

Hoy es día de pedir sinceramente por la Iglesia, de sentirnos identificados con ella, de agradecerle tanto como nos ha dado y de desear sinceramente que vaya limando constantemente las aristas que puede tener y que evitan a los hombres el encuentro con Dios en ella. Es día de examinarnos, como componentes de esa Iglesia y de ver si el fundamento de nuestra pertenencia a ella, es por encima de todo, el que Cristo exigió a Pedro: el amor a Él. Sólo si podemos contestar, aunque sea desde nuestra pequeñez, con la misma sinceridad con que lo hizo Pedro que, ciertamente, amamos a Cristo podremos ser piedras útiles en ese edificio de la Iglesia que, a pesar de nosotros mismos, no se derrumbará nunca y que es absolutamente necesaria para el mundo si de verdad cumple con la misión que tiene encomendada: llevar a los hombres hacia el Reino, haciendo que ese Reino sea una realidad ya, aquí y ahora. Hoy es día de penetrar en el conocimiento de la Iglesia, de aceptarla tal como es con toda su grandeza y sus posibles zonas de sombra que hacen resplandecer todavía más la luz de Cristo que es quien, en definitiva, la sostiene por encima de cualquier terremoto.

Pedro y Pablo son dos cristianos en los que debemos mirarnos con frecuencia. Ambos tuvieron sus fracasos personales y ambos siguieron tan fielmente a Cristo que lo hicieron visible en el mundo acercando a Él a todos aquéllos que se les aproximaban. Esto es lo que cuenta y lo que les hace grandes a los ojos de Dios y también, desde luego a los de los hombres y, por supuesto, a los que de todos los que, como ellos, pretendemos seguir siendo Iglesia, esa Iglesia que ellos construyeron con su propia sangre.

A. M. CORTES
DABAR 1986, 36

viernes, 28 de junio de 2013

«Señor, si tú quieres, puedes limpiarme»

¡Amor y paz!

Ayer, con el capítulo séptimo de Mateo, terminamos de leer el sermón del monte. Ahora, con el octavo, iniciamos una serie de hechos milagrosos -exactamente diez-, con los que Jesús corroboró su doctrina y mostró la cercanía del Reino de Dios. Como había dicho él mismo, a las palabras les deben seguir los hechos, a las apariencias del árbol, los buenos frutos. Las obras que él hace, curando enfermos y resucitando muertos, van a ser la prueba de que, en verdad, viene de Dios: «si no creéis a mis palabras, creed al menos a mis obras».

Esta vez cura a un leproso. La oración de este buen hombre es breve y confiada: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Y Jesús la hace inmediatamente eficaz. Le toca -nadie podía ni se atrevía a tocar a estos enfermos- y le sana por completo. La fuerza salvadora de Dios está en acción a través de Jesús, el Mesías.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes de la 12ª. Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 8,1-4. 
Jesús, pues, bajó del monte, y empezaron a seguirlo muchedumbres. Un leproso se acercó, se arrodilló delante de él y le dijo: «Señor, si tú quieres, puedes limpiarme.» Jesús extendió la mano, lo tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio.» Al momento quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo: «Mira, no se lo digas a nadie; pero ve a mostrarte al sacerdote y ofrece la ofrenda ordenada por la Ley de Moisés, pues tú tienes que hacerles una declaración.»
Comentario

Jesús sigue queriendo curarnos de nuestros males.

Todos somos débiles y necesitamos su ayuda. Nuestra oración, confiada y sencilla como la del leproso, se encuentra siempre con la mirada de Jesús, con su deseo de salvarnos. No somos nosotros los que tomamos la iniciativa: tiene él más deseos de curarnos que nosotros de ser curados.

Jesús nos «toca» con su mano, como al leproso: nos toca con los sacramentos, a través de la mediación eclesial. Nos incorpora a su vida por el agua del Bautismo, nos alimenta con el pan y el vino de la Eucaristía, nos perdona a través de la mano de sus ministros extendida sobre nuestra cabeza.

Los sacramentos, como dice el Catecismo, son «fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante, acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, obras maestras de Dios en la nueva y eterna alianza» (CEC 1116).

Además, tenemos que ser nosotros como Jesús, acercarnos al que sufre, extender nuestra mano hacia él, «tocar» su dolor y darle esperanza, ayudarle a curarse. Somos buenos seguidores de Jesús si, como él, salimos al encuentro del que sufre y hacemos todo lo posible por ayudarle.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 77-81

jueves, 27 de junio de 2013

No es buen cristiano quien lee la Palabra y hace el mal

¡Amor y paz!

