¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en reste viernes de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario.
Dios nos bendice….
Evangelio según San
Lucas 19,45-48.
Jesús al entrar al Templo, se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: "Está escrito: Mi casa será una casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones". Y diariamente enseñaba en el Templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los más importantes del pueblo, buscaban la forma de matarlo. Pero no sabían cómo hacerlo, porque todo el pueblo lo escuchaba y estaba pendiente de sus palabras.
Comentario
Hoy, el gesto de Jesús es profético. A la manera de
los antiguos profetas, realiza una acción simbólica, plena de significación de
cara al futuro. Al expulsar del templo a los mercaderes que vendían las
víctimas destinadas a servir de ofrenda y al evocar que «la casa de Dios será
casa de oración» (Is 56,7), Jesús anunciaba la nueva situación que Él venía a inaugurar,
en la que los sacrificios de animales ya no tenían cabida. San Juan definirá la
nueva relación cultual como una «adoración al Padre en espíritu y en verdad»
(Jn 4,24). La figura debe dejar paso a la realidad. Santo Tomás de Aquino decía
poéticamente: «Et antiquum documentum /
novo cedat ritui» (Que el Testamento Antiguo deje paso al Rito Nuevo»).
El Rito Nuevo es la palabra de Jesús. Por eso, san Lucas ha unido a la escena de la purificación del templo la presentación de Jesús predicando en él cada día. El culto nuevo se centra en la oración y en la escucha de la Palabra de Dios. Pero, en realidad, el centro del centro de la institución cristiana es la misma persona viva de Jesús, con su carne entregada y su sangre derramada en la cruz y dadas en la Eucaristía. También santo Tomás lo remarca bellamente: «Recumbens cum fratribus (…) se dat suis manibus» («Sentado en la mesa con los hermanos (…) se da a sí mismo con sus propias manos»).
En el Nuevo Testamento inaugurado por Jesús ya no son necesarios los bueyes ni los vendedores de corderos. Lo mismo que «todo el pueblo le oía pendiente de sus labios» (Lc 19,48), nosotros no hemos de ir al templo a inmolar víctimas, sino a recibir a Jesús, el auténtico cordero inmolado por nosotros de una vez para siempre (cf. He 7,27), y a unir nuestra vida a la suya.
P. Josep LAPLANA OSB Monje de Montserrat
(Montserrat, Barcelona, España)