Al comentar el Evangelio de hoy, San Agustín afirma: En este mundo, la lluvia, los vientos, los torrentes no cesan. “¿No es mejor construir sobre roca para que cuando vengan los torrentes, no te arrastren?... Sin protección y sin el menor tejado, vas a ser irremediablemente abatido, arrastrado, sumergido”.

Que cada quien se examine si lee y practica la Palabra de Dios porque, como dice Jesús hoy: “No bastará con decirme: ¡Señor!, ¡Señor!, para entrar en el Reino de los Cielos; más bien entrará el que hace la voluntad de mi Padre del Cielo” 

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la XII Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 7,21-29.
No bastará con decirme: ¡Señor!, ¡Señor!, para entrar en el Reino de los Cielos; más bien entrará el que hace la voluntad de mi Padre del Cielo. Aquel día muchos me dirán: ¡Señor, Señor!, hemos hablado en tu nombre, y en tu nombre hemos expulsado demonios y realizado muchos milagros. Entonces yo les diré claramente: Nunca les conocí. ¡Aléjense de mí ustedes que hacen el mal! Si uno escucha estas palabras mías y las pone en práctica, dirán de él: aquí tienen al hombre sabio y prudente, que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se arrojaron contra aquella casa, pero la casa no se derrumbó, porque tenía los cimientos sobre roca. Pero dirán del que oye estas palabras mías, y no las pone en práctica: aquí tienen a un tonto que construyó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se arrojaron contra esa casa: la casa se derrumbó y todo fue un gran desastre.» Cuando Jesús terminó este discurso, la gente estaba admirada de cómo enseñaba, porque lo hacía con autoridad y no como sus maestros de la Ley. 
Comentario

"No todo el que me dice: Señor, Señor...". Al acercarse a la conclusión del discurso, Mateo desarrolla una oposición a los diversos niveles. Hay quien habla continuamente de Dios ("Señor, Señor"), y luego se olvida de hacer su voluntad. Hay quien se hace la ilusión de trabajar por el Señor ("hemos profetizado en tu nombre, hemos arrojado los demonios, hemos hecho milagros"); pero luego, el día de las cuentas (el día de la verdad), verá que no lo ha conocido ("nunca os conocí; apartaos de mí").

Con estas palabras denuncia Jesús una disociación frecuente y muy perniciosa. El sabe que en el hombre frecuentemente hay como dos almas: una, que escucha, reflexiona, discute y programa; otra, que olvida obrar, aplicar los programas, satisfecha con la alegría de la escucha y la discusión. Una vida cristiana fundada en esta disociación es del todo inconsecuente. Es como una casa construida sin cimientos. Se construye de prisa, pero está destinada a hundirse.

Es muy probable que Mateo polemice con ciertos carismáticos presuntuosos; gente que tenía siempre en los labios el nombre de Cristo, pero que luego no resolvía nada. Existe el peligro de una oración ("Señor, Señor") que no se traduzca en vida y en compromiso ("la voluntad de Dios"). Existe el riesgo de una escucha de la palabra que no se convierte en nada práctico y operante. Existe el riesgo de ciertos momentos comunitarios que se cierran en sí mismos.

Mateo ciertamente no condena la oración, ni la escucha de la palabra, ni el momento comunitario. Más aún, sabe muy bien que la oración, la escucha de la palabra y el encuentro comunitario son la raíz de la praxis cristiana. Pero la raíz debe justamente germinar. Porque permanece en pie que lo esencial de la vida cristiana no es decir, ni tampoco confesar a Cristo de palabra, sino practicar el amor concreto a los pobres, a los extraños y a los oprimidos.

Acuden a la mente las palabras de la escena grandiosa del juicio: "Venid, tomad posesión del reino, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui peregrino y me acogisteis" (25,34ss).

Más aquí no podemos evitar una pregunta: ¿Por qué a veces la oración se cierra en sí misma, la escucha de la palabra no se traduce en vida y el encuentro con los hermanos no se abre al mundo? Pienso que la respuesta está implícitamente contenida en una advertencia que el evangelista ha subrayado ya: "Nadie puede servir a dos señores".

Ahora bien, la disociación que estamos describiendo es justamente el intento desesperado de servir a dos señores: servir a Dios con la oración, con la escucha de la palabra, con el contacto con los hermanos, y, luego, servir al mundo y a nosotros mismos con las opciones concretas y cotidianas de la vida (la profesión, la política, y así sucesivamente). La raíz de la disociación me parece que es el intento de salvar la obediencia a Dios y, a la vez, de sustraerse a la exigencia de conversión que lleva consigo. Es siempre, desde luego, una falta de fe. Al no sentirnos seguros a la sombra de la palabra de Dios (palabra que, no obstante, escuchamos y en la que nos complacemos), seguimos buscando la seguridad propia en nosotros mismos. A Dios la oración y la meditación; a nuestros intereses el resto de la vida.

Es un intento verdaderamente insensato de servir a dos señores. Sigue entonces siendo cierto, como nos lo ha sugerido reiteradamente el evangelista, que es de la vida cotidiana de donde se deduce si tenemos o no un solo señor; que por la vida cotidiana se entiende quién es de veras nuestro señor.

BRUNO MAGGIONI
EL RELATO DE MATEO
EDIC. PAULINAS/MADRID 1982.Pág. 83

miércoles, 26 de junio de 2013

“Cuídense de los profetas, con piel de oveja, pero que son lobos feroces”

¡Amor y paz!

Hoy el Evangelio parece decir: no juzguéis al hombre por las apariencias, que son frecuentemente engañosas, sino por lo que hace. Ni las palabras ni las intenciones, sino la práctica. Si las palabras y las intenciones siguen una dirección y la práctica otra, la segunda es la que revela el corazón del hombre, sus opciones profundas, sus verdaderos intereses. Las palabras y las intenciones son a menudo un engaño (para sí mismo y para los otros).

Sin embargo, la comparación se puede entender también de otra manera. Hay semillas que cuando las ves te parecen inocuas, y hay árboles que te parecen fascinantes al verlos; solamente si tienes paciencia (y sensatez) para esperar a los frutos sabrás cómo son realmente. Así se desmienten los falsos profetas; no por las muchas palabras que dicen (palabras con frecuencia fascinantes), ni por los diversos gestos que hacen; debes valorarlos basándote en los frutos que aquellas palabras y aquellos gestos no tardarán en producir (Bruno Maggioni).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la 12ª semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 7,15-20.
Cuídense de los falsos profetas: se presentan ante ustedes con piel de ovejas, pero por dentro son lobos feroces. Ustedes los reconocerán por sus frutos. ¿Cosecharían ustedes uvas de los espinos o higos de los cardos? Lo mismo pasa con un árbol sano: da frutos buenos, mientras que el árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede dar frutos malos, como tampoco un árbol malo puede producir frutos buenos. Todo árbol que no da buenos frutos se corta y se echa al fuego. Por lo tanto, ustedes los reconocerán por sus obras. 
Comentario

Cuidado con los profetas falsos, esos que se os acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces.

En el Antiguo Testamento, Dios había advertido a menudo que nos pusiéramos en guardia contra los "falsos profetas".

Jesús subraya aquí cuán semejantes son exteriormente a los profetas auténticos: se visten con la capa de la buena doctrina y de la buena moral... por lo tanto son difícilmente reconocibles. Así el gran peligro para la Iglesia no procede forzosamente de sus enemigos externos, fácilmente conocidos, sino de aquellos que aparentando una vida normal... son de hecho, "lobos" rapaces, incluso cuando pretenden hablar en el nombre de Dios.

-Por sus frutos los reconoceréis.

Jesús es realista. "Mirad y ved cómo actúan..." El verdadero valor de una persona se manifiesta por lo que hace.

Por ejemplo, se puede hablar mucho de la Iglesia y no obedecerla prácticamente.

Jesús se ha enfrentado durante toda su vida a los escribas y fariseos, que eran aparentemente gentes muy religiosas.

La docilidad al Espíritu y la humildad son los frutos por los que se reconoce al profeta auténtico.

-¿Se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Así los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos.

¡Un "buen" fruto! La calidad de una fruta depende de la calidad del árbol.

Señor, transforma mi corazón para que sea como una ¡fruta buena! de la que puedan alegrarse y alimentarse los demás.

Y para esto ¡que sea bueno el árbol! La raíz, el tronco, las ramas, todo el conjunto... para que los frutos sean sabrosos. Sí, Ios gestos y las palabras exteriores no adquieren su valor auténtico mas que cuando son la expresión de una fidelidad interior a Dios y a la Iglesia.

-Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos.

Es un buen criterio, para evaluar la autenticidad de un profeta, de un movimiento, o de una opinión, el considerar a la larga, sus resultados... ¿Cuáles han sido las consecuencias concretas de esta acción, de esta opinión? 

La vida humana es "una": todo se relaciona... pensamientos, voluntades, actos.

¿Cuál es la orientación general de mi vida? Uno encuentra a veces a almas inquietas que se imaginan que han roto su vida por un pecado mortal accidental...

Ahora bien, Jesús nos dice aquí que lo que cuenta es la trama general de una 
vida.

-Todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa al fuego.

Mateo agrupó aquí unas fórmulas sobre el árbol, que seguramente fueron dichas en circunstancias diversas. Notemos, por ejemplo, la correspondencia con la alegoría de la viña, en san Juan 15, 6... donde Juan insistía sobre la unión con la vid para tener vida y dar fruto.

Mateo insiste sobre la urgencia de la conversión: el juicio de Dios está cerca.
¿Habremos sido un árbol sano? ¿Cuál habrá sido nuestra fecundidad? ¿Qué frutos sabrosos han sido los nuestros? Todo ello, en este contexto, se dice de los falsos profetas ¡árboles echados al fuego! Pero esto es verdad para cada uno de nosotros, si no nos preocupamos de dar fruto para la vida eterna.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DÍA 2
EVANG. DE PENTECOSTÉS A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 36 s.

martes, 25 de junio de 2013

«Todo lo que ustedes desearían de los demás, háganlo con ellos»

¡Amor y paz!

Siguen, en el sermón del monte, diversas recomendaciones de Jesús. Hoy leemos tres. La primera es bastante misteriosa, probablemente tomada de un refrán popular: «no echar las perlas a los cerdos o lo santo a los perros». No sabemos a qué se puede referir: ¿el sentido del «arcano», que aconseja el acceso a los sacramentos sólo a los ya iniciados? ¿La prudencia en divulgar la doctrina de la fe a los que no están preparados? ¿El cuidado de que no se profane lo sagrado?

La segunda sí que se entiende y nos interpela con claridad: «tratad a los demás como queréis que ellos os traten». Igualmente la tercera: «entrad por la puerta estrecha», porque ante la opción de los dos caminos, el exigente y el permisivo, el estrecho y el ancho, todos tendemos a elegir el fácil, que no es precisamente el que nos lleva a la salvación.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes de la XII Semana del Tiempo Ordinario.

Dos los bendiga…

Evangelio según San Mateo 7,6.12-14. 
No den lo que es santo a los perros, ni echen sus perlas a los cerdos, pues podrían pisotearlas y después se volverían contra ustedes para destrozarlos. Todo lo que ustedes desearían de los demás, háganlo con ellos: ahí está toda la Ley y los Profetas. Entren por la puerta angosta, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que conduce a la ruina, y son muchos los que pasan por él. Pero ¡qué angosta es la puerta y qué escabroso el camino que conduce a la salvación! y qué pocos son los que lo encuentran.
Comentarlo

Si el discípulo de Jesús no debe juzgar-condenar y, por tanto, debe tratar de comprender a todos, no por ello tiene que sincerarse con todos. Jesús recomienda no dar lo sagrado a los perros, ni las perlas a los cerdos. Perros callejeros –tan frecuentes en la sociedad antigua- y cerdos -animales impuros para los judíos- son símbolo de la gente que tiene mala voluntad y, por tanto, incapacitada para entender, porque no quiere.

El cristiano debe proponer el evangelio –lo sagrado, las perlas- a quienes no se declaran enemigos de él. Jesús tiene los pies bien puestos en la realidad. Los seguidores de Jesús deben estar abiertos a todos –ser limpios de corazón- pero, al mismo tiempo, deberán ser prudentes como serpientes para no derrochar fuerzas ni hacer vanos esfuerzos que se les pueden volver en contra.
Para la relación con los demás, Jesús propone una norma sagrada: hacer con los otros lo que nos gustaría que hiciesen con nosotros; en esto consiste, según Jesús, todo el Antiguo Testamento (La Ley y los Profetas); tanto mandamiento antiguo ha quedado reducido a uno: amar al prójimo como a uno mismo; si bien Jesús corregirá este principio y lo cambiará por la recomendación de la última cena: “amaos como yo os he amado”; si es preciso, hasta dar la vida. Exigente camino que muchos no están dispuestos a andar. Sendero digno de poco crédito para aquellos habitantes de nuestro planeta que han puesto el yo delante del tú hasta el punto de olvidarse del otro.

El cristiano debe luchar contra corriente hasta dar con este callejón que da a la vida y a la felicidad plena. Sólo buscando y entregándonos al otro, nos encontramos a nosotros mismos y a Dios, y hallamos la felicidad también en esta vida. Entrar por esta puerta angosta no es difícil, pero la mayoría de la gente, deslumbrada por las apariencias y por los cantos de sirena del egoísmo, ni se da cuenta de que existe otro modo de ser y de relacionarse que hace al ser humano profundamente humano y, por ello, hijo de un Dios que es sólo -y por esencia- puro amor.

Servicio Bíblico Latinoamericano

lunes, 24 de junio de 2013

Juan Bautista: No autopredicarse sino predicar a Jesús

¡Amor y paz!

Abundan en estos días los movimientos religiosos. Los hay para todos los ‘gustos’, como en un supermercado de la religión. Todos se aprovechan de la libertad de cultos y de que muchas personas están dispuestas a creer en lo que sea, con tal de que les echen un buen discurso. Y entonces hay muchos predicadores. Son expertos en hablar. Parece que ellos son muy importantes.  

Y ante estos predicadores, emerge la figura histórica de Juan El Bautista, quien no vino a predicarse a sí mismo, porque sabía que él no era el importante, sino a predicar al Señor Jesús.  

Hoy celebramos la solemnidad del Nacimiento de san Juan Bautista. La Iglesia colocó esta celebración a seis meses exactos antes de la Navidad, aplicando al ciclo litúrgico la frase "ya está de seis meses la que consideraban estéril". Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 1,57-66.80
Cuando le llegó a Isabel su día, dio a luz un hijo, y sus vecinos y parientes se alegraron con ella al enterarse de la misericordia tan grande que el Señor le había mostrado. Al octavo día vinieron para cumplir con el niño el rito de la circuncisión, y querían ponerle por nombre Zacarías, por llamarse así su padre. Pero la madre dijo: «No, se llamará Juan.» Los otros dijeron: «Pero si no hay nadie en tu familia que se llame así.» Preguntaron por señas al padre cómo quería que lo llamasen. Zacarías pidió una tablilla y escribió: «Su nombre es Juan», por lo que todos se quedaron extrañados. En ese mismo instante se le soltó la lengua y comenzó a alabar a Dios. Un santo temor se apoderó del vecindario, y estos acontecimientos se comentaban en toda la región montañosa de Judea. La gente que lo oía quedaba pensativa y decía: « ¿Qué va a ser este niño?» Porque comprendían que la mano del Señor estaba con él. A medida que el niño iba creciendo, le vino la fuerza del Espíritu. Vivió en lugares apartados hasta el día en que se manifestó a Israel.
Comentario

Juan fue un personaje conocido en su tiempo. El historiador Flavio Josefo no se olvida de citarlo. Para la fe cristiana supone el fin del Antiguo Testamento y el preludio del Nuevo. Es, ni más ni menos, que el precursor. Su nombre lo indica: Juan quiere decir "Dios se ha compadecido", mientras que Jesús significa "Dios salva". Sin embargo, nada de esto impide el que las actitudes fundamentales de su personalidad puedan servirnos perfectamente como esquema de reflexión.

El Bautista no fue, desde luego, un docto y religioso burgués de ideas acertadas, pero descomprometidas como quien observa la marcha del mundo desde fuera. Juan toma postura ante la situación en que vive. Lo hace con las características y matices de su particular psicología, pero no se limita a pensar o a hablar.

También el nuestro es, en cierto modo, un tiempo de crisis y de necesidad de cambio. No faltan ni en el ámbito civil ni en el religioso personas con ideas, al menos aparentemente, acertadas.

Se piensa y se escribe en las secciones fijas de los semanarios dominicales con la elegancia y el dulce encanto de la progresía, pero el compromiso no va más allá. Así la verdad pierde su carácter de denuncia y se convierte en droga para el lector y en refuerzo para el sistema. La excesiva oferta de estas "verdades" oculta y devalúa la auténtica verdad.

Juan es la antítesis de aquel Herodes que se mantuvo en el trono pese a todos los cambios políticos que tenían lugar en la dirección del imperio romano. A Maquiavelo le debía encantar tan astuto príncipe. Sin embargo, el Bautista no era una caña que se movía hacia donde soplaba el viento. No por ello era un inmovilista y, mucho menos, un conservador al estilo de los saduceos. Actuó sobre la realidad desde la fe que llevaba dentro. Estas características de su personalidad deben hacernos reflexionar hoy. En el fondo se trata de no amar sólo de palabra o por escrito, sino con obras y de verdad. Es obvio que la actuación de cada uno de nosotros vendrá coloreada por nuestra particular psicología, lo mismo que ocurrió en el caso de Juan.

Pero ello no debe suponer una excusa para un irresponsable "dejarnos llevar" por la corriente social que justifica de hecho la injusticia. No basta con ser geniales en las ideas, hay que actuar.

En este punto, interesa recordar que el término "espiritualidad" significa para el cristiano que debe ser movido por el Espíritu de Jesús. Entender esta palabra como mero intimismo, bonito y autogratificante, supone una huida del mundo que ni Juan ni Jesús de Nazaret practicaron. La escucha y obediencia al Espíritu han de hacernos capaces de discernir en nuestro mundo los valores positivos y los que, por el contrario, han de ser rechazados por muy general que sea su aceptación. No se trata por ello de ser fanáticos o intolerantes con los demás. La libertad está en la base de un mundo más humano. Mucho menos puede esto fundamentar el inmovilismo, cuando de lo que se trata es de cambiar la realidad.

Pero quizá la actitud clave que permite al Bautista actuar de esta manera es su desprendimiento. Juan no construye nada para él, ni siquiera un grupo de seguidores. Obra en función de otro. Tiene clara conciencia de ser puente y camino. Él no es el fin. Está dispuesto a desaparecer de la escena cuando su misión esté cumplida.

Este mismo talante es el adecuado para el discípulo de Jesús. No se trata de hacer prosélitos para "nuestro" club, sino actuar de forma que facilitemos a los hermanos el encuentro con el Maestro.

La Iglesia no es para sí misma. Lo importante es que, a través de su predicación, los hombres descubran al verdadero Mesías. Su objetivo, como en el pasaje de la samaritana, es facilitar que las gentes digan: "Ya no creemos por lo que tú nos has dicho, sino por lo que nosotros hemos descubierto". Conseguido esto, ya pueden cortarle la cabeza, si gustan, porque su misión estará cumplida.

Es cierto que muchas veces los que nos llamamos discípulos impedimos a otros su acceso al Maestro. Ni entramos ni dejamos entrar. Deformamos su rostro con abstractas teologías y ocultamos su estilo con un actuar más propio de fanáticos fariseos o de explotadores saduceos que de pueblo convertido. Pero él sigue hablando. ¡Señor, danos la autenticidad y el desprendimiento del Bautista!

EUCARISTÍA 1990, 29

domingo, 23 de junio de 2013

Dime qué concepto de Dios tienes y te diré cómo oras

¡Amor y paz!

La influencia actual de variados movimientos religiosos y pseudoreligiosos ha hecho que confundamos la espiritualidad y la oración de cuño cristiano con otras prácticas. En la semana que acaba de terminar, y en desarrollo de su misa cotidiana en la Casa Santa Marta, donde reside, el Papa Francisco ha criticado la actual ‘cultura light’, que promueve una oración-magia a dioses abstractos y cósmicos.

En efecto, uno puede plantear: “dime que concepción de Dios tienes y te diré qué clase de oración haces”. Por eso, refiriéndose al aparte del Evangelio en que Jesús nos enseña el Padrenuestro, Francisco dijo: "¡Tú debes rezar al Padre! Debes rezar a quien te ha generado, a quien te ha dado la vida a ti".  Agregó que todos tenemos un padre cercano que nos abraza y por ello los afanes de la vida cotidiana, las preocupaciones que pueden surgir, deben ser dejadas en manos del padre, porque "él sabe lo que necesitamos".

Todo esto lo traigo a colación porque el Evangelio nos habla nuevamente hoy de la oración. Es Jesús el que se aparta un poco para orar y a continuación pregunta a sus discípulos quién dice la gente y ellos mismos que es él.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este XII Domingo del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga.,..

Evangelio según San Lucas 9,18-24. 
Un día Jesús se había apartado un poco para orar, pero sus discípulos estaban con él. Entonces les preguntó: «Según el parecer de la gente, ¿quién soy yo?» Ellos contestaron: «Unos dicen que eres Juan Bautista, otros que Elías, y otros que eres alguno de los profetas antiguos que ha resucitado.» Entonces les preguntó: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?» Pedro respondió: «Tú eres el Cristo de Dios.» Jesús les hizo esta advertencia: «No se lo digan a nadie». Y les decía: «El Hijo del Hombre tiene que sufrir mucho y ser rechazado por las autoridades judías, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la Ley. Lo condenarán a muerte, pero tres días después resucitará.» También Jesús decía a toda la gente: «Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y que me siga. Les digo: el que quiera salvarse a sí mismo, se perderá; y el que pierda su vida por causa mía, se salvará.
Comentario

Muchos textos evangélicos hablan de la oración de Jesús. Otros nos presentan a Jesús orando o nos cuentan lo que decía sobre esta práctica. El Evangelio según san Lucas, que estamos siguiendo este año, insiste particularmente en esta dimensión orante de la vida de Jesús. Podríamos hacerle muchas preguntas a Jesús sobre su oración: ¿Cómo oraba? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Con quiénes lo hacía, o si lo hacía solo? ¿Cuánto tiempo dedicaba a ello? ¿Qué relación existía entre su oración y su vida? No es difícil llegar a responder estas preguntas si estuviéramos dispuestos a repasar los cuatro evangelios buscando los pasajes que hablan de la oración de Jesús. Uno de ellos es el que nos presenta hoy la liturgia: “Un día en que Jesús estaba orando solo (...)”.

Jesús, el hijo de María, el carpintero de Nazaret, fue un hombre de su tiempo. Es verdad también que confesamos a este hombre como la transparencia plena de Dios, en quien Dios se hizo carne y habitó entre nosotros. Pero, como muy bien lo afirma el Concilio Vaticano II, Jesús "trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre" (Gaudium et Spes 22). Por tanto, podemos también afirmar que su oración fue una oración de hombre. Su encuentro frecuente con Dios en la oración respondió a una necesidad vital de comunicación y de comunión con su Padre. No se trató simplemente de un ejemplo para estimular nuestra oración. No fue una enseñanza más o una recomendación hecha desde fuera. Digo esto, porque no es difícil encontrar estudios en los que la práctica de la oración de Jesús se presenta como algo añadido: "Jesús no tenía las mismas razones que nosotros para orar. Él, en cierto sentido, no tenía necesidad de orar, pese a lo cual quiso que su oración nos sirviera de ejemplo" (Bro, Enséñanos a orar, 1969: 113).

De la oración de Jesús surgieron preguntas: “–¿Quién dice la gente que soy yo? (...) –Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” La respuesta de Pedro parece completa: “–Eres el Mesías de Dios”. Sin embargo, el mesianismo que soñaba Simón Pedro no contemplaba lo que Jesús les anuncia: “–El Hijo del hombre tendrá que sufrir mucho, y será rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley. Lo van a matar, pero al tercer día resucitará”. De esta misma experiencia de oración nace también la frase con la que termina el pasaje de hoy: “Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero que pierda la vida por causa mía, la salvará”.

Los aprendizajes vitales que Jesús compartió con sus discípulos germinaron en horas de silencio y soledad. Momentos de apertura dócil a la acción de Dios. Jesús vivió largos momentos de contemplación para llegar a entender esta paradoja de un Mesías que muere en cruz. Dimensiones aparentemente contrapuestas de una misma manifestación histórica de la divinidad. Sólo desde la oración sencilla y cotidiana, es posible vivir el misterio de nuestro camino de fe. Cuán lejos estamos de alcanzar una vida de oración como la de Jesús. Tal vez convenga preguntarnos hoy lo que le preguntamos a Jesús: ¿Cómo oramos? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Con quiénes? ¿Cuánto tiempo dedicamos a ello? ¿Qué relación existe entre nuestra oración y nuestra vida?

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá

sábado, 22 de junio de 2013

“No pueden servir al mismo tiempo a Dios y al Dinero”

¡Amor y paz!

Jesús nos presenta otro rasgo del estilo de vida de sus seguidores: la confianza en Dios, en oposición a la excesiva preocupación por el dinero.

Debe ser un refrán de la época lo de que «no se puede servir a dos amos», y le va muy bien a Jesús para establecer la antítesis entre Dios y Mammón, entre Dios y el Dinero (con mayúsculas, el dinero como ídolo, como razón de ser: en arameo, Mammón).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la XI semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga..

Evangelio según San Mateo 6,24-34.
Nadie puede servir a dos patrones: necesariamente odiará a uno y amará al otro, o bien cuidará al primero y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir al mismo tiempo a Dios y al Dinero. Por eso yo les digo: No anden preocupados por su vida con problemas de alimentos, ni por su cuerpo con problemas de ropa. ¿No es más importante la vida que el alimento y más valioso el cuerpo que la ropa? Fíjense en las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, no guardan alimentos en graneros, y sin embargo el Padre del Cielo, el Padre de ustedes, las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que las aves? ¿Quién de ustedes, por más que se preocupe, puede añadir algo a su estatura? Y ¿por qué se preocupan tanto por la ropa? Miren cómo crecen las flores del campo, y no trabajan ni tejen. Pero yo les digo que ni Salomón, con todo su lujo, se pudo vestir como una de ellas. Y si Dios viste así el pasto del campo, que hoy brota y mañana se echa al fuego, ¿no hará mucho más por ustedes? ¡Qué poca fe tienen! No anden tan preocupados ni digan: ¿tendremos alimentos?, o ¿qué beberemos?, o ¿tendremos ropas para vestirnos? Los que no conocen a Dios se afanan por esas cosas, pero el Padre del Cielo, Padre de ustedes, sabe que necesitan todo eso. Por lo tanto, busquen primero su reino y su justicia, y se les darán también todas esas cosas. No se preocupen por el día de mañana, pues el mañana se preocupará por sí mismo. A cada día le bastan sus problemas. 
Comentario

Les enseña Jesús a los suyos la actitud de confianza en Dios, con la comparación de los pájaros y de las flores. Lo que él no quiere es que estén agobiados (palabra que sale hasta seis veces en esta lectura) por las preocupaciones de la comida, la bebida o el vestido.

También quiere que sepan mirar las cosas en su justa jerarquía: el cuerpo es más importante que el vestido, y la vida que el comer. Del mismo modo, el Reino de Dios y su justicia es lo principal, y «todo lo demás se os dará por añadidura».

«Nadie puede estar al servicio de dos amos». Es una afirmación que también a nosotros nos pone ante la disyuntiva entre Dios y el Dinero, porque es éste un ídolo que sigue teniendo actualidad y que devora a sus seguidores.

Ciertamente, necesitamos dinero para subsistir. Pero lo que Jesús nos enseña es que no nos dejemos «agobiar» por la preocupación ni angustiar por lo que sucederá mañana. Los ejemplos de las aves y de las flores no son una invitación a la pereza. En otras ocasiones, Jesús nos dirá claramente que hay que hacer fructificar los talentos que Dios nos ha dado.

Y Pablo dirá que el que no trabaja, que no coma.

Estas palabras de Jesús son una invitación a una actitud más serena en la vida. Claro que tenemos que trabajar y ganarnos la comida: «a Dios rogando y con el mazo dando».

Pero sin dejarnos dominar por el estrés -¿el nombre actual del «agobio» del evangelio?-, que nos quita paz y serenidad y nos impide hacer nada válido. Vivimos demasiado preocupados, siempre con prisas. Podríamos ser igualmente eficaces, y más, en nuestro trabajo si nos serenáramos, si no perdiéramos la capacidad de la fiesta y de lo gratuito, si supiéramos, de cuando en cuando, «perder tiempo» con los nuestros, y no empezáramos a sufrir por adelantado por cosas que no sabemos si nos pasarán mañana: «a cada día le bastan sus disgustos».

También nos enseña Jesús a buscar lo principal y no lo accesorio. A dar importancia a lo que la tiene, y no dejarnos deslumbrar por necesidades y valores que no valen la pena.

Sobre todo, a «buscar el Reino de Dios y su justicia». Lo demás es secundario, aunque no lo podamos descuidar. El que concede a cada cosa la importancia que tiene en la jerarquía de valores de Jesús, está en el buen camino para la paz interior y para el éxito final en su vida.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 56-59